“De súbito, el telón es cortado. No sólo eso, también la forma de un ojo es desgarrada por un par de tijeras que transfiguran la realidad. Las percepciones despiertan, detonando un delirio interpretativo, a partir del que se entrelaza un tejido de asociaciones. Surge entonces el peculiar encuentro Hitchcock-Dalí con el propósito de revelar los misterios del subconsciente. Figuras decisivas del arte del siglo XX que, a través de una visión desconcertante de las sensaciones y los pensamientos, desbordan toda experiencia fuera de sus límites”, sostiene.
Para dar más fuerza a su texto, Romero cita a Gilles Deleuze, quien afirma que “introducir la imagen mental en el cine y convertirla en el complementario, en la consumación de las otras imágenes fue, también, la tarea de Hitchcock.”.
Recuerda entrelaza símbolos y signos a través de la maestría del dibujo y la pintura en una puesta en escena que revela una perversión poliforme, dice también el texto.
“Yo tenía la impresión de que si tenían que presentarse secuencias oníricas, éstas debían ser vívidas… utilicé a Dalí por su gran ejecución gráfica. Deseaba presentar los sueños con una gran nitidez y claridad visuales, más precisos que el propio film: las largas sombras, la infinitud de la distancia y las líneas convergentes de la perspectiva”, diría el director de cine.