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Opinión

30 de Septiembre de 2017

La comunidad improvisada

El escritor y profesor chileno Emilio Gordillo, autor de Croma e Indios Verdes, vive en Ciudad de México hace un buen tiempo. El fuerte terremoto del 19s lo pilló ahí. Desde ese día, está recorriendo los barrios más afectados para entregar ayuda junto a un grupo de personas que se ha articulado en torno a cuadrillas improvisadas. Aquí, una crónica de lo que él ha visto.

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Por Emilio Gordillo, desde Ciudad de México


CONDESA Y ROMA

Fue cruzando Benjamin Franklin, entrando a Condesa, que mi rostro debió cambiar y haberse quedado como aún lo sigo cargando cuando me veo al espejo. Los escombros abarcaban demasiadas calles de Condesa y una multitud ensayaba organizaciones en varias esquinas, la mayoría eran jóvenes –los mismos que el Estado y sus mediciones erróneas habían contabilizado como apolíticos-, que ocupaban su lugar en cuadrillas improvisadas, creando cadenas para remover escombros aquí y allá. Sobre el camellón que da a la calle Ámsterdam, una chica me pidió apagar el celular: “¡Hay fuga de gas, puedes provocar una explosión!”. Entre la incredulidad y una profunda sensación de ignorancia, sentí ganas de echar a correr imaginando una escena digna de Metinides, el célebre fotógrafo de catástrofes, pero giré, ya al borde de una suerte de caos civilizado, y vi un grupo de gente acarreando víveres de un Superama y a otros cargando garrafones de agua desde un camión. Corrían en dirección a la zona cero, al fondo del camellón, donde asomaban las ruinas del edificio de Ámsterdam, ahora una mole desparramada de fierros y concreto. Creo que nunca había sentido algo así, un umbral de urgencia humana donde ya no hay individuo ni límite con la comunidad; apagué el teléfono y corrí hasta el camión, me eché un garrafón al hombro y seguí a quienes iban rumbo al edificio destruido sobre el cual se veía a rescatistas y civiles. Recuerdo haber pensado en una explosión, pero también algo así como “si toda esta gente trabaja junta aquí, nada de esto puede salir peor”.
El 19 fue un día de ayudar en edificios destruidos, eufóricamente, en comunidad. Pasé por tres en Condesa y Roma, colonias acomodadas en donde ya no valía distinción de clase alguna. La comunidad se articulaba espontánea y urgente entre palas, cascos y miles de manos conformando incontables cadenas humanas, unidas y en vilo a la expectativa de lo más importante: la aparición de la vida entre los escombros, la conservación de la vida frente a la naturaleza, pero también frente a la depredación de la máquina capitalista. Aquel día conocí a Yaheli, pachuqueña cuyo padre nos llevaría, dos días después, hasta Jojutla, epicentro del terremoto.

TEQUIO

Es un concepto acuñado por el intelectual mixe Floriberto Díaz, un modo de servir tan antiguo, como su práctica en comunidades indígenas: “Tequio es, precisamente, la forma de trabajar de un individuo para la comunidad, la que da respetabilidad frente a los demás comuneros. Trabajo físico directo para realizar obras públicas. La ayuda recíproca, el trabajo de mano vuelta. También es trabajo intelectual, esto es, poner al servicio de la comunidad los conocimientos adquiridos en las escuelas ubicadas fuera de ella”.

UN DÍA DESPUÉS
Al día siguiente la guerra informal mostraba sus contornos. El gobierno estorbaba la eficacia de la sociedad civil. Acordonó áreas, limitó el acceso e impuso estrategias de rescate criticadas por los Topos, que ya contaban con la experiencia del terremoto anterior; la clase política intentó replicar eso que Monsiváis criticó el año 85, el “váyanse a sus casas y déjennos trabajar”, pero los medios virtuales y Zello, una app que hace de walkie talkie en tiempo real, permitieron exponer las ineptitudes del gran problema de este país: su clase política, el narcoestado, sobrepasado en la emergencia por la sociedad civil. Así comenzaron los desalojos en la colonia Obrera, con militares y policía, para luego dejar en abandono una fábrica derrumbada que tardó dos segundos en caer y en donde trabajaban inmigrantes indocumentadas. ¿Cómo puede un edificio tardar dos segundos en caer? ¿Por qué a las inmobiliarias y sus agentes en el gobierno les urgió tanto pasar maquinaria pesada sobre edificios donde las cámaras termométricas aún detectaban vida?

LA GUERRA

Esto es una guerra informal. De un lado el modelo neoliberal, su despojo e incapacidad de preservar y cuidar la vida humana y no humana, sus militares y policías, desalojos violentos y máquinas que apuran el paso sobre cuerpos vivos y muertos a fin de borrar pruebas que responsabilicen a las inmobiliarias corruptas; del otro, la sociedad civil, con todas sus contradicciones, subsanando la inoperancia vergonzosa del Estado mexicano y rebasando por mucho su comedia lacrimógena barata coordinada con Televisa. Del lado del tequio, la sociedad civil, resguardando en improvisada comunidad la preservación de la vida en cada ser vivo salvado, en cada comida entregada a las brigadas, en cada mensaje de aliento escrito con plumón sobre los alimentos enlatados, a fin de que instituciones como el DIF o los gobernadores no los acaparen para usarlos a nombre suyo o revenderlos.
La ciudad desbordaba de ayuda. Había que salir a provincia, donde iba la mayoría de los acopios acumulados en la ciudad.

EL CHÁCHARAS
Se llama Rolando Pérez Pérez, pero todo Pachuca lo conoce como El Chácharas. Las chácharas son los cachureos y Rolando ha pasado décadas vendiéndolos de aquí para allá haciendo fortuna, por los mismos pueblos donde ahora, con sus hijas y su yerno, conduce una van repleta de comida y medicinas que ellas han recolectado. Es un comerciante que comprende el tequio sin haber oído jamás de él. Nos lleva a Jojutla, el epicentro del terremoto en Morelos. Tras cuatro horas en carretera llegamos. Jojutla está en el suelo y casi toda su población en las calles. Conducimos entre el caos y nos detenemos a entregar los víveres mientras la gente se amontona. Es difícil mantener un orden. La gente se pelea, pide pañales, comida, lo que sea. Rolando ruega que no se repitan y en tres o cuatro paradas, ya no queda mucho. El vehículo se ha vaciado. Y es entonces, entre la agitación de la multitud, que me asombra ver a Rolando: está pidiendo disculpas por no traer más, saca dinero de su billetera y se lo entrega a la gente. La masa y la devastación dan angustia y desconsuelo, pero El Chácharas promete que va a regresar la próxima semana y yo apenas lo conozco, pero le creo todo lo que dice.

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