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Opinión

10 de Mayo de 2018

Columna: Abuso y presunción de inocencia

El abuso sexual debe entenderse como una manifestación del abuso de poder. El agresor se aprovecha de su posición privilegiada respecto de la víctima para transgredirla, ya sea como profesor, sacerdote, padre de familia, jefe o cualquier otra: el abusador agrede porque puede hacerlo. Luego, será esta misma ubicación favorable la que usará para seguir abusando de la víctima evitando cualquier castigo, ya sea aprovechándose de su posición para silenciarla directamente, o influyendo en las personas a las que la víctima podría acudir para pedir ayuda.

Arturo Greene
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* Autor: Arturo Greene P. Abogado de Fundación Para La Confianza.

En el último tiempo hemos sido testigos de una revolución en la forma en que vemos, denunciamos y enfrentamos el problema del abuso sexual. A través de intensos movimientos sociales y campañas de sensibilización se ha logrado reconocer el poder de las personas vulneradas y visibilizar un fenómeno que hasta hace pocos años se mantenía oculto.

La reciente avalancha de noticias tales como la de La Manada en España, los abusos cometidos en contra de una serie de ex alumnos de los colegios San Ignacio y Alonso de Ercilla, el grupo de hinchas de Universidad de Chile que agredió cobardemente a una joven fuera del metro Ñuble, entre tantos otros casos desconocidos que se dan cotidianamente en universidades, escuelas, parroquias, hospitales, empresas, calles y hogares, son muestra de algo que no tiene nada de novedoso, pero que gracias a la valentía de muchas mujeres y hombres que rompen el silencio, hoy salen a la luz y podemos enfrentar.

En este contexto, hay quienes cuestionan el apoyo que los medios de comunicación brindan a esta lucha, les acusan de influir sobre el Tribunal al que toca conocer de los casos y se ha visto a algunos condenados cuestionar la decisión judicial, alegando que tras el fallo habría un prejuzgamiento popular más que un correcto análisis de parte de los jueces.

Para hablar de este problema, proponemos algunos puntos:

El abuso sexual debe entenderse como una manifestación del abuso de poder. El agresor se aprovecha de su posición privilegiada respecto de la víctima para transgredirla, ya sea como profesor, sacerdote, padre de familia, jefe o cualquier otra: el abusador agrede porque puede hacerlo. Luego, será esta misma ubicación favorable la que usará para seguir abusando de la víctima evitando cualquier castigo, ya sea aprovechándose de su posición para silenciarla directamente, o influyendo en las personas a las que la víctima podría acudir para pedir ayuda.

Por su parte, lo que los medios de comunicación y movimientos sociales han hecho es prender focos luminosos donde la oscuridad venía permitiendo los abusos, denunciando al acosador callejero, al docente universitario que chantajea sexualmente a sus alumnos y alumnas amenazándolos con la reprobación o con afectar su carrera universitaria, al jefe que pide sexo a sus colaboradores a cambio de un ascenso en la empresa, al director o directora de cine y televisión que ofrece a jóvenes actrices y actores un papel sólo si le satisfacen como desea.

Si bien es cierto que dentro y fuera del proceso el imputado debe ser tratado como inocente hasta que se pruebe lo contrario, que la denuncia del abuso sea conocida por la sociedad no es en sí mismo un prejuzgamiento, sino que el levantamiento del privilegio de silencio en que el victimario se ha movido hasta que se le ha hecho costumbre.

Ante la pérdida de su posición de ventaja, el agresor siente que lo que se le ha quitado es un derecho que confunde con su presunción de inocencia, cuando en realidad sólo se le ha descendido al plano en que funcionamos los demás miembros de la sociedad. En su afán de encontrar un culpable distinto de él mismo y como el matón malcriado del curso que es expuesto por sus víctimas ante la profesora y el resto de sus compañeros, el agresor se torna contra quien lo ha sacado de la oscuridad desde la que operaba, para luego achacar al Tribunal con la grosera acusación de que se ha dejado influir por los medios y no le ha beneficiado en la forma en que está acostumbrado y que a estas alturas interpreta como una garantía de rango constitucional.

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