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Cultura

6 de Abril de 2018

Alain de Benoist, escritor: “Macron es un liberal autoritario”

En Francia yo definiría a Macron como un ‘contra-populista’: se ha beneficiado paradójicamente del mismo reflejo anti-partidos que Marine Le Pen. Y esto es algo absolutamente inédito. Pero, desgraciadamente, la tendencia de los periodistas es analizar lo nuevo con los instrumentos de lo viejo. Y mirando siempre por el retrovisor dicen: “es el retorno de los años 30”. Pero no: no es el retorno de nada. Marine Le Pen es una persona a la que yo no le encuentro ningún interés porque es una persona muy inculta, pero no va a reabrir los campos de concentración. Y así es como nos distraemos, damos miedo, pero no logramos entender nada.

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Alain de Benoist (Saint-Symphorien, 1943) es uno de los escritores franceses vivos más controvertidos y con más obras a sus espaldas: de sus manos han salido más de un centenar de títulos. En la actualidad dirige dos revistas de pensamiento político, pero sobre todo se le conoce por haber sido el principal ideólogo del think tank que desde finales de los años setenta trata de renovar el pensamiento conservador francés. Aunque durante años ha sido un gran animador del debate dentro de lo que se conoce como la Nouvelle Droite, en los últimos años se le ha visto acercarse a posiciones de lo que hoy llamaríamos “la izquierda”. Alain de Benoist recibe a CTXT en su casa de París para hablar de la actualidad política francesa y de su último libro El momento populista: la izquierda y la derecha se han terminado.

Usted ha escrito recientemente El momento populista: la izquierda y la derecha se han terminado. No obstante, después de lo ocurrido en los últimos meses en la política francesa, con la victoria de Macron y la crisis del Frente Nacional, ¿no cree que el momento populista se está acabando?

No, en absoluto. Escogí la expresión ’momento populista’ porque me parecía que tenía dos ventajas : por un lado permitía decir que estamos viviendo un momento populista, y, por otro lado, que se trata de un momento, y, por tanto, que no va a durar eternamente. ¿Estamos al final de ese momento ? Yo creo que en absoluto, estamos en el corazón de ese momento. El populismo es el fenómeno que disimula una recomposición a gran escala del paisaje político en Europa. Y esta recomposición aún no se ha terminado. Cuando escribí este libro Macron ni siquiera había sido aún elegido, y mi sorpresa es lo rápido que está yendo la reconfiguración del espacio político francés.

El pasado 4 de marzo tuvieron lugar las elecciones legislativas italianas en las que el Movimiento Cinco Estrellas fue el partido más votado y la Liga Norte obtuvo unos resultados excelentes. Parece que la ‘recomposición’ de la que usted habla no afecta sólo a Francia…

En mi opinión, los fenómenos políticos hay que interpretarlos políticamente, o sea con los métodos de la ciencia política. Y cuando se observa lo que ha ocurrido en Europa en los últimos veinte años y ahora aceleradamente lo que se ve es una completa transformación del paisaje político. Esta recomposición se manifiesta a través de dos fenómenos: el crecimiento de partidos que, como no hemos encontrado un nombre mejor, llamamos ‘populistas’, y el hundimiento más o menos rápido de lo que antes llamábamos los ‘partidos de gobierno’. En Francia lo ocurrido en los últimos meses es completamente excepcional: en la segunda vuelta se enfrentaron cara a cara dos candidatos muy diferentes que, sin embargo tenían algo en común : tanto el uno como la otra pensaban que la política no es un asunto de izquierdas o derechas. Y creo que eso es muy relevante porque estamos pasando de una lógica horizontal a una vertical. Los partidos políticos tradicionales se mueven en una lógica horizontal izquierda-derecha, mientras que estos nuevos fenómenos articulan la demanda política según un eje vertical abajo-arriba.

¿Observa esta ‘recomposición’ también en España?

España también es algo particular, aunque tiene el fenómeno del populismo de izquierda con Podemos. Y luego está la cuestión de Cataluña. Para mí no es totalmente diferente: porque las razones por las que aparecen los fenómenos populistas son en cierto modo las mismas por las que algunas regiones pueden pedir su independencia. No hay que olvidar que la Liga Norte, que hoy juega la carta de partido político a escala nacional, comenzó como un movimiento autonomista de la Padania.

