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Mundo

15 de Marzo de 2018

La prostitución, la excepción patriarcal

Hablamos de violencia sexual, de cosificación, de misoginia y de otras formas de violencia en la que excluimos a la prostitución… ¿Tanto se habrá colado el discurso de la industria del sexo?

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Texto de Graciela Atencio publicado en el medio asociado Ctxt.es

Antes de encender la televisión y ver Salvados, que aborda en su último programa una de las violencias machistas más devastadoras de la sociedad humana global, pienso que socialmente nos atrevemos a hablar de la trata con fines de explotación sexual pero no de la institución patriarcal más antigua que la sostiene: la prostitución. Es peligroso el momento histórico que vivimos en España y en el mundo, con la irrupción del movimiento feminista como un sujeto político fuerte y potente que lo cuestiona todo: el Estado, el capitalismo salvaje, el colapso ecológico, los cuidados, el reconocimiento y sanción de las violencias machistas y tantos otros temas centrales en la sostenibilidad de la vida. ¿Por qué es peligroso? Porque el sistema patriarcal encuentra en cada momento histórico rearmarse y volver a fortalecerse. Lo cierto es que parte de la estrategia del rearme patriarcal en el siglo XXI está en la preservación y legitimación social de la prostitución y si no la ponemos en el centro, ya no solo del debate feminista, sino en el centro del debate sobre la sostenibilidad de la vida, probablemente dejaremos avanzar y crecer a las mafias transnacionales de la trata –incluso más fuertes y con mayor poder que los propios Estados- y las consecuencias que esto conlleva: la deshumanización, la proliferación de las violencias machistas como producción pandémica de las sociedades capitalistas contemporáneas y un genocidio particularizado en el feminicidio del sistema prostitucional (mujeres asesinadas por puteros, proxenetas y traficantes con fines de explotación sexual).

Hoy por hoy, la prostitución es inseparable de la pornografía y por ende, del nexo que conecta y retroalimenta a ambas: la industria del sexo. La trata de personas con fines de explotación sexual es solo la cara más despiadada y la línea que separa a la prostitución ilegal (la trata) para proteger a la prostitución legal y el proxenetismo, pero ambas son caras de una misma moneda. La trata, ese crimen intocable de la fratría masculina en el poder, funciona como la reproducción masiva de la prostitución (industria del sexo) y coloniza sociedades desde una especie de multinacional protegida por los Estados. Esa línea de protección, a su vez, sirve para que la prostitución legalizada o alegal (como es el caso de España) y el porno, expandan su consumo y con ello, también dichas actividades se convierten en medios de propaganda de la prostitución, medios que contienen el mensaje y modifican el significado de lo que es la prostitución hasta convertirlo en cool, guay, atractivo y deseable, un “derecho humano”, un “trabajo digno”, un “derecho laboral” que hay que defender (por deconstruirlo con la mirada de Marshall McLuhan).

El debate ya no se centra en legalizar la prostitución a nivel global sino en convertir a la trata en una industria totalmente legal y el proxenetismo en una actividad empresarial en la que también deben participar las mujeres en su camino hacia la igualdad (igualdad para ser proxenetas); de hecho el discurso del lobby de la industria del sexo es utilizado aquí en España y en América Latina, por cierto activismo de los “derechos de las trabajadoras sexuales” como eufemismo de captación y explotación sexual de mujeres. Existe toda una neolengua bien articulada, que ha entrado en la academia feminista y también se la han apropiado organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional. En la era de la posverdad, se trata de un auténtico vaciadero de significantes relacionados a la prostitución, no solamente para legitimar el término “trabajadora sexual”, sino otros muchos términos como “el consentimiento”, clave en la industria del sexo que lo tergiversa para justificar la trata. En el Protocolo de Palermo se especifica en el artículo 3 que el consentimiento dado en una situación de vulnerabilidad no se tendrá en cuenta (sin embargo, en el discurso perverso del proxenetismo, si la mujer captada consiente aunque sepa de antemano que va a ser víctima de una serie de abusos, y firma un contrato y da su consentimiento, entonces ya no hay trata).

