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Cultura

25 de Junio de 2018

Adelanto del libro de Patricia Cerda: Violeta & Nicanor

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Melodía loca

1

Margot la visitaba a menudo en su casa en la Gran Avenida o se encontraban en el centro de la ciudad en el café Miraflores, ubicado en la calle homónima. A Margot le gustaba ir allí. Ella siempre vestía trajes y abalorios vistosos, se amarraba el pelo con cintas y se pintaba los labios muy rojos. Violeta, en cambio, era la encarnación misma de la sencillez. Estaba embarazada de su cuarto hijo. Cuando se juntaban en su casa los encuentros eran con guitarreo y discusión. Margot admiraba el trabajo de Violeta, pero echaba de menos un método. Violeta se defendía:
—¿Para qué quiero yo método? La música se siente y viene sola.
—Para poder enseñarla mejor.
—Pero si lo esencial no se puede enseñar. Mi hermano dice: O lo sabemos todo de antemano o no sabremos nunca nada.
—Todo se puede aprender —replicó Margot.
—Lo auténtico viene de adentro —insistió Violeta—. Si hay alguna posiblidad de acierto, el pozo está dentro de uno mismo. Es allí donde hay que buscar. ¿Me entiendes?

Margot asintió y Violeta puso cara de asombro porque normalmente las amigas no se regalaban nada.

—No importa que usted a veces cante como cordero degollado —le dijo Violeta—. No importa que de tanto tomar clases de canto le hayan matado su voz, yo la quiero y la respeto igual.

A pesar de que la relación entre ambas nunca dejó de ser conflictiva, cuando nació su hija Rosita Clara, Violeta pidió a Margot que fuera la madrina.

2

Los primeros derechos de autor importantes vinieron de Estados Unidos, cuando el director de orquesta y compositor Lex Baxter grabó la melodía de Casamiento de negros con el nombre de Crazy melody. Con ese dinero Violeta compró un terreno cerca de la Universidad de La Reina: la manzana 14, sitio 22 en la chacra San
Carlos.
No era fácil llegar desde el centro de Santiago al lugar. Los pequeños autobuses con asientos para doce personas llamados liebres tenían un paradero diurno un poco más arriba del canal y otro nocturno en la Plaza Egaña. El resto del camino, unos dos

kilómetros, había que hacerlo a pie. Pero estaba cerca de su hermano al que en ese tiempo visitaba mucho.

Nicanor no se dormía en los laureles. Disfrutaba del reconocimiento por sus antipoemas e incursionaba en nuevas formas de expresión. Volvió a estudiar la Lira Popular, las hojas sueltas escritas en décimas por poetas de los suburbios sobre el acontecer nacional. Rudolf Lenz había coleccionado las hojas durante décadas y había regalado su colección completa a la biblioteca del Instituto Pedagógico. Juntaban varios volúmenes de Liras publicadas entre fines del siglo xix y las primeras tres décadas del siglo xx. Como profesor del Pedagógico, Nicanor podía llevar los
volúmenes a su casa. Cuando Violeta lo visitaba para contarle sus avances en la construcción de su casa de palos, él compartía sus descubrimientos con ella.

La construcción de la casa de Violeta fue nuevamente gracias al trabajo en equipo con sus hermanos y parientes políticos. El resultado fue una casa sencilla con un salón comedor y dos dormitorios. Desde el salón había una vista magnífica a la cordillera.

Eso era lo mejor de todo para Violeta. De inmediato comenzó a cultivar un huerto junto a la puerta de atrás y encargó a Roberto que le hiciera un horno de barro. La electricidad era gratis porque se colgaba de los tendidos eléctricos al atardecer. Al amanecer, cuando pasaban los inspectores, ya se había descolgado.

3

A principios de 1954 Raúl Aicardi, el director de programación de Radio Chilena, ofreció a Violeta un espacio de media hora todos los viernes para que presentara su trabajo. Fue algo así como un experimento. El programa se transmitía a las 7.30 de la tarde y se llamaba Así canta Violeta P. Lo presentaba y dirigía el animador Ricardo García. Violeta cantaba sus composiciones y recopilaciones y conversaba sobre todo lo relacionado con ellas: su origen, las situaciones de interpretación, cómo se bailaban y con qué insrumentos se tocaban.

El primer programa se lo dedicó a la cueca. Explicó a los oyentes que en el campo se tocaban por lo menos cuatro tipos diferentes de cuecas: la cueca común que todos conocían, la cueca del balance, cuando nadie se decide a comenzar a bailar…
—Fíjate, Ricardo, que en esta cueca la cantora nombra a los asistentes y ellos deben salir a bailar conforme escuchen su nombre. Nadie se puede quedar sentado.

