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Cultura

5 de Septiembre de 2017

Las paradójicas vidas de Richard Gwyn

El escritor galés estuvo de visita a Chile para participar en la Cátedra Abierta en homenaje a Roberto Bolaño en la Universidad Diego Portales, realizada la mañana de este martes. Aquí habla de su obra, de sus años de vagancia, del alcoholismo y de lo que los unió a él y Bolaño: la cercanía con la muerte.

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Al reseñar una biografía de Pablo Neruda para un diario inglés, Richard Gwyn decía que quizá todos apareciéramos como personas paradójicas si nuestras vidas estuvieran sujetas al tipo de escrutinio al que somete a la mayoría de las víctimas de las biografías.

Gwyn ha escrito poesía, ensayos, novelas, trabajos académicos, una memoria y ha traducido poesía desde diversos idiomas. Realizó estudios de antropología en la London School of Economics, se doctoró en linguística y actualmente es profesor de literatura en la Universidad de Cardiff. Por otra parte, Gwyn ha sido obrero, repartidor de leche, aserrador, mueblista, vendedor de pescado, cuidador de casas, vagabundo en distintos países alrededor del Mediterráneo, adicto a la heroína y el alcohol, prisionero y enfermo terminal.

Todas estas dimensiones de su vida no son sucesivas, sino mezcladas: la antropología precedió al vagabundaje y la enfermedad a la cátedra de literatura. Nacido en Pontypool, Gales, en 1956, en una familia más bien acomodada, Gwyn dejó los estudios universitarios para recorrer distintos países, trabajando en lo que pudiera. Los años 80 estuvieron marcados por el alcohol, las drogas, las penurias y el aprendizaje de otras lenguas. Una neumonitis contraída en noches sin techo en Barcelona lo llevó de vuelta a Gales y a su familia después de casi una década de vagancia (con los más dispares oficios). Entonces retoma los estudios y llega a ser profesor en la universidad.

Pero en 2006 fue diagnosticado de hepatitis C y cirrosis, debiendo esperar un donante, entre alucinaciones y desvanecimientos (provocados por su afección) para no morir. Logró sobrevivir. En su memoria El desayuno del vagabundo (2011) habla de sus adicciones, su enfermedad y sus viajes, los cuales, entre otras cosas, lo
enfrentaron a distintos idiomas. Como tenía facilidad para ellos e interés por la poesía, decidió hacer traducciones. Una de sus predilecciones más constantes ha sido la poesía latinoamericana. En la antología The Other Tiger entrega una amplia muestra de autores actuales de ella: 97 poetas de 16 países, con nombres que van desde,entre los más consagrados, Raúl Zurita, Diana Bellessi, Darío Jaramillo, Juan Manuel Roca, Tedi López Mills o Fabio Morábito hasta más jóvenes Julián Herbert, Wendy Guerra, Luis Felipe Fabre, Andrés Neuman o Malú Urriola.

Ha dicho que las biografías muestran a todos como contradictorios. ¿Le gustaría tener alguna vez un biógrafo?

-La cuestión no se ha presentado, en realidad. No puedo imaginar por qué alguien querría hacerlo, y además, gran parte de mis propios escritos son la crónica de mi vida, a su manera. Los detalles biográficos no me parecen particularmente interesantes, a menos que sean aplicables a la obra de uno como escritor.

¿Por qué escribió una memoria?

-Bueno, escribí El desayuno del vagabundo en un momento en que no estaba seguro de si iba a seguir viviendo, y en cierto modo era una especie de ajuste de cuentas; buscarle un “sentido” a ciertas cosas que habían ocurrido, y que escribir sobre ellas me ayudó a comprender. No pretendo con eso sugerir que crea que una vida
puede resumirse tan fácilmente, ni siquiera que somos poseedores de una sola identidad narrativa. Todos somos muchos “yoes” somos paradojas que caminan, que respiran, y muchos de nosotros seguimos siendo misterios para nosotros mismos hasta el final.

Tuvo varias apariciones en conciertos punk a finales de los 70, incluyendo un acto de apoyo a “The Cure”. ¿Se arrepiente de eso?

-¿Por qué me arrepentiría? Probablemente pensaría que los poemas que realicé en esos días eran bastante terribles, de manera que en el frente literario estoy agradecido de que nunca se publicaran. Pero tengo pocos arrepentimientos, y ciertamente ese episodio no es uno de ellos. Yo era joven, eran tiempos interesantes en Londres e hicimos algunas cosas bastante locas, mucho peores que actuar junto a “The Cure”, y que no figuran en El desayuno del vagabundo.

¿Por qué dejó un cómodo ambiente en Gales para hacer la vida de un nómada, en los bordes de la sociedad, con humildes y curiosos trabajos alrededor de Europa?