Ha mencionado la expresión ‘populismo de izquierda’ y lo cierto es que cuando hablamos de populismo a veces se hacen mezclas un poco paradójicas. Para evitarlo, algunos autores como Chantal Mouffe, proponen distinguir entre un ‘populismo de izquierdas’ y un ‘populismo de derechas’. ¿Está usted de acuerdo con esta distinción o es más bien un modo de tranquilizar la conciencia de la izquierda?

En mi opinión es una distinción que, aunque puede tener alguna utilidad, hoy en día no nos sirve demasiado. En Francia tiene más sentido hablar de centro y periferia. En las últimas elecciones, el 20% de los votantes de Jean-Luc Mélenchon votaron por Marine Le Pen en la segunda vuelta [según las estadísticas: el 11% de los electores de la Francia Insumisa apostaron por la candidata del FN]. No obstante, yo creo que sí que hay dos aspectos que podrían diferenciar un populismo de izquierdas de un populismo de derechas: la política económica y la política de inmigración. Muchos de los partidos populistas de derechas son económicamente liberales, mientras que prácticamente ningún partido populista de izquierda es liberal en la economía. Por otro lado, los partidos populistas de derechas son muy hostiles a la inmigración (y hay que reconocer que esa es una de las razones de su éxito) mientras que los populistas de izquierdas tienen posturas mucho más matizadas a ese respecto. Pero puede que eso esté cambiando: la Francia Insumisa de Mélenchon cada vez se atreve menos a tener un discurso pro-inmigración.

Populismo de izquierda, populismo de derecha, peligro populista, no sé si tenemos muy claro de qué hablamos cuando hablamos de populismo. ¿Qué es el populismo?

El problema es que nadie quiere analizarlo, sólo juzgarlo. En Francia la tónica general es demonizar el populismo y usarlo como sinónimo de extrema derecha y de fascismo. Pero el populismo no es eso. Hay una ideología fascista, pero no hay una ideología populista. El populismo no es una ideología; si lo fuera, no podríamos poner en el mismo grupo a personas como Marine Le Pen, Jean-Luc Mélenchon, Podemos o la Liga Norte. El populismo es un estilo: es una manera de concebir la política de manera más participativa y más directa. En realidad, el populismo es un síntoma. Aparece siempre que la democracia liberal y parlamentaria deja de funcionar, y, muy particularmente, cuando los representantes políticos son considerados por los votantes como personas que no les representan. La base del populismo es una crisis de confianza. Y vivimos en nuestros días una época de crisis generalizada que afecta a los partidos políticos, los líderes políticos, los medios de comunicación, los sindicatos…

En Francia yo definiría a Macron como un ‘contra-populista’: se ha beneficiado paradójicamente del mismo reflejo anti-partidos que Marine Le Pen. Y esto es algo absolutamente inédito. Pero, desgraciadamente, la tendencia de los periodistas es analizar lo nuevo con los instrumentos de lo viejo. Y mirando siempre por el retrovisor dicen: “es el retorno de los años 30”. Pero no: no es el retorno de nada. Marine Le Pen es una persona a la que yo no le encuentro ningún interés porque es una persona muy inculta, pero no va a reabrir los campos de concentración. Y así es como nos distraemos, damos miedo, pero no logramos entender nada.

Usted en su último libro se muestra muy crítico tanto con la izquierda como con la derecha. De hecho, citando a Pierre Manent defiende usted una tesis cuando menos sorprendente, que la derecha ha abandonado la nación mientras que la izquierda ha abandonado el pueblo y que por eso su política se parece cada vez más…

La ruptura entre la izquierda y el pueblo y la derecha y la nación data de hace tiempo y afecta particularmente a las clases populares. Son ellas las principales perjudicadas por este fenómeno. Piensa, por ejemplo, en el abismo que hay entre las capas obreras y los partidos de izquierdas. Esto ha sido muy bien teorizado por autores como Jean-Claude Michéa o Christophe Guilluy. Lo que las clases populares quieren es bastante simple: quieren que se tengan en cuenta sus intereses, sus demandas, y, sobre todo, no sentirse excluidas. Y yo añadiría: no sentirse triplemente excluidas, política, cultural y socialmente.

