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Cultura

17 de Noviembre de 2017

Rescatan para el castellano este poema de Hölderlin

El texto "es extraído en realidad no del original manuscrito del poeta, al parecer perdido, sino de la reproducción que hace de éste su amigo Wilhelm Waiblinger, quien redactaría la primera biografía del poeta", dice el poeta y ensayista mexicano, José Manuel Recillas.

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Años atrás, en el sitio La Jornada semanal (www.jornada.unam.mx), el poeta y ensayista mexicano, José Manuel Recillas, presentó un escrito con tres textos de Johann Christian Friedrich Hölderlin traducidos por primera al castellano. “Lo que sabemos de él casi siempre proviene de España, a través de traducciones, casi siempre defectuosas, descuidadas, apresuradas o chambonas –con excepción de las de Jenaro Talens, pero eso nadie, o casi nadie, lo sabe, pues nadie lee a Hölderlin directamente en alemán ni tiene forma de comparar. Como parte de un trabajo de comprensión y aporte al verdadero conocimiento de su poesía es que presento estos tres textos”, es lo que escribe.

Uno de los tres poemas que traduce Recillas es “En el amable azul”. El texto “es extraído en realidad no del original manuscrito del poeta, al parecer perdido, sino de la reproducción que hace de éste su amigo Wilhelm Waiblinger, quien redactaría la primera biografía del poeta”, dice.

“En el amable azul florece con el metálico techo el campanil. Lo circundan los chillidos de golondrinas en vuelo, lo envuelve el más conmovedor azul. El sol lo domina e ilumina las láminas, pero en lo alto la bandera quieta canta en el viento. Y si alguno desciende esas escalinatas bajo la campana, hay una vida en la quietud, pues cuando la figura está tan aislada, entonces la ductilidad del hombre emerge. Las ventanas desde donde resuenan las campanas son como puertas ante el umbral de la belleza. Es decir, puesto que las puertas son ahora como la naturaleza, semejan los árboles del bosque. Pero pureza es también belleza. Un grave espíritu surge al interior de lo diverso. Y tan simple sean las imágenes, sagradas son también, que uno teme describirlas. Los Celestes, empero, siempre benignos, tienen todo a la vez como quien es rico, virtud y felicidad. Es válido que el hombre los imite. ¿Es lícito, si la vida es puro cansancio, que un hombre se asome a mirar y diga: así quiero ser también? Sí. Hasta que la gentileza, pura, se conserve en su corazón, el hombre no se mide infelizmente con la divinidad. ¿Es desconocido Dios? ¿Es manifiesto como el cielo? Esto creo, más bien. Del hombre es la medida. Colmado de méritos, pero poéticamente, reside el hombre sobre esta tierra. Pero la sombra de la noche con las estrellas no es más pura, si me es dado decirlo, que el hombre, que imagen de la divinidad es llamado”.

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