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Nacional

4 de Julio de 2017

Evangélicos millennials luchan por desmarcarse de preceptos canutos

En los últimos años, de manera silenciosa, un grupo de jóvenes evangélicos sub 30, ha intentado liberarse de la idea clásica que se tiene de su comunidad. Critican el machismo en los roles dentro de las Iglesias, la violencia de género avalada por los pastores y, gracias a una relectura de la Biblia, no sólo postulan que Jesús compartió con personas homosexuales en el Nuevo Testamento, sino que además, Dios podría ser bi, trans o pansexual. O todo a la vez. “Dios es una categoría tan inestable como el propio sexo”, dicen.

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La misma noche en que el pastor Soto pisoteaba lo que creía era una bandera de la comunidad LGBT -en realidad era el emblema de la ciudad peruana de Cusco-, en el programa El Interruptor de Vía X, Israel Alfaro rendía una prueba de derecho internacional en su universidad. Al llegar a su casa, horas después, reparó en los comentarios y el repudio generalizado en Facebook.

“No puede ser, ¿por qué le dan tribuna a un tipo así?” se preguntó cansado.

Alfaro forma parte desde 2015 del Movimiento de Estudiantes Cristianos (MEC), agrupación ecuménica cuya misión, dicen sus integrantes, es promover una relectura de la Biblia y la contingencia bajo una reflexión basada en movimientos como la teología de la liberación, pero con una añadidura: “en los 70, la teología de la liberación se ocupó de trabajar con los marginados, pero se olvidó de las mujeres y el mundo trans”.

El acto del pastor Soto tiraba a la basura los ideales que Alfaro- evangélico metodista desde pequeño-, y sus compañeros, han intentado instaurar, “en lugar de la clásica imagen del canuto homofóbico que se tiene de los evangélicos en Chile”.

Así como el MEC, existen diferentes movimientos evangélicos que intentan generar cambios en los ambientes más fundamentalistas. Sin embargo, según sus propios miembros, la adhesión a esta apertura sigue siendo marginal. Según la última encuesta Bicentenario Adimark, el 18% de los chilenos se considera evangélico. “De ellos, cuatro de cada cinco pertenece al sector pentecostal, el más duro. Lugares donde los pastores dicen que si la mujer no entiende al hombre, este está facultado para golpearla”, asegura Camila Yáñez, estudiante de enfermería y miembro de MEC. De hecho, Yañez recuerda que no mucho tiempo atrás, una de las fieles denunció ante el pastor de su Iglesia que su marido le pegaba. “Bueno, algo tuvo que haber hecho para que su esposo actuara de esa forma”, fue la respuesta.

En búsqueda de una nueva manera de entender la Biblia, desde hace un par de años, grupos de jóvenes sub 30 provenientes desde el mundo pentecostal, luterano y metodista han organizado charlas sobre temas como la Teología Queer, el derecho al aborto libre e incluso la preservación del medio ambiente. Aunque difieren en la forma y han sufrido conflictos y cismas internos, sus miembros suelen coincidir en templos de Santiago y Concepción.

Su lucha, dice Alfaro, busca denunciar las causas de las injusticias sociales, rebelarse ante ellas, y entenderlas como “manifestaciones del pecado”. “Para mí es más grave la pobreza o la desigualdad económica que una mujer pueda optar por el aborto”, dice.

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Es sábado por la mañana de un fin de semana largo en la Iglesia Luterana El Buen Samaritano de Peñalolén. La lluvia de la noche anterior hace que el frío se cuele al interior del templo, y unos nubarrones oscuros ocultan en parte la cordillera nevada. A esta hora, por la avenida Los Orientales, las veredas sólo son transitadas por abuelos que arrastran sus carros de feria.

Con algunos minutos de retraso, 15 veinteañeros provenientes de distintas Iglesias cristianas y evangélicas de la capital llegan al salón: hoy está agendada una charla introductoria sobre Teología Queer, corriente surgida en Estados Unidos y que recoge postulados de la teoría feminista.

El espacio es amplio y, al no haber calefacción, todos intentan capear en algo el frío con abrigos largos y café. Aunque después describirán la convocatoria como un éxito, en una de las esquinas hay una torre de sillas que nadie ocupará. Sara Schultz, una joven estadounidense y becaria de la iglesia, toma la palabra.

