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Nacional

18 de Julio de 2018

In memoriam de Alfredo Díaz: La barra está triste

Alfredo te nos adelantaste. Si el cielo tiene un bar, ahí nos encontramos viejo amigo. Tus amigos del Bar Liguria

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Debe haber sido en algún momento de la segunda mitad de la década del noventa cuando visité por primera vez el Liguria. Era habitual caer ahí de noche cuando en ningún otro lado te iban a servir comida caliente. Sonaba buena música y en la barra podía estar Sergio Buschmann tomándose un pichuncho mientras en alguna mesa cercana Pablo Azócar con Bolaño se bajaban una de vino a la vez que, por ahí, Danilo Díaz comentaba con otros parroquianos alguna memorabilia futbolera al lado de unos oficinistas que pasaban casi a diario. Aunque la verdad es que tanta certeza no tengo sobre esa primera vez, lo que sí tengo claro es que una razón para que lo haya seguido visitando y forjar una relación con el bar y su gente hasta la actualidad es en gran medida por Alfredo. Sí, porque él con su sonrisa fácil y esa forma de llevar la vida siempre con alegría, contando sus problemas medio en broma y medio en serio, nos cautivó a muchos. Eran tiempos en que todo se pedía a medias, para compartir. Las pailas de lomo picante, los pollos al pilpil, los Barros Luco de mechada en marraqueta y hasta los schops. Más de una vez pedimos la cuenta porque no nos quedaba más plata y Alfredo decía, tentador, mirando la propina que le dejábamos: “igual eso alcanza para un schop más”, y nosotros pedíamos ese shop para tomarlo a medias y él sacrificaba su propina sabiendo que ya vendría una nueva visita nuestra en la que saldaríamos cuentas… y vaya que hubo otras visitas. A veces siento que me quedé a vivir ahí. Él me aguachó. En los años que conocí a Alfredo no sólo disfruté de su cariño y complicidad, también gocé con sus “performances”. Se hacía el choro, caminando moviéndose de manera exagerada, moviendo sus brazos y gesticulando, tal como en el video que empezó a circular recién después de su funeral, en el que le tiraba besos a la cámara de seguridad del edificio en el que actualmente trabajaba. Su forma de trabajo era casi una puesta en escena, siempre tirando chistes por aquí y por allá. Aunque la cosa se ponía buena cuando, avanzada la noche, algún parroquiano nostálgico le pedía algún tema en especial al cajero -que en esos años ponía también los CD- y empezaban a sonar Leonardo Favio, Nino Bravo o Roque Narvaja. Pero cuando sonaba Zalo Reyes, Alfredo tomaba un pimentero como si fuera su micrófono y cantaba como nadie “Un ramito de violetas” y “María Teresa y Danilo”, haciendo de los estrechos vericuetos entre la barra y las mesas, su escenario. Más de alguna vez lo vi elongando cual futbolista antes de iniciar su turno de trabajo y entrar al salón -como si ingresara a una cancha profesional- siempre con el pie izquierdo a modo de cábala. Porque era cabalero, futbolero y -sobre todo- colocolino. De muestra un botón: uno de sus hijos se llama Ivo, por el Hueso Basay. Hablaba de su señora e hijos con verdadera devoción sin perder la gracia: “¿Cómo está la jefa, Freddy?”, le preguntábamos, y el respondía: “Rica”. Además, era un gran compañero. Algo que he podido comprobar estos últimos días a punta de mensajes de wasap y su mismo funeral en que las anécdotas -que no son pocas- se han multiplicado. Entre tanta pena nos hemos reído recordándolo. Era bueno para pelarle los lápices a sus compañeros de trabajo y malo para hacerse el nudo de la corbata. Hay versiones encontradas sobre su desempeño en la cancha, aunque le decían Bichi. Así como a nosotros, a sus colegas siempre los tiraba para arriba con ese chiste, esa mueca precisa para sacar adelante el turno. Igual que a nosotros. Sus clientes, sus parroquianos, sus fans… sus amigos.

Mucho tiempo y muchas copas han pasado. El Liguria no es el mismo y nosotros tampoco. Sin embargo, hay un sentimiento profundo de amistad, compañerismo y -por qué no decirlo- civilidad que aprendimos en sucesivas noches en ese lugar y de las cuales Alfredo fue testigo, artífice y cómplice a la vez. Y todo eso no se olvida, aunque ya no saquemos la semana corrida en el bar y muchos ya no se aparezcan tanto por ahí. Aún así, la mística y el cariño están intactos. Y por lo mismo duele tanto decirle adiós a alguien como Alfredo, que sin saberlo puso una semilla en una etapa de nuestras vidas que para no pocos es altamente importante.

*Periodista, socia directora de OF Comunicaciones.

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