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Cultura

29 de Diciembre de 2017

Sabato y la literatura del yo

En las Notas desde el subterráneo, el héroe nos dice: “¿De qué puede hablar con máximo placer un hombre honrado? Respuesta: de sí mismo. Voy a hablar, pues, de mí. Y en toda su obra, Dostoievsky hablará de sí mismo, ya se disfrace de Savroguin, de Iván o de Dimitri Karamázov, de Raskólnikov y hasta […]

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En las Notas desde el subterráneo, el héroe nos dice: “¿De qué puede hablar con máximo placer un hombre honrado? Respuesta: de sí mismo. Voy a hablar, pues, de mí. Y en toda su obra, Dostoievsky hablará de sí mismo, ya se disfrace de Savroguin, de Iván o de Dimitri Karamázov, de Raskólnikov y hasta de generala o gobernadora.

En toda la gran literatura contemporánea se observa este desplazamiento hacia el sujeto: la obra de Marcel Proust es un vasto ejercicio solipsista; Virginia Woolf, Franz Kafka, Joyce con su monólogo interior, William Faulkner, todos ellos tienen la tendencia a mostrar la realidad desde el sujeto. Dice el personaje de Julien Green: “Escribir
una novela es en sí mismo una novela, de la que el autor es el héroe. Él cuenta su propia historia y si se representa a sí mismo la farsa de la objetividad es que es bien novicio o bien tonto, puesto que no alcanzamos
a salir nunca de nosotros mismos”.

Ya en Dostoievsky, que en tantos aspectos es la compuerta de la literatura actual, se observa ese desentendimiento hacia el mundo externo: nunca sabemos del todo si sus personajes, tan absortos en sí mismos, habitan en una hermosa mansión o en un detestable lugar, pocas veces nos dicen si llueve o hay sol, y cuando lo sabemos es apenas por una frase o dos y, además, porque esa lluvia o ese sol forman parte —¡y de qué manera!— de la angustia o de los sentimientos que en ese instante embargan al personaje. El paisaje es un estado del alma.

Siempre ha sido una tarea más bien destinada al fracaso la clasificación de la producción literaria en géneros. En lo que a la novela se refiere, ha sufrido todas las violaciones y, como dijo Valéry con evidente asco, “tous les écarts lui appartiennent” o algo por el estilo. Nuestra época ha sido una nueva exaltación del yo. Una novela de Faulkner se llama Mientras yo agonizo. Otra, El ruido y el furor, pues ya no parecía necesario, ni siquiera conveniente, que el mundo fuese relatado por un novelista omnisciente y omnipotente.

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