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Mundo

21 de Septiembre de 2017

Relato de una tarde de horror: “Era como vivir una escena de Poltergeist”

"No hubo ruidos, como se escuchan otras veces. No pude pensar en otra cosa ni en nadie, salvo que de esta no salíamos, mezclado con un sentimiento de absoluta irrealidad y de conciencia de la fragilidad de la vida, es solo cuestión de suerte o más bien de mala suerte, de estar en el sitio equivocado. Calculamos que aquello duró más de un minuto, que se hizo eterno", cuenta Cecilia Ballesteros en El País.

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“He vivido otros sismos, pero ninguno como este. De repente, de pronto, de golpe, sin escuchar ningún tipo de alarma, el piso empezó a temblar, a moverse, a trepidar, a oscilar, a todo lo que uno se pueda imaginar, al tiempo que veía cómo mis libros, mis objetos, mi vajilla, mis muebles, toda mi vida se desbarataba, se desmoronaba ante mis ojos”.

Así es como Cecilia Ballesteros relata para El País de España como vivió la tarde del pasado 19 de septiembre en la colonia Condesa, una de las zonas de Ciudad de México más afectadas por el terremoto 7.1 Richter que sacudió a la nación norteamericana.

Cecilia, que se encontraba en su departamento con dos albañiles,  recuerda que “el horno se desprendió y saltó disparado, impactó en el centro de la cocina y el frigorífico, que estaba empotrado en un hueco, avanzó unos pasos y se giró completamente. Era como vivir una escena de Poltergeist”.

Tal era el horror referido, que Cecilia Ballesteros dice que tuvo suerte de no estar sola. “Junto a Pascual, uno de los albañiles, nos pusimos bajo el quicio de la puerta de la calle, que sujetábamos con todas nuestras fuerzas, para impedir que se cerrase sobre nosotros y nos aplastase, mientras que Victor Manuel, como si fuera un maestro de yoga y que había vivido el trágico terremoto de 1985, parapetado bajo la puerta de la cocina, nos iba dando instrucciones. “Tranquilos, tranquilos. Ya está pasando. Cuidado, no acabó. Ahora viene la réplica””.

Y lo que veía Cecilia -narra- no sólo acontecía al interior del hogar. Al mirar hacia la calle, los edificios dibujaban movimientos que los hacía semejantes a juncos.

“No hubo ruidos, como se escuchan otras veces. No pude pensar en otra cosa ni en nadie, salvo que de esta no salíamos, mezclado con un sentimiento de absoluta irrealidad y de conciencia de la fragilidad de la vida, es solo cuestión de suerte o más bien de mala suerte, de estar en el sitio equivocado. Calculamos que aquello duró más de un minuto, que se hizo eterno”.

“Ya en la calle – rememora- me dio un ataque de llanto. En el camellón de enfrente del edificio estaban todos los vecinos, en estado de shock. La gente, arremolinada, me reprochaba que hubiera tardado en bajar por si me agarraba una réplica porque lo mejor era estar en la calle. La tienda de enfrente, La Europea, un establecimiento de delicatessen, empezó a repartir pan entre los vecinos. La angustia paso a ser la de la imposibilidad de llamar a amigos y familiares porque los celulares no funcionaban, todos intercambiaban los aparatos a ver si alguno de ellos tenía cobertura. No sabía nada de mi familia ni ellos de mí. A 50 metros de donde estaba, la fachada de un edificio se desplomó sobre un coche. No pude ver si había gente dentro. Algunos vecinos encendieron las radios y empezó el goteo de informaciones sobre edificios desplomados en la zona, gente atrapada entre los escombros y la formación de comandos de ayuda”.

Entonces es que Cecilia Ballesteros dice que fue “cayendo en la cuenta de que Condesa y la cercana colonia Roma Norte, en pleno centro de la ciudad, eran la zona cero esta vez. La prioridad era saber si mis compañeros del periódico y el resto de mis amigos mexicanos estaban bien. Por fin, entraron algunas llamadas, pero el miedo no se va del cuerpo tan rápido”.

Transcurridas las horas, como pasa con las tragedias, dice que comenzó a enterarse de “gente que lo había perdido todo”, de que “el número de muertos no paraba de subir” y de “la desesperación de personas que no sabían nada de sus familias”.

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