Nostalgie de la boue (“nostalgia del barro”), lo llaman los franceses. Nunca lo he entendido en realidad, salvo que siempre llevaba la contra; de la misma manera que no quería estudiar Literatura Inglesa en la universidad, sobre el presupuesto perverso de que afectaría negativamente mi propia escritura (una decisión que lamento de vez en cuando hoy, para volver al tema del arrepentimiento) y tampoco quería seguir la ruta prescrita a través de una carrera profesional como se podría haber esperado de mí. No puedo decir que disfrutara especialmente el trabajo como obrero de la construcción o agrícola, aunque fui bastante más diestro como camarero en un restaurante de particular mala reputación en Hania, Creta, donde mi conducta en ocasiones rebelde era de alguna manera tolerada. La verdad es que,
cuando no tienes dinero, tiendes a hacer cualquier trabajo y no lo cuestionas si quieres comer. Y caes en una rutina de trabajos de mierda, sin dinero y un deseo constante de estar en movimiento. Viví así por varios años, y aunque no era lo ideal (no es lo ideal para nadie), era el ritmo de mi vida en ese momento, y te acostumbras
a cualquier cosa. La única compensación es que eras, en cierto y profundo sentido, libre; pero hay un precio a pagar, en términos de salud, física y mental.

¿Qué es lo más extraño que le pasó en esos años de vagancia, alcoholismo y enfermedad?

-Esa es una pregunta muy difícil. Escribo sobre coincidencias en mi libro, y tengo un interés particular en las aparentemente imposibles casualidades que ocurren en el curso de una vida, tales como que una gaviota haya dejado caer un cangrejo sobre mi cabeza justo cuando salía de casa para recoger copias de un nuevo libro de poemas publicado por mi propia editorial: CRANC, que significa “cangrejo” en galés y en catalán. Pero eso es todo un tema en sí mismo. Ir a prisión en Grecia bajo sospecha de robar un burro y encontrar que Pattakos, el ex ministro del interior de la Dictadura de los Coroneles, estaba en la celda contigua —nunca lo vimos, pero oímos su máquina de
escribir, día y noche; o, en una isla griega, reunirme e ir a pescar pulpos con dos muchachos que más tarde descubrí que estaban en realidad muertos, así que sólo podrían haber sido fantasmas. Uno de ellos condujo un auto, lo que era extraño. Podría seguir…

Afirma haber conocido a Bolaño en Francia, discutiendo con él sobre la literatura de vanguardia…

-Sí, y he escrito más sobre esa experiencia para la Cátedra Abierta en homenaje a Roberto Bolaño en la Universidad Diego Portales.

Usted, como él, pero con mejor suerte, estaba gravemente enfermo. ¿Cómo es vivir bajo una sentencia de muerte?

-Creo que añade un nivel de intensidad a cada momento que pasa, lo que es quizá más difícil de mantener de otra manera. ¿Fue Samuel Beckett quien dijo que la muerte era una gran niveladora? Y está la noción de que la literatura, si significa algo, es una cuestión de vida y muerte, y esa idea añade un poco frisson (“emoción”) a las cosas.

¿De dónde viene su interés por América Latina?

-Desde mi años de adolescencia, y de la exposición a Borges, Neruda y los escritores del “Boom”. Esto afectó a muchos jóvenes con un interés en la literatura, por supuesto, pero yo sólo lo continué más allá de la mayoría.

¿Quedó conforme su antología de poesía latinoamericana contemporánea?

-Hice el mejor trabajo que pude, considerados los cuatro años que le dediqué. Si hubiera pasado más tiempo en él, podría haber llegado a ser interminable. De hecho, a veces, me sentía como si hubiera asumido una tarea imposible, así que tuve que ponerme límites. El editor fijó un plazo final para la publicación, de lo contrario todavía
estaría recopilando poemas. Bueno, en realidad, todavía estoy recopilando poemas, pero para otros proyectos, en relación a poetas individuales. No quisiera hacer otra antología.

¿Ha cambiado su desayuno de los viejos tiempos: salchichón al ajo, un litro de vino tinto y la carretera?

-Ciertamente, de lo contrario estaría muerto. Hay una fuerte tentación de romantizar la vida del vagabundo, pero como traté de explicar en El desayuno del vagabundo, también hay largos períodos de tedio extremo en esa clase de vida, en la que pasas tu tiempo muy aburrido, esperando que nada suceda . Hoy en día, además, puedo permitirme
quedarme en hoteles.

¿Están totalmente superados los problemas de agujeros en la memoria y apagones mentales?

-Pues… Lo siento, ¿cuál era la pregunta?


Después de sus viajes por Europa, ha realizado una serie de viajes por América Latina. ¿Va a escribir sobre ellos?

-Sí, sin duda, aunque podría tomar algunos años decidir cómo presentar esto, probablemente como una especie de crónica, al igual que El desayuno del vagabundo que incluye digresiones de tipo filosófico o literario, más que un “libro de viajes”. Veo la escritura como un continuo con mi vida; con mi lecturas, y con el viaje. En otras palabras, la escritura está integrada a todas las demás cosas en lugar de ser un elemento separado. Mientras tanto, intento mantener un registro ocasional, en el Blog de Ricardo Blanco: https://richardgwyn.me.

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