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Opinión

12 de Junio de 2018

Cartas sobre feminismo III: El intercambio epistolar entre Javiera Arce y Rafael Gumucio

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Querido Rafael,
Esta semana nuevamente hablaré desde la razón y no desde el corazón, pese a Cristián Warnken le solicita al movimiento feminista más poesía. Lamento informarle Warnken, que es un género literario, que por lejos jamás he entendido mucho – tal vez por mi ignorancia-, pero también porque no me gusta, por lo que recurriré la dura narrativa porque no conozco otro estilo literario que me permita expresar mis ideas.

Retomo tu punto de la lucha de clases, porque me interesa, aún cuando pareciera ausente, éste debe reivindicarse e introducirse, no antes que la demanda por igualdad de género – como creyeron firmemente los compañeros de la antigua izquierda, pues hablaban desde su privilegio masculino-, sino que valdrá la pena entonces, hacer una revisión del mensaje del movimiento para poder incorporar a otras mujeres en él más allá de las estudiantes, las trabajadoras, las gerentas e intelectuales, así como también, las mujeres que se quedan en casa, las mujeres de los pueblos originarios y las migrantes.

Asimismo, me gustaría expresar mi preocupación por la lentitud que ha tenido la política y los partidos políticos en particular, para incorporarse a esta discusión – hablo de todos los partidos y movimientos-, que nuevamente llegan tarde al debate y parecen más bien desorientados, tratando de subirse a una demanda, pero como esperaría alguien como yo, que viene del análisis de las instituciones, debería entregar al menos propuestas claras o bajadas institucionales para hacerse cargo del conflicto, pero nada de ello, he podido constatar.

Respecto a los petitorios, con un par de cercanas amigas -con quienes la coyuntura nos tiene en contacto a diario-, nos hemos puesto a analizarlos, con un tanto de preocupación – y en eso te encuentro razón-. Por una parte, este movimiento cuestiona profundamente las instituciones y las estructuras orgánicas, pero pide a gritos que la universidad controle sus fiestas privadas, y a través de los protocolos, transformemos a las instituciones de educación superior, en los nuevos tribunales de justicia, que contrasta con la lúcida demanda, como introducir dentro de los ejes curriculares principales la perspectiva de género, que me parece absolutamente atendible.

Empero – y aquí me permito la última reflexión-, ¿quiénes son los responsables de estos petitorios tan disímiles y amplios, en que se confunden las funciones de las instituciones del Estado? Desde mi perspectiva, la propia academia y la docencia universitaria, que ha sido incapaz de enseñar materias, más allá de sus especializaciones, en que al parecer nuestras estudiantes no entienden lo que es un Estado de Derecho, o un debido proceso, y tampoco están entendiendo cuáles son las funciones que posee cada uno de los poderes del Estado desconociendo, por cierto, que existe un poder judicial, que es independiente de los poderes ejecutivo y legislativo. Asimismo, al parecer es un enigma, – por falta de formación-, la capacidad del Presidente de la República, así como también del Congreso Nacional, de generar un nuevo marco legal, para poder tipificar estos delitos como el acoso y la violencia en los espacios educativos, o que cualquiera de estos sucesos, que afecte a las personas de una comunidad educativa, puedan tener una expresión en el Poder Judicial.

Esta demanda, nos ha permitido pensar en varias aristas de nuestro sistema político, que está funcionando apenas, y parece que requiere profundos ajustes.

Quedo muy atenta a tu respuesta
Javiera Arce

**Cientista Política. Editora del libro El Estado y las Mujeres, el complejo camino hacia una necesaria transformación de las instituciones (RIL, 2018).

Querida Javiera,
Leí como tú la columna de Cristián Warnken, y sé que puede parecer desconcertante su llamado a que haya más poesía en el movimiento de las mujeres. A mí la poesía me fascina sólo en los libros, pero tengo la impresión de que Cristián pide en su columna otra cosa. Hace unos meses un amigo mío, Matías Rivas, hablando del porno en CEP fue apostrofado por una joven que se autoidentificó como feminista. Mi amigo después de escuchar la monserga llena de “naturalizaciones” y “cosificaciones” varias, le pregunto: “¿Qué sueño propone? ¿Qué mundo ideal? ¿Qué paraíso? Dime algo que me ilusione. Algo que me de ganas de pelear con ustedes”.

Cuando era joven y militaba en la izquierda cristiana (que rancio, ya sé), sabíamos que la revolución socialista no llegaría a ser del todo nunca realidad. O sospechábamos, o al menos sospechaba yo, que nuestra revolución tendría muchas posibilidades de terminar como la nicaragüense, la más corrupta de todas. Sabíamos que muchos de nuestros sueños eran mentira, o ficción, pero no habríamos tenido el coraje de sacrificarnos y sacrificar a otros si no fuese por la promesa de un mundo no sólo mejor sino más feliz.

Me da la impresión de que a la generación que anima la ola feminista ese tipo de ilusiones o sueños le resultan de entrada vacíos. Quizás por eso han decidido empezar por el final: El gulag primero después el palacio de invierno. La ola feminista quiere castigo porque no cree que nada se consigue nunca sin castigo. Piensa que el mundo este compuesto de violadores en potencia que sólo no pasan al acto porque tienen miedo.

Javiera, a ti te parece que los petitorios son variopintos, a mí me resultan poderosamente iguales, apenas traducido al lenguaje de cada facultad. Todos con el mismo glosario, con la misma bibliografía, la misma exigencia que profesionales del tema género asesoren y certifiquen la buena educación de todas las universidades. Plata segura para las ONG que asesoran a las asambleas autoconvocadas, un negocio redondo. Eso veo, detrás de la ingenuidad aparente de algunas demandas improbables, una obsesión por acumular poder y más poder quitándole autonomía a las universidades convertidas todas, si aprueban los petitorios en un think thank de género o mejor una agencia de empleo para antropólogos (as) y sociólogos (as) que no saben cómo reembolsar sus Becas Chile.

Veo desconfianza no sólo hacia el macho sino también hacia los profesores, sus libros, sus argumentos, su lógica, su razonamiento, sus leyes. Eso lo llaman “patriarcal” ahora que son feministas, antes cuando eran veganos y animalistas llamaban eso “especistas”. Te hablaba en mi primera carta de una nueva ética, de una nueva moral que aloja en el centro oculto de este movimiento tan luminoso en muchos sentidos. Creo que la lectura de los petitorios te deja con la impresión de que lo que se quiere no es el fin de la poesía, que teme Cristián Warnken, sino también de la prosa, el fin de esa ficción que la “igualdad ante la ley” o “presunción de inocencia” o “la libertad de expresión”, o incluso “el amor romántico”.

Ahora estoy de acuerdo contigo que lo más me impresiona de esta batalla es la pasividad asombrosa con que nosotros, sus profesores, hemos ido rellenando sus faltas de argumentos, aceptando con una culpa concéntrica que en el fondo son jóvenes y por eso no tienen la obligación de razonar, ni tampoco es nuestra la obligación de recordarles por ejemplo la democracia y sus instancias, centro de alumnos, representante en los consejos, procedimientos reglas del juego que vemos saltarse alegremente sin que opongamos ni la menor resistencia. Es quizás el tema de la próxima carta: Estamos ante una generación de mierda, pero no es la de los cabros o cabras o cabres sino la nuestra la de sus supuestos padres y supuestos maestros que no hemos querido enseñar nada más que lo único que sabemos: Sobrevivir como ratas.

Un abrazo
Rafael Gumucio.

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