—O sea que después de la cueca del balance se arma la fiesta
—comentó García.
—Así es. Y está también la cueca valseada y la cueca larga.
¿Has escuchado alguna vez una cueca larga?
—No, nunca.
—Es muy poética. Otro día te voy a cantar una. En cuanto a las letras de las cuecas —prosiguió explicando Violeta—, hay también diferencias. Existe la cueca diabla o cueca chora que se toca en Valparaíso y la cueca recortada, por faltarle las últimas sílabas a cada verso…

Como era de esperarse, con el tiempo se fue apoderando del espacio. Pasados dos meses, García se limitaba a presentarla. Violeta invitaba a los cantores y cantoras que antes habían compartido sus conocimientos de folclore con ella. Isaías Angulo llevó su guitarrón.

Quienes habían emigrado del campo a la ciudad, vale decir, más de la mitad de la población de la capital, se emocionaban al oír su música. Los cantores populares se reunían en torno a un transitor a escucharla y también a escucharse. Además, el tono de Violeta era de una ternura especial. Era el tono de quien comparte un secreto profundo. Desde el anciano campesino casi analfabeto hasta el sofisticado intelectual le escribía a la radio para felicitarla.

Uno de sus oyentes más fieles era Nicanor. También sus amigos poetas quisieron arrimarse al árbol. Enrique Lihn se encontró con ella varias veces en la Plaza Egaña para conversar sobre lo humano y lo divino. Violeta llegaba con su bebé.

Pronto comenzaron a llamarla de otras estaciones radiales. En la radio Agricultura reemplazó a Margot Loyola cuando ella patió en gira a Europa. Igualmente la invitaron de las radios Minería y Corporación a participar en nuevos programas de folclore.

4

Una tarde Raúl Aicardi le pidió que lo acompañara al sello discográfico Odeón porque su director, Rubén Nouzeilles, quería hablar con ella. Los dos se fueron caminando a su oficina en la calle

San Antonio. Violeta llevó su guitarra. Nouzeilles fue directo al grano: le ofreció grabar una serie de discos en los que ella tendría libertad para elegir el repertorio que quisiera.

—¿Cuántos?

—Cinco. Firmamos mañana mismo el contraro, si usted
quiere.
—Trátame de tú —pidió Violeta—. No me gustan los protocolos. Y así se hizo. El 5 de enero de 1955 firmaron el contrato para una serie de seis discos de larga duración sobre el folclore de Chile y comenzó de inmediato con la grabación del primero.

La serie de reconocimientos confluyó en el premio a la mejorfolclorista del año 1954.

Ella no quería ir al Teatro Municipal porque, como no la invitaron, no imaginó que le iban a dar el premio a la mejor folclorista del año en una ceremonia llamada Noche de Reyes en junio de 1955. Pero el Mono insistió en que fueran. Cuando la nombraron no lo podía creer. Fue verdaderamente inesperado. Subió al escenario a recibir el Caupolicán de Oro de manos del bailarín Patricio Bunster, como si estuviera soñando. Era una estatuilla pesada. Pensó en su hermano, en cómo se iba a alegrar.

Al día siguiente partió temprano con la estatuilla a verlo.

Quería ser ella quien le diera la noticia. Nicanor la abrazó y le aseguró que ese era solo el inicio. Inga sacó fotos y Violeta dijo que le gustaría hacer algunas para el recuerdo en la Plaza Baquedano.

Dicho y hecho. Hacia allá partieron en el escarabajo de Nicanor. Ese domingo celebraron toda la tarde en la Universidad de la Reina. Inga y Violeta prepararon almuerzo para toda la familia. Joaquín Báez se encargó del pisco sour. Esa noche Roberto se quedó a dormir en la casa de su hermano y al día siguiente Nicanor le pasó dos libros con la recomendación urgente de que los leyera: Don Quijote y La vida de lazarillo de Tormes. Días después Violeta regresó a la casa de su hermano para hablar sobre Rudolf Lenz, el científico que inició los estudios fol-
clóricos en Chile. Quiso saber más sobre él. Nicanor le explicó que trató de traer las ideas del romanticismo alemán a Chile.
—A ver. Explícate.

—Lenz notó que en Chile reinaba una ignorancia generalizada respecto a lo que ha sido nuestro proceso de la civilización.

Decía en sus clases que había ignorancias activas e ignorancias pasivas y la de los científicos chilenos era una ignorancia activa sobre la cultura popular y mestiza chilena. Estaba convencido de que eso era muy malo para el país. Era como querer caminar con un solo pie. Lenz trató de corregirlo con sus numerosos trabajos.
Nicanor señaló una repisa en que estaban gran parte de sus libros y agregó:

—Era un intelectual generoso.
—La ignorancia es el gran obtáculo —coincidió Violeta. Pero,
¿por qué crees que es así?
—Lastarria dice que es la herencia de España. Nos dejaron una cultura llena de supersticiones falsas. Sobre todo, nos dejaron una mala imagen sobre nosotros mismos. Tremendo reto para nosotros, hermana.

*Violeta & Nicanor, de Patricia Cerda, Editorial Planeta, 448 páginas.

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