Hace diez meses que Schultz aterrizó en Chile, desde la progresista comunidad luterana de Berkeley, California. El origen de la Teología Queer, explica Schultz, puede remontarse a 1968, cuando un pastor gay de Los Ángeles, Troy Perry, fundó la Iglesia de la Comunidad Metropolitana, para acoger a los fieles marginados por su condición sexual. En los años 90’, poco después de que la academia comenzara a hablar de la teoría Queer, teólogos como Robert Gloss se apropiaron del término para reflexionar en torno a la relación entre lo religioso y la homo, bi y transexualidad y, en general cualquier condición o identidad que no se acomodara a las mayoritarias entre la población.

En América Latina, destacó como cultora de esta corriente la argentina Marcella Althaus Reid, quien en su libro “Teología Indecente”, publicado el año 2000, afirmó que “Dios puede no ser uno solo, Jesús puede ser marica y trans, Dios puede ser Diosa, o pueden ser muchas (…) No hay definiciones ni modelos finales sino sólo identidades maleables”.

“Es una manera de entender a Dios”, explica Schultz. “Creer que trasciende nuestras categorías humanas, de mujer u hombre, que son las mismas que tratamos de imponer a la gente”.

“El problema viene cuando se encasilla a Dios en nuestros prototipos, que generalmente son androcéntricos y machistas. Hay teólogos que hablan de su ‘otredad’, es decir, que Dios es lo otro que no podemos definir. Por lo que sabemos, podría ser bi, trans, o pansexual, o todo eso a la vez. Siempre vamos a quedar cortos”, complementa Alfaro.

Sentada en un rincón, Izani Bruch, pastora evangélica luterana, supervisa y asiente durante la presentación. Los chicos la conocen. Bruch ha participado en más de un encuentro con ellos, y la respetan como a una autoridad. Oriunda de la frontera sur de Brasil, Izani Bruch llegó a Chile el año 1991, invitada por un compañero de la Facultad Luterana de São Leopoldo, quien había realizado una breve pasantía en Santiago. Aquí se emparejó con un hombre mapuche, tuvo un hijo y se radicó junto a su nueva familia en Osorno. Hace menos de dos años regresó a la capital para hacerse cargo de la Iglesia El Buen Samaritano de Peñalolén.

En su paso por la universidad, Bruch cuenta que aprendió de movimientos como la teología negra y de los campesinos “sin tierra” de Brasil, entre otros. “El contacto con esas realidades me fue abriendo el mundo: conocí la teología de la liberación, e hice ‘clic’. Ahí me di cuenta de que el pastorado tiene que ver con la transformación del mundo”, dice, y agrega “me considero una teóloga feminista. No podría, siendo cristiana y pastora, no declararme feminista”.

— ¿Es una postura que choca en una sociedad como la chilena?
Sí, choca bastante. Al comienzo, cuando llegué a Chile, me sorprendió mucho encontrarme con una sociedad aún más machista que la brasileña. Pero también, con el tiempo, una va aprendiendo a enfrentarlo de forma distinta. Ayer estaba en un foro de Iglesias, y uno de los consejos que se dio fue que nosotras las mujeres debemos tener cuidado para no usurpar los lugares que Dios le dio al hombre. Si me hubieran dicho eso, años atrás, yo habría saltado y le habría dicho “y quién te dijo a vos…”.

“En cambio, ahora siento que mi responsabilidad es trabajar desde el púlpito, en las charlas, y con nuestro jardín infantil. Siempre me preocupo por el tema del lenguaje, de decir ‘niños y niñas’. El lenguaje de la Biblia es masculino, y en la lucha de las mujeres para visibilizar nuestra participación en el movimiento de Jesús, los pequeños cambios que una va haciendo como pastora importan. Lo que no se nombra no se ve”, dice.

Como líder de la comunidad luterana de Peñalolén, Bruch asegura que uno de los cambios más difíciles de generar ha sido el de la sumisión sexual de la mujer en los matrimonios que la visitan. “Una, como pastora, tiene conversaciones más cercanas con las mujeres, y ahí uno percibe el tema de la culpa, o de la violencia sexual dentro del matrimonio heterosexual. El cristianismo ha reprimido la sexualidad, y ha fomentado ese miedo de expresar el deseo. Y la sexualidad debiese ser vista como un don de Dios para el ser humano”.

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Jaime Galaz (26), estudiante de administración pública en la Universidad de Chile y miembro de la iglesia evangélica carismática, tardó 22 años en asumir su bisexualidad.

A esa edad, mientras cursaba historia en la Finis Terrae, conoció a Jaime Parada, actual concejal de Providencia y reconocido activista del Movilh, que en ese entonces enseñaba en la universidad. “Fui su ayudante en un ramo, y tras clases conversamos mucho del tema. En esa época empecé a salir del clóset, a entender que lo que me habían dicho, que la homosexualidad era el símbolo del pecado, no era así”, recuerda.

