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LA CALLE

12 de Abril de 2018

Oda al Bidet

Tratado sobre los pocos Bidet que he sido capaz de encontrar y cómo la instalación masiva de este objeto nos mejoraría como civilización.

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Muchas son las cosas que me han llamado la atención desde que volví, como migrante desde Roma a Chile. Algunas positivas y otras negativas, como pasa en todas partes pero hay una a la que no he logrado acostumbrarme.
No se trata de algo malo, sino de algo bueno que no está, que debería estar, que es necesario no solamente por cuestiones higiénicas o económicas, más bien tiene que ver con el “buen gusto”: el Bidet (para mí, siempre con mayúscula).

En la mayoría de los países europeos hay Bidet. Lo hay en Francia, aunque los franceses se niegan a usarlo, pero existe. Si uno va a París, Caen o Marsella te lo encuentras en cualquier baño, hasta en algunos restaurantes.

Italia es un país que usa Bidet. En los 20 años que viví en Roma incluso me vi entrando a baños de casas donde no se usa el papel higiénico, que de higiénico, según ellos, tiene muy poco. Y efectivamente, pensándolo bien y sobre la base de mi experiencia, meterse un pedazo de papel en la raja y limpiar la mierda con eso no es exactamente algo “amigable”. Eso sin contar lo brígida que se me hace la dinámica de “limpiarse la raja”. A saber: agarras el papel desde donde esté; algunos supongo lo doblan o algo, porque si no te queda mierda en las manos; te lo pasas por ahí y después te acercas ese mismo papel, ahora con caca, a la cara como para examinar en qué condiciones salen esos residuos. Me parece ultra violento…

El Bidet, para mí, es mucho más que un objeto. Desde que lo perdí acá en Chile me parece otro mundo. Me recuerdo en Italia, terminando de cagar, tirando la cadena y pasando directamente al paraíso. Agua tibia, a unos 28 o 30 grados, un chorro no sólo de agua, sino que de bienestar, más jabón líquido.

Cuando lo he comentado me han dicho que es menos limpio, que es acaso asqueroso. Pero se equivocan. Si la acción se hace con la delicadeza indicada, todo quedará impecable. Quiero decir otra cosa más: el Bidet no sólo tiene que ver con la limpieza y la higiene, más bien es un gran momento de intimidad. En este mundo alborotado, acelerado, que no tiene ni tiempo para pensar en sí mismo, esos minutos en el Bidet alcanzan ribetes reflexivos, hasta filosóficos. Podían llegar a ser, dependiendo del tiempo, del baño y de su dueño, hasta 15 minutos de agradable agua tibia entre los cachetes del poto y las huevas también, un tiempo que no se repite desde que volví a la patria, un tiempo que me hace falta.

Cuando uno caga yo estoy seguro que pedazos de peos y caca terminan chocando contra las pelotas y cuando está muy sólida cayendo al agua salpica en los genitales. Es como un pequeño Big Bang, imperceptible básicamente porque no tenemos ojos microscópicos, menos en la espalda. Es difícil de explicar, pero sostengo que las posiciones en el Bidet son dos: una hacia adelante y otra hacia atrás. Supongo que para el sexo femenino podría ser una experiencia increíble, más fácil y más práctica, pero esperaré que me lo diga una mujer sin hacerme ideas.

No he podido, sino en barrios muy lejanos de donde vivo en Santiago, encontrar un maldito Bidet. Me cuesta creer que casi todos los que me rodean a diario, -independientemente de la raza, religión, rol social-, andemos con la raja infesta. Porque es así: andamos todos con el poto sucio. Si no me creen, los desafío a meterse un dedo en el poto tras haberse limpiado con papel y se los firmo: olerá a mierda. Es imposible que no sea así, aunque el papel tenga aromas, monitos y pese a que salga blanco y transparente.

