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Cultura

4 de Agosto de 2017

“Banana Torres”: Viaje a la aldea Pataxó

Desde Copiapó, Mauricio Torres, profesional del Body Piercing, viajó hasta la selva tropical para vivir en carne propia la tradicional práctica de perforación facial de uno de los pueblos más antiguos de Brasil: los Pataxó. Esta es la historia de su travesía y el vínculo de su arte con las culturas originarias.

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Mauricio “Banana” Torres se ha perforado las orejas, la boca, la lengua y las cejas. Se ha marcado la piel mediante la técnica de quemado, el tatuaje e incluso se ha suspendido en el aire colgado de ganchos pasados a través de su espalda. Pero con todas estas vivencias tras de sí, reconoce que hace tiempo no había sentido tanto dolor como ahora, con los Pataxó, tribu a la que visitó en abril pasado para conocer sus costumbres ancestrales de perforación. A pesar del dolor, dice que “valió la pena”.

Los Pataxó son uno de los pueblos más antiguos de la floresta brasileña ubicados en el Estado de Bahía. Practican desde tiempos remotos la perforación facial, entre otras vistosas costumbres como su compleja pintura corporal y el uso de bellos tocados con plumas en vivos colores.

El viaje de Banana se fraguó gracias a la invitación de Rolando Sampaio, un viejo amigo y perforador, que quiso que este profesional del “body piercing” chileno, participara en una charla sobre su trabajo en el seminario que se realizaría en la ciudad de Curitiba, Brasil.

“Además de la charla me propusieron ir a conocer esta cultura. Organizamos un grupo pero nadie había ido antes y no queríamos llegar sin ser invitados. Para nuestra suerte se contactó con nosotros Vânia Mendes, una antigua tatuadora brasileña, de la tienda “Madam Tattoo”. Ella vive en el poblado de Arrial D’ Ajuda, que está a pocos kilómetros de la aldea Pataxó por lo que conocía a algunos de sus habitantes. Ese fue nuestro nexo”, explica.

Para fortuna de Banana, al momento de su arribo, el pueblo estaba en medio de una fiesta, similar al dieciocho chileno, donde tres aldeas competían entre sí con distintos juegos guerreros, como el tiro de la lanza y luchas marciales al estilo jiu jitsu. Todo era alegría y se incorporaron rápidamente a la festividad. Allí conocieron a Itapoá, quien hacía las veces de maestro de ceremonia. Un hombre tatuado, con pintura corporal, quien además de practicar las perforaciones faciales es un ferviente defensor de las costumbres centenarias de su pueblo.

Itapoá le explicó a Banana que producto de la colonización portuguesa las tradiciones estuvieron a punto de desaparecer. Porto Seguro, la ciudad más grande cercana al territorio de este pueblo, fue una de las primeras Capitanías de Brasil (1534) por lo que los Pataxó se vieron perjudicados desde un principio por la invasión europea; esclavizándolos, quitándoles territorio y prohibiéndoles decorar sus cuerpos.

“Como se perdieron mucho las costumbres, hoy tienen una necesidad personal de revindicar sus tradiciones”, aclara Banana. “La gente más comprometida con el pueblo, por ejemplo, el profesor de ciencias sociales usaba un septum en la nariz, expansiones en las orejas y el labio lo tenía atravesado con tres bambús. Hoy la perforación no obedece a un rito de paso como en otras culturas, pero para los más jóvenes ser como ellos es como un súper orgullo y apenas pueden se hacen alguna perforación”, cuenta.

Itapoá, al enterarse que el grupo que incluía a Banana estaban dentro del oficio del “body piercing” y querían profundizar en el conocimiento sobre las intervenciones faciales y la joyería natural que usan los Pataxó, los dejó invitados a su propia casa, dando inicio a un proceso de intercambio cultural enriquecedor que culminaría con la aplicación de las técnicas tradicionales.

COPIAPÓ ES CHILE

En Chile el desarrollo del body piercing a nivel profesional tuvo sus primeros exponentes, en conjunto con el tatuaje, a principios de la década del 90. Un lento andar con errores, algunas infecciones y mucha autogestión. Uno de los destacados de aquella época fue Elías Jofré, tatuador y piercer viñamarino quien hacia 1996 fue pionero en trabajar en su estudio “Vortex” con insumos Wildcat, que para la época representaba a la joyería de la más alta calidad. Pero Elías murió en un accidente automovilístico a mediados de 1997 dando fin a su legado.

En esa misma década Banana inició su interés por el piercing a través de revistas de arte corporal, que llegaron gracias a su hermano, Jonattan “Pipeño”, quien se inició temprano en el oficio de tatuador. Por ese entonces, al igual que otros pares de su generación desarrollaron sus oficios de forma itinerante, visitando las casas de sus amigos y clientes.