Casi a modo de anécdota, Galaz menciona el sermón que un pastor chileno radicado en EE.UU hizo en su iglesia. “El tipo llegó a decir que, cuando el Anticristo llegara, iba a ser homosexual. Ese nivel”.

“Para mí fue difícil. Mi familia materna siempre tuvo una ligazón con las iglesias evangélicas. Incluso tengo tíos pastores. A los 13 entré de lleno, pero me encontré con un lugar donde la prédica general dice que ser gay es pecado. Entonces, cuando uno siente una inclinación hacia otro lado, va creando un sentimiento de culpa. Uno va pensando que un buen cristiano es un heterosexual ”, menciona.

Si bien asiste regularmente a las charlas organizadas por el MEC, Galaz tiene reparos con la organización. “Creo que es bueno que exista, pero me parece que se ha centrado mucho hacia adentro y en cuanto a incidencia pública es, más bien, poco relevante.”, argumenta.

— ¿Qué piensas de las candidaturas evangélicas al Congreso?
Las candidaturas evangélicas que quieren llegar al Congreso, lo hacen para poder combatir lo que llaman “la ideología de género”. Pero no se centran en temas mucho más importantes como la justicia social. Un candidato evangélico no te habla de economía, o de cómo subir el salario mínimo. Su único fin es frenar lo que ellos llaman ‘el lobby gay’, llegando a decir mentiras como que en Europa se está legalizando la zoofilia.

— No se puede negar que han ido ganando influencia. Los candidatos presidenciales no se pierden el Te Deum.
Cuando uno ve el Te Deum evangélico, lo que ve es una cultura sistemática de la discriminación. Hay un pastor, Ernesto Silva, que durante una visita que hizo a La Moneda trató a los homosexuales de fletos y maricones ¡En una prédica! Hay una cultura de hacer parecer a la homosexualidad como un pecado imperdonable, y hay que cambiar eso. Decirle a personas como Ernesto Silva o Javier Soto que no son profetas, ni están en una batalla contra el mal.

— En eso se parece un poco a las cúpulas de la Iglesia Católica.
Personas como Ricardo Ezzati, y Francisco Javier Errázuriz representan lo peor de la Iglesia Católica. Esa iglesia conservadora, discriminadora, muy diferente a la que pregonan personas como Felipe Berríos. ¡Si Ezzati llegó a protestar contra de la Ley de Discriminación po’! Una ley que estuvo siete años en el Congreso en parte por las presiones de la Iglesia.

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Reflexionando sobre el incidente del pastor Soto, Israel Alfaro no comprende por qué se le dio una tribuna televisiva en primer lugar. “Para un productor, supongo, es fácil llevar a alguien que es un payaso para el mundo cristiano, pero que no es un aporte. Si realmente quisieran problematizar temas como el de la inclusión, perfectamente podría llevar a personas como Izani, o a otro pastor interesado en trabajar temas de la diversidad dentro de la Iglesia”, afirma.

— ¿Sientes que han avanzado en instalar un discurso progresista en sus comunidades?
En algunos lugares sí. Pero también me ha costado amistades, personas con las que uno compartía y que después me trataron de maricón por esto. Lo que no saben es que, en el libro de Mateo, se habla de cómo Jesús realizó un milagro a un joven homosexual, sin cuestionar su condición.

Alfaro coincide con Galaz en que Soto es “sólo un charlatán autoproclamado” y que, en general, la condena a la homosexualidad de la comunidad evangélica está sustentada a base de una lectura descontextualizada de la Biblia. “En ninguna parte se condena el amor con personas de tu mismo sexo. Lo que sí se condena, en Romanos del Antiguo Testamento, es la práctica de tener esclavos sexuales jóvenes. Es decir, sólo se condena el humillar y someter al otro, ya sea hombre o mujer”, dice.

Ante la pregunta de por qué elegir permanecer en una comunidad que, en su gran mayoría, considera su orientación como un pecado, Jaime Galaz responde: “En las comunidades progresistas, uno va a estar con gente que piensa igual que uno, y eso no tiene incidencia. Es como declararse feminista en un círculo donde todos son feministas”.

“El cambio va por transformar desde adentro, aunque sea un proceso lento”, concluye Galaz. “No espero que mis papás dejen de pensar que mi orientación es un pecado, pero sí me alegro cuando ellos, sin darse cuenta, le echan la foca a otro hermano que usa la palabra ‘maricón’ en el templo”.

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