Pienso en las personas públicas que tanto amamos y odiamos y lo único que se me viene a la mente es: ¿tendrán Bidet? ¿Lo usarán?. A veces voy más lejos en mi análisis dependiendo de la contingencia: “Los pelotudos que le pegaron a Kast, y el mismo pelotudo de Kast, todos, sin distingo, andaban con mierda entre los cachetes”.

A quienes dicen que uno se ducha tras cagar no les creo. Yo cago dos, tres veces al día y no puedo ducharme esa cantidad de veces. Otros podrían decir “lávate en la tina”. La tina del baño es un enorme e incomodísimo bidet. No creo que muchos usen la tina, hoy en día y si así es, la usan 2 o 3 veces al año. Si la usaran 100 o 200 veces al año igual estaría ocupando un enorme espacio que un maravilloso Bidet de cerámica blanca no usaría.

Diré más, el Bidet elimina la necesidad perentoria de ducharse todas las mañanas, que según la Organización Mundial de la Salud no hace tan bien. Te lavas la raja, las huevas o vagina, las axilas y listo, pero eso ya es otro asunto. Pasaré de largo por el tema del ahorro del vital elemento, tan necesario como la higiene.

El uso del Bidet no es solo saludable, es económico. Por supuesto que todos sabemos que las empresas nos cagaron con la colusión del “papel confort”, y por supuesto todos pensamos que es algo inaceptable. Hay una solución. Yo no tengo idea cuánta plata gasta una familia media en papel, pero estoy seguro que es mucho más barato invertir 100 lucas una vez en la vida instalando un inmaculado bidet. De paso, se podría abandonar la barbarie de utilizar un pedazo de papel reciclado (sí, he estado en casas de Santiago donde se usa papel reciclado) para extraer caca y abrazar la paradisíaca sensación de limpieza que deja.

El otro día leí un artículo en El Mercurio donde había una señora que usaba el bidet para lavar ropa, ponerla a secar, apoyar objetos de uso común, de todo, pero nunca se limpiaba el poto ahí.

Últimamente he estado viviendo en dos casas. En una no hay bidet pero sí hay una manguera, que es muy cómoda para aquellos mamíferos que tienen vagina. Pero si uno tiene pene y testículos y usa esa manguera mientras se encuentra sentado en el wc, salpica el agua por todas partes. En la otra casa donde he estado viviendo, la de una tía, hay un bidet en el jardín, o sea, algo que yo imagino como un bidet pero que en rigor es una fuente de agua para que los pajaritos se quiten la sed. Nunca le he contado a nadie, pero he utilizado ese espacio como bidet. No ha sido tan agradable: estás al aire libre, a merced de ojos indiscretos y el agua está congelada, pero sigue siendo mejor que andar con la raja cagá. Una vez que la usé, salí del baño en pelotas con calcetines corriendo hasta ahí y me resbalé en el pasto húmedo. Otras veces, cuando hay gente en casa, he tenido que subirme en punta de pies al lavamanos, algo impactante. Después quedan pedazos flotando y cuando el agua no baja a la velocidad que debería, por ejemplo cuando está un poco tapado, esos pedazos se quedan pegados al lavamanos.

Hay que agregar algo sumamente importante: el uso del bidet es sexual. Al terminar el coito, los que hayan participado en el acto, tienen el deber, de los sexos y géneros que sean, de lavarse los fluidos resultantes. En los prostíbulos legales europeos, en Praga y Ámsterdam por ejemplo, las trabajadoras y trabajadores te obligan a sacarte las telarañas de las presas antes de concretar el negocio. El sexo limpio también tiene su gracia y, de hecho, en países civilizados, que no se pasan rollos sobre el trabajo sexual, es obligación legal la limpieza del lugar de trabajo.

Todavía hay barrios del centro de Santiago donde, en algún momento de la historia, la gente tuvo el buen gusto y la educación para instalarlos. Me imagino siempre un bidet en los baños donde no está, me lo sueño en aquellos espacios donde podría caber: te observa como para decir “me necesitai cochino culiao”.

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