La nueva geografía social y la gentrificación de las ciudades expulsa a todo lo que no queremos ver (los inmigrantes, los obreros y las clases populares) primero hacia las banlieues y ahora aún más lejos. Hoy en día es esta ‘Francia periférica’ la que se opone a Macron.

Y la derecha hace tiempo que dejó de pensar en el marco nacional y hace tiempo que dejó de ser patriota. Y eso, dejar de pensar en la patria, es algo que también afecta principalmente a las clases populares. El abandono del pueblo por parte de la izquierda y de la nación por parte de la derecha hace una pinza a las clases populares. Y las dos cosas juntas contribuyen al éxito de los partidos populistas.

Describe usted a Macron como un ‘populista paradójico’ o un ‘líder contra-populista’ que sin embargo se beneficia del populismo. Después de casi once meses como presidente de la República: ¿cómo analiza su primer año de mandato?

Es una pregunta muy difícil porque cuando Macron comenzó a hacer campaña mucha gente lo subestimó, yo incluido. Yo pensaba que no era más que un producto de márketing, sin ningún proyecto detrás. Y me equivoqué. Macron es una persona muy inteligente, muy hábil y también muy contradictoria. Es un liberal autoritario. Diría incluso que es un liberal bonapartista. Por un lado, es una persona que cree mucho en la sociedad de mercado, en la globalización y en sus valores (le encanta la retórica de los winners y losers). Pero, por otro lado, está convencido de la importancia de los símbolos y la sacralidad de la República. Quiere volver a darle solemnidad a la práctica gubernamental. A eso hay que añadirle que tiene un control férreo sobre su partido, que se compone casi exclusivamente por amateurs, y por eso se apoya más en sus consejeros que en sus ministros.

En estos primeros meses de gobierno está aprovechando la coyuntura europea para hacer muchas cosas beneficiándose de la debilidad de Merkel y vendiendo la idea de que un liderazgo francés de Europa no es del todo imposible. Y por ahora está funcionando bien. A nivel nacional su acierto se basa en haber logrado reagrupar a todos los liberales de izquierdas y de derechas en torno a un proyecto único. Por ejemplo, pone a Marlène Schiappa (militante feminista) para tratar asuntos como la igualdad entre hombres y mujeres, y a Gerard Collomb en el Ministerio del Interior para agradar a la derecha. Yo soy muy crítico con Macron por el tipo de intereses que representa, pero al mismo tiempo admiro la habilidad que está mostrando. Y creo que esto que me pasa a mí le pasa también a mucha gente.

Durante el mes de marzo, se han producido en Francia las movilizaciones sociales más importantes desde la llegada de Macron al Elíseo. Por un lado, la movilización sintomática de los pensionistas el 15 de marzo. Por el otro, la huelga de los funcionarios y agentes ferroviarios el 22. ¿Pueden estas movilizaciones echar atrás las reformas de Macron? ¿O la recuperación económica permitirá una cierta estabilidad?

Un rasgo curioso de la recomposición política que vivimos en Francia es que, al mismo tiempo que hay razones objetivas para el enfado, no hay una oposición estructurada. Esto se vio muy bien en la reforma laboral impulsada por Macron que, a pesar de su radicalidad, se aprobó por decreto-ley sin que hubiera grandes movilizaciones. Lo mismo también con la reforma educativa: en el pasado las reformas educativas provocaban grandes manifestaciones de estudiantes, mientras que ahora no hemos visto prácticamente nada. Así que estamos en una especie de impasse. Ahora bien, en términos objetivos, yo sí pienso que las clases medias están amenazadas. Primero porque la recuperación económica aún está por ver (nos estamos moviendo en márgenes de 0,8-1,2% de crecimiento económico) y segundo porque Francia tiene una deuda de 2 mil millones de euros y un déficit comercial considerable. Quizás una de las mayores virtudes de Macron es haber comprendido que tenía que hacer las reformas más impopulares muy rápido.

