Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

10 de Julio de 2017

Columna de Camilo Escalona: Acerca del totalitarismo

"Lo que no se hizo hasta Gorbachov, en la segunda mitad de los 80, fue reconocer el ejercicio de los derechos y las libertades políticas como condición de la existencia del proyecto socialista. Esa fue la diferencia histórica que hubo entre el Partido Comunista de la Unión Soviética y el Socialista de Chile".

Camilo Escalona
Camilo Escalona
Por

A lo largo del siglo XX surgió el término “totalitarismo”, lo inició el dictador de derecha Benito Mussolini, en Italia, refiriéndose a una práctica que expresaba la instalación de regímenes políticos, cuya pretensión era dominar sobre el conjunto de las esferas de una nación, las ideas, la política, la ciencia, la economía y la cultura.

Tal pretensión tuvo un auge que abarcó diversos países, incluso antagónicos entre sí, como el nazismo en Alemania y en la ex Unión Soviética, el estalinismo. Sin embargo, las llamadas potencias del “eje”, se agruparon en un frente común en la Segunda Guerra Mundial, que enfrentaba las potencias de régimen democrático y también a la entonces Unión Soviética; de modo que allí se situó “el parteaguas” entre libertad y opresión en aquel periodo histórico.

Por ello, la humanidad reconoce en “los aliados”, la Unión Soviética, Estados Unidos e Inglaterra, de modo especial, en el heroico pueblo ruso que pagó un costo de más de 20 millones de vidas humanas, el mérito histórico de vencer al totalitarismo nazi en la II Guerra Mundial, que llegó a ocupar la mayor parte de Europa; al vencer la máquina de guerra de Hitler doblegaron el afán de instalar regímenes totalitarios, que convertidos en crueles dictaduras, llegaron al exterminio físico de pueblos y naciones para perpetuarse.

En ese horror está incluido el atroz holocausto al pueblo judío, ejecutado en territorio ocupado por el Ejército alemán, que terminó con la vida de más de 4 millones de personas en las cámaras de gases de los campos de concentración, trasladados desde todo el continente en la locura estatal más siniestra que haya conocido la historia de la humanidad.

Él socialismo chileno es hijo de esas luchas, nació en los años 30 en medio de esta confrontación. Grove y Schnake estuvieron a la cabeza; uno de sus militantes, Salvador Allende, vistió orgulloso el uniforme de las milicias socialistas que enfrentaron a los nazis en las calles, desafiando la vergonzosa pasividad de la derecha en el gobierno, hasta el triunfo del Frente Popular, en 1938, que llevó a Pedro Aguirre Cerda a la Presidencia de la Republica.

Hace pocos días, la Policía de Investigaciones de Chile ha dado a conocer archivos hasta entonces secretos de las redes operativas de los nazis en Chile. Los grupos de choque que fomentaron no eran una simple distracción de “niños bien” que estuviesen aburridos, obedecían al impulso que recibían desde el llamado Tercer Reich, en su fiebre de alcanzar la dominación mundial.

Los socialistas los enfrentaron y les quitaron el control de las calles. Esta es una de las páginas más épicas de nuestra historia; pero, como las cosas por sabidas se callan y por calladas se olvidan, hoy en Chile hay un triste y doloroso desconocimiento de los hechos históricos.

Luego, cuando en la Unión Soviética el periodo de la “desestalinizacion” se detuvo en el estancamiento de los años 70-80, y se llegó a crueles invasiones como la ocupación de Praga, en 1968 por el entonces Ejército Soviético, fue Salvador Allende en el Senado quien deploró tan trágicos y condenables hechos.

La etapa encabezada por Nikita Kruschev en la Unión Soviética, entre 1953 y 1964, no pudo romper con el dogma del Partido único como fuerza “rectora” del sistema político y, finalmente, al postergar o ignorar el pluralismo en las ideas como una cuestión esencial, sucumbió al contraataque de las fuerzas regresivas lideradas por Leonid Brézhnev. Solo llegó a una crítica del culto a la figura de Stalin, Nikita no tuvo la fuerza conceptual ni el apoyo en la nomenclatura para ir más allá. Se detuvo y fue desplazado.

Lo que no se hizo hasta Gorbachov, en la segunda mitad de los 80, fue reconocer el ejercicio de los derechos y las libertades políticas como condición de la existencia del proyecto socialista. Esa fue la diferencia histórica que hubo entre el Partido Comunista de la Unión Soviética y el Socialista de Chile.

De allí que la “vía chilena” al socialismo hunde sus más profundas raíces en una convicción democrática forjada en una lucha tenaz y sin concesiones a cualquier proyecto político de signo totalitario, en nuestra realidad y la experiencia mundial. Su esencia era alcanzar una nueva sociedad “en democracia, pluralismo y libertad”.

Esa experiencia fue la que terminó violentamente el 11 de Setiembre de 1973, ardió simbólicamente tras el bombardeo e incendio de La Moneda y la muerte de Allende. Aún así, tal legado es imborrable, constituyendo un patrimonio irrenunciable del socialismo chileno y quienes no lo sepan por qué aún no nacían, lo que es perfectamente posible, deben comenzar por aprenderlo.

Notas relacionadas