En el año 2001, siendo Banana aún menor de edad, abrieron el estudio “Extigma Tatuajes & Perforaciones” dando inicio a una exitosa dupla, que hizo de Copiapó uno de los mejores lugares de Chile en cuanto a modificación corporal se refiere. Y esto no es algo gratuito ya que Banana, desde a finales de 2013, se transformó en el primer sudamericano en pertenecer a la rigurosa “APP” (Association of Professional Pierciers). Un club donde existen sólo cuatro sudamericanos, tres de los cuales se encuentran en Chile. Un camino que nunca recorrió solo, aclara.

“Para complementar mi trabajo estudié Técnico en Enfermería, además para certificarme en la Asociación tuve que generar mis propios productos y crear un estándar que no existía en nuestro país. Muchos me ayudaron desde mis inicios, pero si llegué a conocer APP y muchas de las referencias sobre lo que estaba pasando en el extranjero fue gracias al apoyo de Javier Fingazz de Psybodyart, que viajaba mucho antes que yo. Él me dio una visión de lo que tenía que ser nuestra pega”, dice.

Viajar se volvió algo central y uno de los objetivos de Banana fue conocer las culturas originarias que tuvieron o tienen alguna relación con la perforación. Como su visita a los Kuna, en el archipiélago de San Blas, Panamá, en el que las mujeres desde temprana edad son parte de un ritual donde les atraviesan una argolla de oro (septum) por la nariz que usarán por el resto de sus vidas.

Banana cuenta que Atacama también tuvo costumbres similares pero que con el paso del tiempo desaparecieron para siempre.

“En el piercing la perforación labial puede ser vista como una moda, pero a la gente se le olvida que eso estuvo presente en todas las culturas antiguas. De hecho acá en Copiapó en la cultura que se conoce como “Complejo El Molle” se perforaban el labio y se lo expandían con una pieza llamada “tambetá”, pero hoy ya no encuentras a nadie que haya mantenido esa tradición, por eso nace mi interés en esto, porque no es lo mismo ver algo en un museo que verlo en vivo y los Pataxó aún lo practican”, sentencia.

LA PERFORACIÓN

Cuando Banana y el grupo llegaron a la casa de Itapoá, éste los esperaba junto a su familia en medio de un sahumerio hecho a base de hojas y resina de copal que llenaba de humo todo el lugar. Al centro de una mesa estaba la joyería tradicional de los Paxató, que incluía espinas de naranjo, narigueras hechas de hueso, colgantes de madera de coco y puntas de bambú, entre otras. También bebieron un té de varias yerbas aromáticas para desintoxicar el cuerpo y brindarles protección, además, habían preparado “rapé”, un polvo a base de tabaco que se inhala por la nariz.

“Estaba muy nervioso cuando Itapoá me sopló el rapé. No es algo alucinógeno y aunque me dejó los ojos rojos, me explicó que tiene un fin medicinal. Luego me preguntó si realmente quería perforar mi labio y por qué lo quería hacer. Yo le conté la experiencia de Atacama, que acá los indios se perforaban, pero que desapareció por completo la tradición. Qué mejor que hacerlo con el método antiguo. También le dije que a modo personal significa darle mayor valor a mi palabra, que perforando mi labio iba a poder consagrar y cuidar las frases que salen de mi boca”.

Itapoá busco una espina de su mesa y con un aceite extraído de árboles bañó el labio de Banana, masajeándolo, para luego proceder a atravesar la piel. “Dolió como la mierda. Por las cicatrices que me han dejado perforaciones anteriores, se le hizo súper difícil traspasarlo, y cuando ya lo logró vino lo más intenso, que es deslizar el resto de la espina, la parte más gruesa. Finalmente abrí los ojos y él me echó más aceite en el labio y también en la frente masajeándome hasta las sienes. Eso fue súper relajante”, relató.

Pero la experiencia, sería más enriquecedora aún, ya que Itapoá le pidió a Banana que con el mismo procedimiento le perforara las orejas, y así lo hizo, pero mayor fue su sorpresa cuando le preguntó si lo podía hacer también con su hijo, llevando a Banana a una contradicción propia de quien está acostumbrado a llevar las medidas de asepsia al límite. Para proceder, le explicó que tendría que ponerse guantes. Este accedió de buena manera, como quien acepta lo mejor de un proceso de transculturación.

Esa tarde se despidieron con un fuerte abrazo, pero el viaje de Banana en realidad terminó días después, con la visita de la familia de Itapoá, a la casa de Vânia Mendes en Arraial D’ Ajuda, una forma de devolver la mano y seguir aprendiendo los unos de los otros. A punta de fotos, mapas y Google Earth pudieron ver el lugar de procedencia del visitante chileno. Allí los niños se sorprendieron con Atacama, un lugar totalmente opuesto a la selva brasileña. Banana también se encargó de contarles sobre los antiguos habitantes de nuestra tierra, incluyendo hasta a los Selk’nam, aquellos seres del sur del mundo que pintaban sus cuerpos. Un sinfín de similitudes, donde pintarse o perforarse, revive algo que se grabó en la cabeza de Banana, algo que le dijeron los viejos sabios de la aldea Pataxó: “Todos somos parte del mismo pueblo”, recuerda.

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