Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

LA CALLE

5 de Febrero de 2018

¿Cuánto ganan realmente los vendedores de sopaipillas?

Un artículo de prensa aseveró que este negocio podía generar hasta un millón de pesos al mes. A raíz de esto, The Clinic salió a tomarle el pulso al mercado de la comida callejera y conversó con dos comerciantes del rubro: uno aseguró que la cifra es coherente con la realidad y el otro descartó el cálculo, tildándolo de “engañoso”. A pesar de esta diferencia, ambos coinciden en que no hay que marearse con el monto. “Trabajar detrás del freidor es más penca de lo que se cree. Ese es el verdadero costo”, advierten.

Por

“Cuando lo vi me maté de la risa. Fue como esos ranking de pobreza que hacen sin hablar con los pobres”, dice Heber Canales (30), vendedor de sopaipillas que trabaja en la esquina de Alameda con San Martín, en pleno centro de Santiago de Chile.

El nativo de Trujillo (Perú) se refiere a la publicación que realizó un diario de alta circulación nacional el pasado jueves 1 de febrero, en la que detalló el ingreso mensual que generan distintos oficios callejeros. Lo más replicado, por lejos, fue la gran cifra que alcanzaría la venta de sopaipillas: un millón de pesos por mes.

“¿Si es verídica? Para mí no, habría que ver con quiénes hablaron. Yo gano entre 650 y 700 mil pesos mensuales. Al menos así me fue en enero”, asegura Heber, quien divide su día laboral en dos turnos: de 7:00 a 12:00 en el mencionado lugar, y de 16:30 a 23:30 en Lord Cochrane con Alameda.

“Pero hay otro problema”, advierte, “porque si bien uno podría ganar eso en un buen mes, el sacrificio es mucho”.

Sus palabras apaciguan el entusiasmo que generó en más de una persona la cifra revelada: extensas jornadas de trabajo diario, “correteo” de guardias municipales y carabineros, trato petulante de clientes, “la incertidumbre de no saber cómo te va a ir” y “mucho cansancio”.

En su caso el día comienza a las tres de la mañana, cuando despierta para hervir 50 litros de agua destinados a la venta de café que acompaña las sopaipillas. En la cocina de su casa, ubicada en San Diego con Copiapó (Santiago), llena todas sus ollas hasta alcanzar esa cantidad, para luego dirigirse a Alameda con San Martín y echar a andar el negocio antes de las siete.

Pasado el mediodía parte a La Vega para reabastecer la mercadería (masas, aceite, kétchup, mayonesa, pebre y salsa de ajo), vuelve a su casa para almorzar y dormir, y luego se ubica en Lord Cochrane para completar el segundo turno de ventas, hasta las once y media de la noche.

“Si el sol sale muy temprano estoy frito”, dice con ironía para reflejar dos problemas de este trabajo: la alta temperatura que debe soportar entre la exposición solar y la freidora, y la relatividad de su éxito económico debido a la influencia de factores externos, principalmente el clima.

Además, sospecha que el cálculo exhibido por el artículo en cuestión no contempló los gastos básicos que conlleva este negocio, como la compra de las masas, gas y aceite. Estos tres elementos, para Heber, significan un desembolso diario de $33 mil.

“En esta época, con mucha suerte, cierro un buen día con 350 sopaipillas vendidas. Como las vendo a $200, me hago un millón cuatrocientos al mes, pero a eso tengo que restarle mis gastos, lo que reduce casi a la mitad la ganancia. Por eso es engañoso lo que salió”, concluye.


Heber Canales (30), en Alameda con San Martín.

Las masas que utiliza para freír.

La realidad de Pedro Torres (29) es diametralmente distinta. Instalado en Alameda con Cienfuegos, a 500 metros de Heber, asegura que “saco 50 lucas en limpio al día” entre sopaipillas, arrollados primavera y jamón-queso.

“Me dedico a este negocio hace cuatro años, con el objetivo de ahorrar plata y entrar a estudiar topografía. Estoy casi listo”, afirma Pedro, quien también se enteró de la nota de prensa. “En mi caso yo diría que es cierta. Aunque este mes sea flojo, me ha ido bien”.

A diferencia de Heber, compra la masa en Franklin a $45 y recorta gastos con el gas: “me lo consigo más barato. El dato me lo guardo, jaja”. Además, asegura que los arrollados son una inversión ya que cada vez se consumen más.

Su horario laboral también es más acotado. Comienza a las ocho de la mañana y termina a las dos de la tarde. “Durante el año sí me quedó más rato, porque con los universitarios se duplican las ventas”.

“Además para acá no huevean tanto los seguritos ni los carabineros. Más cerca de La Moneda y Estación Central sí paquean. Pero aquí estoy piolita”, asevera.

Sin embargo, cuenta que no es ninguna gracia trabajar como vendedor de sopaipillas. “Sí, lo hago y no me va mal, pero eso no significa que sea un buen trabajo. Trabajar detrás del freidor es más penca de lo que se cree. Ese es el verdadero costo, porque tampoco es agradable dedicarse a esto. En mi caso lo hago solo para poder estudiar”.

“Lo importante es tener las cosas claras. Ganar un palo no lo hace un buen trabajo”, finaliza Pedro, quien a las 13:30 horas comienza a preparar su vuelta a casa, “porque ya vendí lo que necesitaba hoy”. Antes de marcharse lanza una reveladora frase que refleja el desgaste de esta pega:

¿Cuándo seas estudiante, vas a comprar sopaipillas?
-Estai más hueón, jaja. Ni el olor a papas fritas aguanto ahora. No gastaría un peso más en esto.

Testimonios: Esto es lo que ganan quienes trabajan en la calle – The Clinic Online

Entre los trabajos que más realiza este 30% de la población total de ocupados en Chile destacan el acomodador de autos, el vendedor de golosinas, vendedor de sopaipillas, el limpiavidrios y el malabarista, entre otros.

Notas relacionadas