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Mundo

4 de Mayo de 2018

La realidad mexicana se disuelve en ácido

Los estudiantes realizaban unas filmaciones en una residencia de Tonalá, localidad colindante a Guadalajara, para un ejercicio de clases, y sobre las ocho de la noche del 19 de marzo, cuando ya se devolvían para sus casas, el auto sufrió una avería en mitad de la carretera. Otros tres jóvenes viajaban en otro coche y pudieron testificar el secuestro. Los chicos se bajaron para arreglar el desperfecto y en ese momento alrededor de doce hombres con armas largas llegaron al lugar. Se identificaron como miembros de la Fiscalía estatal y cargaron con los estudiantes, pero pertenecían realmente al Cartel Jalisco Nueva Generación. “Se encontraban en el momento y el lugar equivocado”, diría luego la verdadero Fiscalía estatal sobre los estudiantes, en un país donde el momento y el lugar incorrectos pueden ser cualquier minuto y cualquier esquina.

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A comienzos de marzo de este año, después de obtener con La forma del agua el premio Oscar a mejor película, el cuarto para México en los últimos cinco años, el director Guillermo del Toro ofreció tres conferencias magistrales en Guadalajara, su ciudad natal. A la última de las charlas, repleta de júbilo estudiantil, asistieron unas nueve mil personas entre más de 30 mil solicitudes.

Es bastante probable que, si no en el público, al menos sí entre los aspirantes a asistir se encontraran Salomón Aceves Gastélum, de 25 años y oriundo de Mexicali (Baja California), Jesús Daniel Díaz, de 20 años y de los Cabos (Baja California Sur), y Marco Ávalos, también de 20 años y proveniente de Tepic (Nayarit).

Los tres chicos se habían trasladado a Guadalajara para estudiar cine en la Universidad de Medios Audiovisuales, y faltaban menos de diez días para que, sin siquiera sospecharlo, se vieran envueltos en medio de un conflicto entre dos bandas de narco, Cártel Nueva Plaza y Cártel Jalisco Nueva Generación, y sus cuerpos asesinados fueran disueltos en ácido, aunque esta versión sobre la muerte de los estudiantes ha sido puesta en discusión durante las últimas fechas.

El crimen representa, por lo pronto, el corolario atroz de un sexenio presidencial que bajo el mandato de Enrique Peña Nieto ya suma la friolera de 104 mil homicidios, una cifra que casi se duplica desde que Felipe Calderón decidiera en 2007 sacar el ejército a la calle e iniciar una guerra frontal y estéril contra el narcotráfico, atrapando a los mexicanos entre dos fuegos que son uno.

Los estudiantes realizaban unas filmaciones en una residencia de Tonalá, localidad colindante a Guadalajara, para un ejercicio de clases, y sobre las ocho de la noche del 19 de marzo, cuando ya se devolvían para sus casas, el auto sufrió una avería en mitad de la carretera. Otros tres jóvenes viajaban en otro coche y pudieron testificar el secuestro.

Los chicos se bajaron para arreglar el desperfecto y en ese momento alrededor de doce hombres con armas largas llegaron al lugar. Se identificaron como miembros de la Fiscalía estatal y cargaron con los estudiantes, pero pertenecían realmente al Cartel Jalisco Nueva Generación. “Se encontraban en el momento y el lugar equivocado”, diría luego la verdadero Fiscalía estatal sobre los estudiantes, en un país donde el momento y el lugar incorrectos pueden ser cualquier minuto y cualquier esquina.

La casa en la que los estudiantes filmaron, presunta propiedad de Edna “N”, la tía de Aceves Gastélum, parece pertenecer en realidad a Diego Gabriel Mejía, miembro del Cartel Nueva Plaza arrestado en 2015 que podría pronto salir de prisión, de ahí que una célula rival del Cartel Nueva Generación estuviera vigilando la casa y no entendiese la presencia con cámaras y equipo de los jóvenes cineastas.

Los golpearon y los torturaron. No obtuvieron respuestas, desde luego. Uno de los chicos murió de la golpiza. Entonces decidieron acabar con los otros dos. Después de catear unas quince fincas de la zona, las autoridades llegaron a la conclusión de que habían disuelto a los jóvenes en ácido. Liz Torres, la jefa de investigación de la Fiscalía, ha dicho recientemente que no hay pruebas genéticas que permitan confirmar de modo definitivo esta hipótesis, pero que los indicios encontrados en la finca de la calle Amapola 450, en la Colonia Prados de Coyula, permitirían concluir semejante desenlace.

Aristóteles Sandoval, gobernador de Jalisco, ha asegurado que la tía de Aceves Gastélum está relacionada con el Cártel Nueva Generación y que manipuló la escena del crimen. Edna “N” se encuentra actualmente detenida, al igual que Christian Omar Palma Gutiérrez, un rapero conocido como QBA que confesó haber disuelto a los tres estudiantes en ácido clorhídrico.

Aquí, en el país de los cineastas laureados casi cada año en la rutilante gala de los Oscar, entra en juego uno de esos rostros espeluznantes de la narco cultura. El canal de Youtube de QBA cuenta con más de 120 mil suscriptores, y casi 100 mil personas lo siguen en su página de Facebook.

En algunos de sus temas, donde QBA puede aparecer con una camiseta de los Chicago Bulls, o fumando mota (marihuana) en alguna de las sórdidas esquinas de lo que él llama el barrio, y que en clave mayor puede leerse como el México profundo, el rapero prefigura estos crímenes, los condensa en sus clips. Las imágenes de este asesinato de marzo de 2018, por ejemplo, pueden verse en un vídeo llamado Descansa en Paz, colgado en Youtube en septiembre de 2016 por el canal Rap Malandros.

Si fuera verdad que QBA es culpable directo, y no un chivo expiatorio sembrado por la corrupción del narco estado, entonces no sería este el típico caso del rapero que juega al tipo malo, sino, por el contrario, el tipo malo que juega a rapear. Hay, en Descansa la paz, la secuencia de un rehén que arrastran por el suelo, con una capucha ensangrentada en la cabeza, y mucho creen que no se trata de una filmación, sino de una escena real.
Los rostros de las víctimas –inocentes, en la flor de la vida– nos son comunes, familiares. Usaban gorras, barbas hispters, expansores en las orejas, abrigos de capa. Pero QBA también lo es. Su piel morena, su cuerpo desgarbado, sus tatuajes hasta el cuello.

La realidad, y la juventud mexicana, disuelta antes de los treinta en el ácido del crimen.

Por Carlos Manuel Álvarez.

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