La industria del sexo también impregna su propaganda en los grandes medios, en programas de televisión, radios, artículos en periódicos… expandida por youtubers e influencers y así llegamos a mensajes como el del “porno ético”, “sin putas no hay feminismo”, “ni abolición ni regulación, derechos para las trabajadoras del sexo” o que se eduque sexualmente a través del porno (cuando el porno hegemónico es porno duro, es decir, explotación sexual, cosificación y vejación hasta llegar a su máxima expresión con la violación y otras formas de tortura sexual).

¿Cuál es el límite de la expansión de la prostitución y sus derivados, la trata y el porno? Todavía no lo conocemos pero sabemos que es uno de los más rentables del planeta: cuerpos de mujeres (materia prima) explotables y desechables en diversas cadenas de producción, con enormes beneficios económicos para las élites del poder patriarcal. También parece que el límite de su expansión no se lo pueden poner los Estados, ni los partidos políticos, ni los medios de comunicación, ni la academia ni movimientos feministas. No todavía. Pero el movimiento feminista cumple un papel clave en desenmascarar a la industria del sexo y el proxenetismo. Históricamente, el movimiento feminista ha sabido deconstruir al patriarcado, ha sabido resistirlo y encontrar caminos de lucha hacia la igualdad real entre hombres y mujeres. Hemos dado pasos gigantes en tres siglos y ahora toca dar uno clave, porque en este paso se libra la principal batalla para que las mujeres podamos ser individuos y sujetos de derecho en total igualdad con los hombres: erradicar la prostitución.

Dejémonos de ser embaucadas y embaucados por dicotomías y eufemismos posmodernos (que también proliferan en artículos académicos): “prostituciones (por eso de que existe una prostitución buena y una prostitución mala)”, como el capitalismo bueno y el malo o el putero bueno y el putero malo, el empresario del sexo y el proxeneta, víctima de trata y trabajadora sexual autónoma.

Atrevámonos a abrir la caja de la barbarie que existe alrededor de la trata, la prostitución y el porno, dulcificados por ese actor perverso e invisible que es la industria del sexo.

Nos rasgamos las vestiduras y hacemos campañas contra la cosificación de las mujeres en anuncios de publicidad o en medios de comunicación pero nos olvidamos de las prostituidas en las calles que ofrecen sus servicios en webs y periódicos y muestran sus cuerpos como meros objetos y mercancías.

Nos escandaliza y con razón que una directora de cine, actriz y escritora como Leticia Dolera, haya tenido la valentía de denunciar el acoso sexual por parte de un director de cine, pero no reparamos en el acoso sistemático que sufren las mujeres en la calle, por puteros, policías o dentro de los prostíbulos, en los que los hombres tienen barra libre para sobar culos y tetas.

Tampoco nos escandaliza que la explotación sexual dentro de los prostíbulos sea tan difícil de demostrar y que a diferencia de otras explotaciones laborales, caiga solo sobre la víctima el peso de la denuncia.

El caso de La Manada de los Sanfermines causó un inmenso revuelo social, pero: ¿hemos profundizado en que la fuente de inspiración de los cinco jóvenes que violaron a una joven, está en el gangbang, un tipo de porno que fascina y una práctica del consumo de prostitución? Las Manadas también están dentro de los prostíbulos, usuales entre futbolistas y otras tribus de puteros. ¿Por qué esas manadas no nos espantan?

¿Por qué a algunas personas les extraña que Amelia Tiganus, una activista de derechos humanos de las mujeres, que ha sobrevivido a la trata y a la prostitución, defina a los prostíbulos “campos de concentración exclusivos de mujeres”?

Hablamos de violencia sexual, de cosificación, de misoginia y de otras formas de violencia en la que excluimos a la prostitución… ¿Tanto se habrá colado el discurso de la industria del sexo que nos impide reconocer a la prostitución como una violencia machista?

Si es así, valdrá la pena prender la llama de la revolución del discurso político antes que nada. Y para eso, primero tendremos que sacar a la prostitución del lugar de la excepción patriarcal. Tal vez así podremos empatizar con las miles de víctimas invisibles en España que no tienen la oportunidad de contar su experiencia dentro de los campos de concentración como ha podido hacerlo Amelia Tiganus en Salvados. Tal vez así podamos arrinconar al sistema prostitucional para que de una vez por todas comience su fin. El camino es largo. Pero, aquí y ahora, bien vale la pena que el movimiento feminista tenga en su agenda política ese objetivo.

Graciela Atencio es periodista y directora de Feminicidio.net

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