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Mundo

22 de Julio de 2017

La hazaña de sobrevivir a los “perros” del Estado Islámico y vivir para contarlo

Hasta tres veces seguidas Mahmud Shaker Hamed utiliza la palabra “perros” para referirse a los combatientes de “Dáesh” (acrónimo en árabe del grupo Estado Islámico), mientras cuenta a Efe la pesadilla que él y su familia vivieron durante el asedio de la zona oeste de Mosul. “Los de Dáesh son unos perros, durante dos meses […]

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Hasta tres veces seguidas Mahmud Shaker Hamed utiliza la palabra “perros” para referirse a los combatientes de “Dáesh” (acrónimo en árabe del grupo Estado Islámico), mientras cuenta a Efe la pesadilla que él y su familia vivieron durante el asedio de la zona oeste de Mosul.

“Los de Dáesh son unos perros, durante dos meses estuvimos encerrados en nuestra casa, no podíamos salir por la puerta y solo nos daban trigo”, cuenta a Efe este funcionario iraquí de 62 años, que desde mediados de junio vive en el campo de desplazados de Hasan Sham -al este de Mosul- con el resto de su familia.

Sentado sobre una esterilla y bajo una lona enganchada entre dos tiendas de campaña, Mahmud narra los detalles de sus encontronazos con yihadistas, que estuvieron a punto de matarle en varias ocasiones, o cómo sobrevivieron al derrumbe de su casa.

Su tortura comenzó en abril, cuando se vieron obligados a no salir de la casa bajo amenaza de muerte y a comer únicamente trigo y agua salobre de un pozo que había en el patio de la vivienda, a pesar de que les provocaba “dolor de estómago y diarreas”.

“Una parte del trigo la cocinábamos para comer y la otra la molíamos con un mortero para hacer harina y luego la amasábamos y hacíamos pan”, dice.

La casa “era grande”, pero con los combates, se vieron obligados a acoger a 45 personas, que habían perdido sus hogares en la batalla.

Pero los verdaderos problemas llegaron cuando los yihadistas le reclamaron la casa.

“Perros, perros, los de Dáesh son unos perros que derrumbaron nuestra casa”, se interrumpe antes de relatar que un día se presentó un grupo de yihadistas que le dijo que el casero, que vivía en la zona este, era un “apóstata” y, por lo tanto, la casa quedaba confiscada.

Lo primero que hicieron fue llevarse todas las cosas, por más que les aseguró que las pertenencias eran suyas. Tres días después volvieron a aparecer con una orden de desahucio con el sello del Estado Islámico.

“Me dijeron: Tenéis dos horas, queremos ver la casa vacía y que os vayáis al barrio antiguo. Les contesté que no y me pusieron una pistola en la cabeza”, cuenta abriendo los ojos y arqueando las cejas.

Asegura que en mitad del acaloramiento agarró del brazo a uno de los yihadistas y le preguntó: “¿Llevas un cinturón de explosivos? ¿Qué dices?, me respondió, y le volví a preguntar: ¿Llevas un cinturón de explosivos? Ven aquí, explótate en medio de todos nosotros, porque de otra manera no vas a tener la casa, porque nadie nos va a echar de aquí”.

Con esas palabras los ahuyentó, pero aquello no fue más que el principio de una campaña de acoso que no terminó hasta la liberación por parte de las tropas iraquíes de la zona en la que vivían.

Una tarde, mientras estaban en el jardín, “al fresco”, y un grupo de yihadistas pasaba frente a la casa, un misil lanzado por un avión impactó en la calle.

“El misil apenas hirió a tres de ellos pero mató a mi hermano y a mi primo y otros nueve resultaron heridos”, se lamenta antes de contar como su hermano se murió después de que los yihadistas no le dejaran ingresarlo en el hospital porque no eran de “la hermandad”, como los miembros del EI se llamaban unos a otros.

Durante los combates del 18 de junio, cuando se encontraban refugiados en el sótano de la casa, como hacían siempre que retumbaban las bombas, las dos plantas se vinieron abajo junto con una explosión.

“Estábamos dentro del sótano y la puerta se quedó bloqueada con los piedras, y después empezamos a escarbar hasta que pudimos hacer un agujero por el que cabía una persona y salimos con la ropa llena de humo y tierra”, explica llevado por la intensidad de los momentos que vivió.

Una vez fuera, se movieron por dentro de los edificios, aprovechando los boquetes abiertos por los yihadistas para comunicar las casas.

“Atravesamos una casa y estaba vacía, otra y lo mismo, la siguiente también, y en la siguiente nos encontramos a dos del Dáesh que nos dispararon -dice mientras agacha la cabeza como esquivando una bala- pero gracias a Dios no nos dieron, nos dimos la vuelta y salieron detrás de nosotros”.

Según su relato, retrocedieron el camino andado perseguidos por los dos combatientes hasta que se encontraron con un grupo de soldados a quienes inmediatamente contaron que dos yihadistas les pisaban los talones.

“Entonces, estalló un enfrentamiento que duró unos cinco minutos y los mataron gracias a Dios, y pudimos salir”, concluye Mahmud.

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