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Opinión

24 de Enero de 2018

Arauco tiene una pena y un camino por fuera

Durante tres días un grupo de católicos caminó arduamente 80 kilómetros con un sol infernal, desde La Unión hasta Temuco, para ver al Papa Francisco en su paso por la capital de La Araucanía. Aquí, las impresiones de Pedro Pablo Achondo, el cura de los Sagrados Corazones que participó de la peregrinación. El dolor no vino por el cansancio de la caminata, sino que tras la defensa de Jorge Bergoglio al obispo Barros.

Pedro Pablo Achondo
Pedro Pablo Achondo
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Se nos ocurrió caminar. Todo empezó proponiendo realizar algo distinto. Aprovechando la venida de Francisco, vivir una experiencia novedosa. Y la idea prendió. Prendió en la Parroquia, en la ciudad, entre la gente. Luego de meses de preparación, conversaciones, inscripciones, invitaciones, partimos el domingo 14 de enero desde el Templo Parroquial de La Unión a caminar 75 kilómetros app en tres tramos de 25. Terminamos caminando cerca de 80. Tres días de marcha y un cuarto de vigilia, sin saber mucho como se desarrollaría esta aventura. El grupo era bien heterogéneo: jóvenes, hombres, mujeres, adultos mayores, argentinos, algunos venidos de Santiago y otros de Río Bueno. En total 33 caminantes, algunos que con susto y confianza se aventuraron, pues hace años que no caminaban más de 10 kilómetros.

El inicio fue ruidoso a causa de una jauría de perros callejeros que nos siguió un largo tramo. El ánimo y el entusiasmo nos acompañaron todo el trayecto hasta llegar a una pequeña capillita en Choroico. Allí, junto con la comunidad celebramos el Memorial de Jesús inspirados por una de las frases del Papa: “El alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre”. Primeros 25 kilómetros transitados. Las motivaciones eran diversas, pues siempre uno camina “por algo” o “por alguien” o simplemente por el compartirse con otros, por la aventura del caminar, por lo que “entrar en la ruta” pueda ofrecernos, de difícil, de desafiante y de bello y libre.

El segundo día fue de Choroico a Reumén, un pequeño pueblo cerca de Paillaco. Todo tan sencillo, tan simple, tan insignificante según ciertos criterios. Para nosotros era Evangelio puro: fraternidad, compañía y mística. Éramos los sin noticias, los sin internet, los sin twitter. La ruta fue dura, cada paso sobre el asfalto caliente sintiendo los camiones madereros que nos pasaban velozmente saludándonos con sus bocinas. Rodeados de bosques, a ratos solo de pinos. Cada tanto una buena parada, un mate, galletas, pan, agua. Benditas sombras, tan importantes como la razón por la que hacíamos lo que hacíamos. Nos animábamos unos a otros. Los argentinos nos hicieron bailar chacareras y descubrimos que veníamos con un verdadero Tito Fernández entre nosotros. El tercer día fue lejos el más pesado. El cansancio, el sol y el cuerpo ya comenzaban a reclamar. En algunos casos a gritar. Nos espantó un letrero verde que decía: Máfil 29. Pero la alegría y vitalidad del grupo era más fuerte. La fe se confundía con el entusiasmo y las ganas de llegar con el deseo de encontrarse con el Papa. La memoria de la primera comunidad cristiana, llamada “El Camino”, nos fortalecía y le daba sentido a todo. Aterrizamos cerca de las 18 horas en Padre las Casas. Alguien conectado nos avisaba que cerca acontecía un tiroteo, que la seguridad era fiera, que un helicóptero deambulaba por las alturas. Ello, mientras la ducha era la prioridad, la máxima importancia. Ello, mientras nos conseguíamos una parrilla y carbón para el disco que teníamos preparado. Después de días con hambre ese banquete de carne, pollo y longanizas; cocinadas en un disco con pimentón, cebolla y zanahorias era un anticipo del reino eterno. La mesa era hermosa, la sensación de plenitud y esa especie de preámbulo a la misa en Maquehue generaba un ambiente lindo, vivo, entusiasta, eufórico. A las 23:30 estábamos en un gran círculo, rezando, cantando y agradeciendo todo. Sin peros. Poco antes de las 00:00 emprendimos camino al lugar del encuentro comunitario con el hermano Francisco. Cientos de personas caminando hasta una especie de Woodstock cristiano. Sacos de dormir, gorros de lana, saludos por doquier, cantos, gente, gente y gente. Una animación relativamente buena intentó mantener la vigilia. Algunos nos echamos nomás a dormir. Nos despertó el rocío de las 5:00 y nos volvió a dormir el cansancio de las 5:20. A las 6:20 abandoné el rebaño. Los curas teníamos la posibilidad de subir al presbiterio (la tarima gigante donde estaba el altar). Medio somnoliento me despedí y caminé al amanecer entre la masa, hasta llegar a una carpa VIP con desayuno, frutas, café y cientos de curas conversando y saludándose. Pasaron las horas y el resto ya lo conocen. Arauco tiene una pena y nosotros también. La pena de Arauco el mismo Francisco la compartió. A pesar del silencio obligado de las autoridades ancestrales. Incluso cristianas. La pena nuestra vino después, mucho después. Al día siguiente, cuando percibimos que Barros acaparaba las miradas y se iba robando el mensaje de Francisco. Cuando el mismo Papa no se mostró muy atento al clamor osornino. No obstante, una pena que no alcanza a opacar lo vivido; pena que no oscurece la austeridad compartida, la caminata de resistencia, la esperanza cantada, los abrazos, el cansancio acompañado. En pocas palabras, vivimos cuatro días de humanidad que nos humanizaron. Si es necesario emprender camino para sanarse de la enfermedad eclesial chilensis, hay que hacerlo.

Hay que optar por hacerlo. Con otros, con pocos o con muchos; juntos. El camino nos enseñó –una vez más- que nada ni nadie puede alejarnos del amor de Dios ni de la utopía de un mundo más justo y bello. Me da la sensación que nos fuimos “por fuera”, que llegamos por “al lado” (como los pobres, recalcó un hermano); que al optar por vivir esta visita papal de una manera distinta –Francisco fue solo un pretexto, uno grande, pero pretexto a fin de cuentas- descubrimos más, nos quedamos con más. Sumamos en nuestros caminos de fe y fortalecidos con los ojos abiertos y la esperanza en el Dios de la Promesa, ya no tenemos miedo a la confusión.

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