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Nacional

6 de Febrero de 2018

La historia de la familia chilena que dejó todo para salirse del sistema

Álvaro Holuigue (44) y Jessica González (39) cuentan a Paula cómo fue que decidieron dejar de ganar muchas lucas, para comprar necesidades inventadas por el propio sistema, y enfocarse así en disfrutar del tiempo y vida con sus hijos. Elaboran su champú, desodorante, pasta de dientes, entre muchas otras cosas. Viven con el sueldo mínimo y hacen trueque. No hay que "dejarse vencer por las tentaciones de la publicidad que te dicen lo que debes tener o lo que debes hacer", dicen.

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“Elegir vivir con menos” es el título que lleva un reportaje de la revista Paula que da cuenta de la historia de una familia chilena que, cansada del consumismo, ritmo y objetivos del mundo actual, decidió salirse del sistema en el que sólo se trabaja para conseguir más y más plata para de una vez por todas dedicarse realmente a vivir.

Álvaro Holuigue (44) y Jessica González (39) relataron al medio antes citado cómo fue que decidieron dejar de ganar muchas lucas, para comprar necesidades inventadas por el propio sistema, y enfocarse así en disfrutar del tiempo y  la calidad de vida.

La pareja, junto a sus tres hijos, hoy viven en una casa en Cartagena donde cultivan sus propios alimentos, fabrican su pan, elaboran el detergente y los desodorantes, e incluso practican el trueque.

Narran que viven con poco más del sueldo mínimo ($276 mil) e incluso les alcanza para ahorrar. Recalcan, además, que no tienen Isapre ni AFP, y que sólo van al supermercado en contadas ocasiones sólo a comprar papel higiénico, servilletas, arroz y harina. En su casa no hay televisión ni nada de esos elementos tecnológicos que consumen al ser humano.

“Había cosas que no cuadraban y no entendíamos en qué mundo estábamos, donde el único fin de trabajar era ganar plata”, dice Álvaro, quien junto a Jessica en un momento fueron empresarios del campo con 8 mil gallinas ponedoras y varios trabajadores que dependían de él.

En esos años fue tanta su dedicación al trabajo que se vieron en la obligación de contratar una nana, porque ya no les quedaba tiempo para compartir con sus hijos y preocuparse de sus necesidades.

“Salía a las 8 de la mañana a vender a Santiago y volvía a las 12 de la noche. Pasaba por un hipermercado a comprar unos juguetes a mis hijos, a los que solo veía por fotos”, cuenta Jessica, quien al mismo tiempo resalta el impacto que sintió en su interior cuando advirtió que al llegar a su casa sus hijos sólo le preguntaban “¿Qué me trajiste?”.

“Sentí que había cambiado tiempo por plata”, afirma Jessica con pena.

Cuando en 2007 el negocio en el campo se fue a las pailas por diversas razones, Álvaro trabajó como contratista para mantener ese estilo de vida.

“Una vez fuimos al supermercado y nos salió una cuenta de 180 mil pesos, y ¿qué llevábamos?, nada que realmente necesitáramos”, reflexiona ahora.

Su pega como contratista lo consumía a tal punto que ya no pasaba tiempo con la familia: “Seguíamos en el sistema para generar y generar lucas”.

Jessica, en tanto, trabajaba como vendedora de ropa en un mall, hecho que fue ahondando esta crisis familiar, “y todo por mantener un estilo de vida que nadie nos estaba pidiendo tener”.

El punto de quiebre en esta historia llega en 2013 cuando Jessica decide tomar sus cosas e irse con sus hijos a Isla de Pascua sólo por el verano. Allá, cuenta, recogía de la basura los muebles y utensilios. Los niños andaban todo el día sin zapatos, íbamos a la playa después del colegio, jugaban felices y sentía que me estaba haciendo cargo de mi vida”.

Mientras ella se acostumbraba a este posible cambio de vida, a Álvaro le costaba por esta presión de seguir generando lucas para mantener a la familia.

Y fue entonces cuando Jessica regresó de la Isla de Pascua que se produjo el quiebre, puesto que ella ya había dejado de lado la necesidad de acumular dinero. Le dijo a Álvaro que no quería que sus hijos estudiaran en colegios tradicionales donde usan “chaqueta y corbata”, ya que debían ser libres.

Álvaro decidió embarcarse en esta nueva forma de mirar la vida y le dijo que en Cartagena había un colegio que impartía educación alternativa. Aquí se generaría el cambio de mentalidad de Holuigue, ya que a medida que visitaba la casa de Cartagena (del año 1948 con 95 metros cuadrados) para realizar distintos arreglos, se daría cuenta que estaba perdido en la pega.

Un día se quitó las cadenas y le dijo a su mujer: “‘Ya no quiero ser más contratista, me quiero salir del sistema, no quiero seguir trabajando así, quiero hacer lo que me gusta’”.

Fue así como Álvaro se fue a vivir a Cartagena para realizar clases de Biología en un colegio, estudiar permacultura y hacer jardines. Lo que siempre quiso hacer.

En su actual estilo de vida resaltan que no tienen autos y que sólo se movilizan a pie o en bici. No salen a comer a restaurantes y su vestimenta la adquieren en la feria. “Solo necesitamos aceite, papel higiénico, servilletas, arroz y harina. Leche prácticamente no tomamos”, contestan cuando la revista Paula les pregunta por sus razones para ir al supermercado. El pescado lo consumen una vez a la semana y comen dos kilos de pollo al mes.

No hay que “dejarse vencer por las tentaciones de la publicidad que te dicen lo que debes tener o lo que debes hacer”, aconsejan, mientras detallan que en su hogar quitaron todo el cemento del patio para cultivar y obtener verduras o frutas.

Además, intercambian maceteros de yerbas medicinales por legumbres, miel, huevos, etcétera.

Por si esto fuera poco, el reportaje consigna que esta familia elabora su champú, desodorantes, pasta de dientes, entre muchas otras cosas.

Respecto a la educación de sus hijos, comentaron que la mayor está en un colegio virtual, su hijo va a una escuela rural donde estará rodeado del campo que tanto ama, mientras que la menor asiste al colegio Presidente Aguirre Cerda.

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