De hecho, una de las cosas que más llama la atención al llegar a Francia es la omnipresencia de los debates sobre inmigración e identidad. La opinión pública lleva casi veinte años hablando obsesivamente de este asunto y, sin embargo, el número de inmigrantes que llegan cada año a Francia apenas ha aumentado desde principios de este siglo. ¿A qué se debe este fenómeno?

En el tema de la inmigración los fantasmas juegan un papel fundamental, aunque tengamos que reconocer que no todo son fantasmas. Francamente, yo no veo ninguna solución a corto plazo. La integración se está produciendo mal. En primer lugar, porque hemos adoptado el derecho de suelo que hace que mucha gente se convierta en francesa sin ni siquiera haberlo pedido. Por otra parte, hay que decir que la inmigración se ha producido de manera demasiado rápida. Porque la inmigración en sí misma no quiere decir nada. Hace un tiempo, hablando con un americano que me preguntaba sobre inmigración, yo le decía que es una cuestión de cifras. Si usted tiene 6 millones de chinos en Estados Unidos, usted tiene una simpática minoría china. Si usted tiene 600 millones de chinos en Estados Unidos, entonces usted está en China.

La inmigración ha sido rápida, ha sido voluminosa y en gran medida la han realizado personas de una cultura sustancialmente diferente a la cultura de acogida, sobre todo si lo comparamos con las migraciones precedentes en la historia de Francia. Por eso el problema de la inmigración actual está indisolublemente ligado al islam en una época en la que, en todo el mundo, asistimos a un ascenso del islamismo político y yihadista, del terrorismo, de los atentados, etc. ¿Cómo quiere usted que no tenga repercusiones? Y cada vez que hay un atentado, la situación se recrudece aún más.

En muchas de sus entrevistas y libros usted se muestra muy crítico tanto con la izquierda como con la derecha a propósito del llamado ‘comunitarismo’ y afirma que se trata de un concepto equívoco, a pesar de ser uno de los términos más utilizados en la política francesa del día a día.

Sí, se usa mucho pero creo que las cosas están muy lejos de estar claras. Primero porque en la cabeza de mucha gente en Francia comunitarismo es sinónimo de multiculturalismo. Y como mucha gente está en contra del multiculturalismo, también lo está contra el comunitarismo. Yo soy favorable a la idea de que los inmigrantes que vengan a Francia formen comunidades que se resistan a tener que integrarse al precio de renegar de sus orígenes. No podemos pedirle eso a la integración. Se trata aquí de mantener un equilibrio. Si el comunitarismo es usado como excusa para no querer integrarse en absoluto, entonces es algo negativo. Pero hay muchas maneras de integrarse en una sociedad manteniendo los lazos comunitarios. Un buen ejemplo es el de la comunidad judía: en Francia la comunidad judía se ha integrado perfectamente, pero está organizada en comunidades. Yo no creo que debamos demonizar la noción de comunidad, más bien al contrario en una época en la que el modo de vida globalizado destruye todos los lazos sociales.

Por último, usted ha mostrado bastante interés respecto a La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon: ¿qué piensa que debería hacer este ‘populismo de izquierda’ para aprovechar el actual momento populista?

Debería centrarse mucho más en convencer a las clases populares. No digo que no aspire a tener un electorado complejo, pero sí que se focalice en esa parte de su electorado que son las clases populares y los perdedores de la globalización. Eso es lo que yo le diría a Jean-Luc Mélenchon. De hecho, ya he tenido la ocasión de entrevistarle en una de las revistas de las que me ocupo, la revista Krisis, y siempre me ha parecido uno de los mejores políticos que tenemos en Francia. Hizo una campaña electoral extraordinaria y da gusto escucharle porque es uno de los mejores oradores que tenemos. Tiene una cultura enorme, tiene sentido del humor y no lee los discursos en los mítines. La gran dificultad para Jean-Luc Mélenchon es hacer frente a toda esa cantidad de gente que quiere ponerle palos en las ruedas, incluido en su propio partido.

Autores: Enric Bonet y Guillermo Fernández Vázquez.
Este artículo fue publicado anteriormente en CTXT.

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