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Opinión

15 de Marzo de 2018

Columna de Cristóbal Bellolio: Maestra Chasquilla

A una semana de terminar su mandato, Michelle Bachelet cumplió parcialmente su promesa de dotar a Chile de una nueva Constitución. Parcialmente, porque lo que hace es apenas enviar un texto al Congreso, donde su pronóstico no es muy auspicioso. El gobierno de Sebastián Piñera no moverá un dedo para que la Constitución de su […]

Cristóbal Bellolio
Cristóbal Bellolio
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A una semana de terminar su mandato, Michelle Bachelet cumplió parcialmente su promesa de dotar a Chile de una nueva Constitución. Parcialmente, porque lo que hace es apenas enviar un texto al Congreso, donde su pronóstico no es muy auspicioso. El gobierno de Sebastián Piñera no moverá un dedo para que la Constitución de su archirrival vea la luz. En lo que alguna vez se llamó Nueva Mayoría tampoco se palpita un entusiasmo desbordante. El Frente Amplio, por su parte, entiende que este documento equivale a enterrar la idea de una asamblea constituyente de verdad. Por lo demás, eso de que hay que tener más de cuarenta para postular a la presidencia es una afrenta directa a una coalición cuyas principales figuras quedarían bajo el umbral. En resumen, este feto tiene cara de inviable.

Nada que le quite el sueño al bacheletismo. Para ellos, lo importante era cumplir. Poner el check. Decir “lo hicimos”. Que aparezca la firma de la jefa. Lo que pase de aquí en adelante es problema de otros. Porque, la verdad sea dicha, el mundo neo mayorista nunca comprendió a cabalidad el espíritu del momento constituyente. Es cosa de recordar las palabras del entonces líder socialista Osvaldo Andrade: “a mí me interesa este debate desde el punto de vista del producto, no del método… Lo que queremos es cambiar la Constitución, no hacer una discusión académica”. Es decir, el bacheletismo se obsesionó con la idea de parir un nuevo texto sin entender que nuestros problemas de legitimidad constitucional eran justamente procedimentales. Había que tomarse el tiempo necesario para discutir distintas alternativas metodológicas. La academia, a propósito de los dichos de Andrade, estaba en pleno proceso de brainstorming cuando la presidenta ya estaba lanzada en su cruzada personal. La ansiedad constituyente del bacheletismo conspiró contra un final feliz.

Lo mejor del proceso constituyente fueron precisamente los encuentros locales donde varios miles de compatriotas metieron algo de tiempo, ganas y seso. De manera inédita, nos juntamos a conversar entre amigos y vecinos sobre los principios que debieran fundar nuestra convivencia política y sobre las instituciones llamadas a encarnarlos. Una catarsis constituyente, un malón de ciudadanía, una poesía democrática. La codificación posterior daba un poco lo mismo. Lo importante era abrir la válvula de la participación. No la minuta de conclusiones. La clave estaba en el procedimiento, no en el contenido.

Por supuesto, que la relativa magia que hubo en ese empeño se haya desvanecido no es culpa exclusiva del gobierno. La derecha -salvo Evópoli- no aportó en nada. Parte de la izquierda -incluyendo al movimiento Marca tu Voto- seguía condicionando el proceso a que el resultado reflejara sus preferencias ideológicas. La agenda se fue por otro lado y cada día tiene su afán. Y así pasaron los meses. De pronto, como quien saca un conejo del sombrero, Bachelet anuncia que la Constitución ya está lista. No solo eso: que se trata de un “salto gigantesco en nuestra sociedad, que nos pone a la altura de los países más desarrollados del mundo”. De no creer tanta maravilla. La presidenta llegó a decir que ahora sí que sí tendríamos herramientas para hacer efectivos nuestros derechos (¿no es justamente eso lo que hacen los actuales recursos de protección y amparo?). A la Piñera, le faltó decir que era el mejor texto de la historia. En lengua vulgar, Bachelet terminó por contagiarse de esa mala práctica de tirarse peos más arriba de la cintura.

Es entendible que, en el epílogo, el gobierno quiera transmitir la sensación de que lo hicieron espléndido. Pero hay algo que no calza. La primera vez que abandonó La Moneda, Bachelet exhibía cifras de aprobación tropicales. Esta vez, un poco menos que tibias. La algarabía está saliendo un poco forzada porque no está en sintonía con la indiferencia de la mayoría de los chilenos. Esta observación no desconoce los significativos avances que significó el gobierno de la Nueva Mayoría. No son pocos. Varios, especialmente para profundizar la democracia y ampliar derechos civiles, se caían de maduros. Varias pelotas estaban dando bote en el área chica y Michelle Bachelet las echó adentro. Es muy posible que los libros de historia sean benevolentes respecto de los últimos cuatro años. En lo personal, creo que no fueron tan buenos como su fanaticada sugiere ni tan malos como la derecha insiste.
Pero el caso de la Constitución en los descuentos pone de manifiesto un cierto patrón. Como lo que ocurrió con reforma tributaria prometida: quedó mal hecha. Lo suyo sale barato, pero lo barato cuesta caro porque hay que entrar a picar. Muy maestra será Bachelet, pero es una maestra chasquilla.

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