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Opinión

16 de Junio de 2017

Columna de Pablo D. Sheng: Imágenes hepáticas que destartalan la ciudad

"Las terminologías no caben en el proceso migratorio chileno, solo sirven para condensar lecturas académicas, poses que no entienden más allá de sus propios paradigmas. Hablar por el otro es renegarlo, vaciarlo o hacernos cómplices de lo que no estamos acostumbrados".

Pablo D. Sheng
Pablo D. Sheng
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Releo La novela luminosa. En las primeras páginas de su Prefacio histórico Levrero habla de una imagen explícita que lo obsesiona. Ese, me digo al subrayar las frases, es un impulso escritural, la idea primigenia que está allí, al sentarse y delinear las primeras páginas de un poema, un cuento o lo que podría ser una novela. La imagen obsesiva y el deseo de escribir: un peruano con cabestrillo caminando por Patronato. Las imposiciones trabajadas, los horarios de escritura, un Santiago invernal que es un collage de imágenes cotidianas, migrantes. Allí eliminando las resistencias, los recuerdos de mi abuela con párkinson, la muerte y la espera, leer en su mesa mientras el cuerpo se pudre. En una semana la neumonía agarrota sus pulmones, la llena de pollos y termina apretada, con los ojos abiertos, sucia en una cama de hospital.
Mi lectura cada vez más incómoda, las palabras en un terreno del que me cuesta huir: los malles chinos, los cráneos de perro en medio de la basura, las casas que se destartalan, las palomas, las frituras; esas palabras de inmigrante que se chilenizan de a poco, pero que son miradas y oídas con extrañeza; coreanos y chinos que se enfilan en un banco; árabes que hablan fuerte, se adueñan de fábricas de bordados, de sténcils y ropas de importación; colombianas que viven a diario con la premura de asaltar a alguien a cambio de sexo.

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En el verano conocí a Jhonny. Es peruano y me decía que ha vivido por muchas partes del mundo, entre ellas Japón, trabajando en un pesquero y acá en Chile trabaja en la construcción. Me decía que le va bien, que le alcanza para arrendar una pieza cerca de Pio Nono y darle plata a su hijo Alexis. Nos conocimos en Zona 3, un bar de Bellavista. Terminamos cerca de la Fundación Neruda tomando más cerveza. Recitó unos poemas a su madre.

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En el centro y en Patronato hay algo diverso. Esas extensiones centrifugadas que, de paso, vienen y son identidades que ahora se diversifican de una manera radical. Por eso las terminologías no caben en el proceso migratorio chileno, solo sirven para condensar lecturas académicas, poses que no entienden más allá de sus propios paradigmas. Hablar por el otro es renegarlo, vaciarlo o hacernos cómplices de lo que no estamos acostumbrados.

Buscar el sueño chileno es encontrar quince familias con un solo baño, una lavadora o un refrigerador, ¿héroes o víctimas? Quizá ninguna de las dos, no hay prédicas que sostengan lo predecible ni cómo nosotros vemos otros modos del habla, otros modos de vida.

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Hace unos meses mi papá arrienda piezas a inmigrantes. Varios haitianos, peruanos y colombianos. Cobrar es estresante para él y mes a mes, los primeros días, llega de madrugada luego de preocuparse por problemas domésticos.

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La ciudad a veces intenta destruirnos.

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Reviso en internet algunos mapas de migración. Ilegales hay por montón. Que ya estén identificados me preocupa. Mapear es otra forma de no-disimular, el primer paso hacia la xenofobia. Identificar es reducir el flujo, no hacer de la realidad algo ambiguo, poroso, con distintas capas. El primer paso de actuar bajo marcos ideológicos, la gravedad que puede apuñalar nuestro comportamiento.

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El color de piel nos segrega. Tan negro no salí, pero a la hora de un trámite miran mis tatuajes, el del cuello, o mi pelo medio tieso, mis ojos chinos y ya, una señora blanca en el mesón, que pase alguien más y listo. Preocupa que la inmigración laboral negra caiga en la mano de obra barata: empleadas domésticas, jardineros, la construcción, personal de aseo, vendedores en la Vega, meseras de café con piernas. Trabajo para negros, que nadie quiere hacer, piel exótica, sexual.

La migración es un tema global, urgente, que atraviesa a sirios, chinos, filipinos, latinos. El siglo XXI es amenazado por la beligerancia de la xenofobia, por Trump, el Brexit. Recordar, entonces, a la masacre de asiáticos en Torreón, 1911, México. Pareciera que un lingchí, la tortura china, no solo es la obsesión de Elizondo en Farabeuf, sino el gesto violento que atraviesa la piel, la cuelga y exhibe. El lingchí que suena a raspaduras, a mutilación de piernas y brazos que crujen. La sangre, allí, a la vista.

*Escritor, autor de Charapo (Ed.Cuneta, 2016)

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