Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

31 de Marzo de 2018

Columna de Alex Aillón Valverde: Algunas divagaciones para una justicia poética

Por supuesto, esta justicia es algo que no veremos ahora, y me temo que ni antes o después de La Haya, pero que la intuimos, que la sentimos cierta.

Alex Aillón Valverde
Alex Aillón Valverde
Por

En estos tiempos de exaltado ánimo marítimo, pensaba en un episodio que quizás muchos de mis compatriotas y de los hermanos chilenos no recuerden o conozcan.

Ocurrió durante la toma de mando de Michelle Bachelet, el año 2006. Una cantante indígena boliviana actuó para una audiencia colosal en la Plaza de la Constitución de Santiago de Chile, donde interpretó el Canto a la Gaviota, obra en la que su voz simula el vuelo del ave marina y el anhelo del pueblo boliviano por recuperar una salida soberana.

El nombre de esta mujer con el poder de convertirse en montaña, río, árbol y gaviota es Luzmila Carpio: una niña que salió de los linderos de la comarca oral de su ayllu Panakachi, en el altiplano boliviano, para descubrir el mundo –ese mundo que para ellos siempre fue bien ancho y ajeno–, solo con un charango y su prodigiosa voz.

Pues bien, Luzmila Carpio es el símbolo de muchas cosas para mucha gente, entre ellas la defensa de la madre tierra, la resistencia milenaria de las culturas originarias, además de la protección del gran valor de la lengua materna y de las cosas sencillas del mundo y de la vida en comunidad.

Ahora que nuestros países y sus representantes se encuentran nuevamente frente a frente en los tribunales de La Haya, buscando tener la razón a toda costa –o toda la costa con o sin razón–, se me ocurre que Luzmila también representa a esa gran minoría de los que creemos en otro tipo de justicia.

Una justicia que remedie nuestras diferencias desde la hermandad y no desde la imposición o la fuerza. Una justicia extraña, lejana, casi inconcebible en estos tiempos de encendida y agresiva retórica “diplomática”: una justicia poética.

Por supuesto, esta justicia es algo que no veremos ahora, y me temo que ni antes o después de La Haya, pero que la intuimos, que la sentimos cierta.

Por supuesto, cuando pienso en este tipo de justicia no pienso en la clase propietaria, empresaria y gobernante chilena, sería imposible, porque el ejercicio de la solidaridad, como lo dijo alguna vez Eduardo Galeano, es un ejercicio de la humildad que te enseña a reconocerte en las cosas más pequeñas. Tampoco pienso en Evo ni en la clase dirigente de mi país porque quizás y muy probablemente, están sumidos también en cálculos muy particulares.
Pienso, como pensé en aquél artículo que escribí hace casi tres años en The Clinic, con ocasión del primer encontrón de nuestros países en La Haya, en otro tipo de gente.

Pienso en gente como Pedro Lemebel quien, en un gesto de ternura definitiva, nos regaló su metro cuadrado de un mar que, quizás, como me lo aclaró mi amigo y escritor Marcelo Mellado, poco o nada le pertenece al pueblo chileno; pienso en el viejo Mario Benedetti que nos dio un boliviano con salida al mar con la capacidad de hacernos creer en las sirenas; pienso en gente como Luzmila, que tuvo el coraje de mutar en gaviota para enseñarles a nuestros hermanos chilenos la dimensión milenaria de nuestra cicatriz, luminosa y triste.

Pienso en la gente sencilla, en todos los que, a través de su solidaridad, comparten con nosotros desde diferentes escenarios y rincones de Chile; la certeza de que hay una justicia más allá de esta justicia, y sufren ataques y persecuciones (como el músico popular, Florcita Motuda, en Curicó), por quienes no pueden entender que existe, que debe existir, que es necesario que exista, un espacio donde la vida, pura y simple, nos acerque y no nos divida.
Pienso que es imposible para la conciencia de nuestros pueblos –por más esfuerzo que las narrativas históricas verticales y nacionalistas lo hayan intentado–, negar que aquí se cometió una injusticia y que hay que repararla. Más aún para la conciencia de un pueblo hecho de poesía, como es el pueblo chileno.

Al final es posible que el Tritón de La Haya toque su cuerno final no para que las aguas de este mar picado del conflicto marítimo se calmen, sino para que se eleven con mayor furia y echen a volar a los gigantes.
Pero qué importa. Es lo que hay. ¿Justicia poética? No jodas, Aillón. Demasiada literatura. Cuidado, te pueden linchar.

Notas relacionadas

Deja tu comentario