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Opinión

8 de Marzo de 2018

Columna: Miss Reef, Bellolio y la deshonestidad intelectual

Por Antonia Orella Guarello* Según el académico de la Universidad Adolfo Ibáñez Cristóbal Bellolio, en su columna “Miss Reef y feminismo”, hay una idea común entre la educación que los talibanes le entregan a las niñas y las razones que entregó la empresa Reef para dejar de organizar su concurso de potos. Enarbola, por ejemplo, […]

Antonia Orellana Guarello
Antonia Orellana Guarello
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Por Antonia Orella Guarello*

Según el académico de la Universidad Adolfo Ibáñez Cristóbal Bellolio, en su columna “Miss Reef y feminismo”, hay una idea común entre la educación que los talibanes le entregan a las niñas y las razones que entregó la empresa Reef para dejar de organizar su concurso de potos.

Enarbola, por ejemplo, la molestia que expresaron algunas ex participantes de Miss Reef. Al respecto conviene informarle al académico que no existe ninguna ofensiva feminista organizada contra ellas, que se sepa. Que, como seres humanos, somos un grupo diverso y no hay nada de malo en que discrepemos y discutamos entre nosotras. No vamos a opinar igual solo porque somos mujeres.

Ante sus insinuaciones sobre los problemas del cuerpo y el deseo, cabría informarse de que los feminismos han tenido una relación virtuosa con la sexualidad de las mujeres: buena parte de la “revolución sexual” de los años ‘60 obedeció al hoy demonizado feminismo radical estadounidense. Desde muy temprano se desarrolló la pregunta por la libertad sexual y las ataduras morales y legales sobre las mujeres. Hasta el día de hoy peleamos por nuestros cuerpos, por ejemplo, con la lucha por la legalización del aborto.

Desde que surgieron las distintas expresiones feministas se han mezclado las cosas del cuerpo y la mente, porque buena parte de nuestras condiciones obedecen únicamente a nuestra diferencia sexual.

Por otro lado, también cabría pedir que un académico pudiera estar informado, quizás, de que uno de los principales debates que hoy separan aguas entre las organizaciones feministas, sus intelectuales y sus referentes tiene que ver con la prostitución, que es la pregunta profunda respecto a la “autocosificación”: si el cuerpo puede ser mercancía.

Ahí, si estudia el debate, encontrará un mundo de diferencias, algunas de las que se han reflejado en este diario por la columnista Constanza Michelson o la entrevista a la dirigente sindical de prostitutas y peronista Georgina Arellano.

El texto del profesor Bellolio sigue una línea de argumentos que los diversos feminismos ya han identificado como una tendencia a la hora de las discusiones públicas que enfrentamos. Es una línea que mezcla displicencia, falta de rigor y deshonestidad. Guión calcado de Argentina cuando se eliminó el mismo concurso hace dos años, con analogías feminismo/talibanes y falacias de “mujeres de paja” por doquier.

No se entiende en qué momento los argumentos entregados por la gerenta de márketing son abrazados o influenciados por el feminismo. Las preocupaciones están lejos de Miss Reef. Los principales referentes políticos, académicos y organizativos en cuanto a la violencia contra las mujeres están abocadas a asuntos profundos como la educación sexista, los efectos del futuro TPP para las mujeres trabajadoras o cambios legislativos a nuestras deficientes normativas. No se registra ninguna preocupación especial por el concurso.

El comunicado entregado por la ejecutiva de Reef Isabella Guido decía que el fin del concurso obedecía a un cambio de estrategia comercial mundial de la empresa. Se olvidan, parece, que esto es un asunto de relaciones públicas, márketing y publicidad.

Desde 2005 Reef pertenece a la corporación VF, que es dueña también de North Face, Jansport y Timberland, cambiando progresivamente su estrategia publicitaria hacia algo más cercano a las otras marcas: un estilo de vida, amigable con el medio ambiente, una estética suave lejos de la estridencia del anterior concurso en la playa de zorrones. El público de Reef es adolescente y lo cierto es que lo que la juventud considera “cool”, ese objetivo eterno de identificar para los publicistas, ya no es lo mismo que en el 2000, cuando se realizó por primera vez el concurso en nuestro país.

¿Es ese cambio de percepción respecto al concurso un avance del feminismo? Se puede argumentar en dos formas y es ahí cuando el profesor Bellolio flaquea nuevamente. A nivel público la violencia de género es menos tolerada. Al menos eso es lo que dicen los medios, los columnistas, los periodistas hombres, los lotes de escritores y artistas y algunos políticos. “¡Ya no se puede decir nada!”, reclaman. La menor tolerancia en los aspectos discursivos y estéticos a la violencia contra las mujeres podría ser interpretado como un avance. Sin embargo, esto es consistentemente contradictorio con las cifras de violencia de género. Contra una retórica que intenta decir que las nuevas generaciones “son menos machistas”, de los 65 femicidios perpetrados 23 tuvieron como víctimas a mujeres, niñas y adolescentes menores de 30 años, sin contar suicidios como el de Antonia Garros.

Hay una brecha entre lo que se percibe como aceptable o no y lo que realmente ocurre. Puede ser, quizás -locuras que se nos ocurren- que la “obsesión” del feminismo con la violencia de género tenga que ver con que a décadas del establecimiento de mecanismos internacionales y estatales para eliminar todas las formas de violencia hacia la mujer las cifras aumentan en la mayoría de los países, cosa que es o problema del instrumento o signo de otro tipo de crisis que hay que analizar.

Mientras tanto, nuestra intelligentsia estudia el asunto con la deshonestidad intelectual y falta de rigor propia de quien ve asuntos de segundo orden. Al igual que en las páginas y páginas escritas a propósito de la “dictadura de lo políticamente correcto” se parte por realizar asociaciones antojadizas entre ofensivas conservadoras o decadencia de tradiciones machistas y las prioridades del feminismo. Ocurrió con la patética escandalera por el retiro de un cuadro de una galería en Manchester, a todas luces una operación de marketing de la curadora, que mediante no se sabe qué operación mental compleja terminó siendo una “ofensiva del feminismo” – ese monstruo sin cabeza identificable porque siempre se lo menciona así, al aire, sin mayor evidencia- contra el arte.

Lo único que se pide es un poquito de rigor. Tenemos discusiones interesantes por delante donde los intelectuales podrían aportar. Sobre la eficiencia de la estrategia penal punitiva como única vía contra la violencia de género, por ejemplo, o el debate en torno a la experiencia estética, el artista y la obra. O algo mucho más preocupante como el avance de gobiernos conservadores y fanáticos religiosos en la región. No podemos como feministas responder por una u otra usuaria de Twitter. Tampoco nos corresponde defender las operaciones de marketing. Vivimos en Latinoamérica. Las mujeres tenemos muchas más urgencias. Si no es mucho pedir, estúdienlas.

*Periodista y feminista.

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