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Cultura

30 de Noviembre de 2017

Artaud y su poema a los enfermos y los médicos

Por

La enfermedad es un estado,
la salud no es sino otro,
más desagraciado,
quiero decir más cobarde y más mezquino.

No hay enfermo que no se haya agigantado,
no hay sano que un buen día
no haya caído en la traición,
por no haber querido estar enfermo,
como algunos médicos que soporté.

He estado enfermo toda mi vida
y no pido más que continuar estándolo,
pues los estados de privación de la vida
me han dado siempre mejores indicios
sobre la plétora de mi poder
que las creencias pequeño burguesas
de que: BASTA LA SALUD.

Pues mi ser es bello pero espantoso.
Y sólo es bello porque es espantoso.
Espantoso, espanto, formado de espantoso.

Curar una enfermedad es criminal.
Significa aplastar la cabeza
de un (torcido para desdoblarlo al nivel oficial) pillete
mucho menos codicioso que la vida

Lo feo con-suena .
Lo bello se pudre.

Pero, enfermo,
no significa estar dopado con opio,
cocaína o morfina.

Y es necesario amar el espanto de las fiebres,
la ictericia y su perfidia
mucho más que toda euforia.

Entonces la fiebre,
la fiebre ardiente de mi cabeza,
–pues estoy en estado de fiebre ardiente
desde hace cincuenta años que tengo de vida–
me dará mi opio,
-este ser-
éste,
cabeza ardiente que llegaré a ser,
opio de la cabeza a los pies.
Pues,
la cocaína es un hueso,
la heroína, un superhombre de hueso.

Ca itrá la sará cafena
Ca itrá la sará cafá.

Y el opio es esta cueva
esta momificación de sangre cava ,
este residuo de esperma de cueva,
esta excrementación de viejo pillete,
esta desintegración de un viejo agujero,
esta excrementación de un pillete,
minúsculo pillete de ano sepultado,
cuyo nombre es:
mierda, pipí.

Con-ciencia de las enfermedades.
Y, opio de padre a higa,
higa, que a su vez, va de padre a hijo.
Y se hace necesario que su polvillo
vuelva a ti cuando tu sufrir sin lecho sea suficiente.

Por eso considero
que es a mí, enfermo perenne,
a quien corresponde curar a todos los médicos
–que han nacido médicos
por insuficiencia de enfermedad–,
y no a médicos ignorantes
de mis estados espantosos de enfermo,
imponerme a su insulinoterapia,
a su salvación de un mundo postrado.

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