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Opinión

15 de Agosto de 2018

Columna de Juana Rivers: Visos de cultura

“¿Aló? ¿Con la Casa de la CuRtura de Conchaliiií?”, esa pitanza que se usaba en mi juventud dejó de ser chistosa hace rato. Las Casas de la Cultura de los municipios hacen hartas cosas lindas, necesarias y dignas en el plano cultural local, salvo las que ya sabemos, ésas que consideran que cultura son Los […]

Juana Rivers
Juana Rivers
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“¿Aló? ¿Con la Casa de la CuRtura de Conchaliiií?”, esa pitanza que se usaba en mi juventud dejó de ser chistosa hace rato. Las Casas de la Cultura de los municipios hacen hartas cosas lindas, necesarias y dignas en el plano cultural local, salvo las que ya sabemos, ésas que consideran que cultura son Los Huasos Quincheros o un Taller de Princesamiento y Pole Dance.

Para chistes de cultura de la década, el de esta quincena. Cómo no va a ser chistoso que Jorge el Breve Insunza probablemente se esté riendo a gritos de Mauricio el Aun Más Breve Rojas. Cómo no va a ser jocoso que las declaraciones que le costaron el cargo a Rojas hayan sido puestas en letras de molde el 2016 y que, a pesar de ellas, su jefe lo haya nombrado igual, para luego castigarlo por culpa de esas mismas declaraciones y desnombrarlo. Un chiste completo.

La cosa cultural en el sector político del Mauricio el Fugaz es también de chiste. Recordemos que para el cambio de mando del 2010 el mundo de la cultura estaba representado en el Congreso por Jorge Edwards, bien, nada que criticar; por Cecilia Bolocco, por Kike Morandé, Leo Rey y por Chavito. De hecho, Jorge Edwards arrancó apenas pudo de la manera más digna y se largó a Europa como agregado cultural.

Después nombraron como ministro de Cultura a Ampuero. El que trata de escribir novelas político-policíacas usando de molde para copiar al difunto Manuel Vásquez Montalbán. Y uno se pregunta por qué no nombrar, sin pretensiones, a un buen gestor de fondos concursables, que sería lo más indicado, si carecemos del glamour y del personal como para tener de ministro de Cultura, qué les digo, ya no a un André Malraux, no un Jorge Semprún ni un Javier Solana. Pero es que ni siquiera tuvimos un Gilberto Gil, un Rubén Blades, una Melina Mercouri, toda gente con el más alto estándar intelectual y el chic necesarios para el cargo. No, Mon Dior, tuvimos por 48 horas un ministro que cree o creía que el Museo de la Memoria tenía la visión de “un lado”, de las puras víctimas, y le faltaba la visión “del otro lado”, de los victimarios de la CNI y la DINA, suponemos. Un ministro que hasta hace no tanto, organizaba desayunos para explicar la contingencia y el asistente se pagaba el desayuno. Ey, pagarse el consumo es algo que uno hace en una comida para financiar a la campaña de Obama, la de Hillary, la de Carlos Montes o la de Boric, por último. ¿Pero pagarse el tecito con galletas con Rojas? Una entera falta de elegancia.

Los protagonistas legítimos e incumbentes de este episodio ya han hecho todos los análisis políticos y éticos respecto de Mauricio Rojas. Así es que permítanme quedarme con el análisis estético fashionista.
Mi señora madre, que era preconciliar, siempre decía que las mujeres teñidas no eran de fiar. Ella pensaba que los artificios capilares tenían como finalidad pretender algo distinto a lo que el creador había dispuesto: ser rubia cuando se nació morena, verse de melena oscura juvenil cuando las canas ya habían aparecido. Ella tenía profunda distancia y cierta repugnancia sobre eso de pretender.

No podía dejar de pensar en aquello cuando el viernes nombraron al peliteñido Mauricio Rojas, pretendiente de escritor, pretendiente de izquierdista guerrillero y pretendiente hombre de cultura. Rojas, inclinaba su cabeza cuajada de visos, visos culturales, obviamente, sobre el hombro de su amigo Roberto Ampuero, también tinturado y pretendiente de literato, aspirante a Vargas Llosa, pretendido joven combatiente verde olivo. Entre ambos, abrazados y congratulándose, lanzaban a dúo bajo los focos de TV unos espléndidos destellos naranjas de alegría, propios del tinte favorito de los hombres chilenos que, por alguna razón, siempre eligen visos color betún caoba Virginia y dejarse unas canas pocas cerca de las orejas para pasar piola. Era más digno el Grecian 2000, qué quieren que les diga.

Llámenme retrógrada, pero encuentro tan poco elegante y tan poco recomendable el político teñido. Eso incluye a Trump, por supuesto. Pero también a José Antonio Gómez, Foxley (quien afortunadamente se rindió ante la nobleza de sus canas), Frei, Ampuero y Rojas. Un político es por naturaleza una representación de poder, de rectitud, de eficiencia, de magnanimidad, de ponderación y determinación. Un política encarna, pero sabemos que no necesariamente es, el hombre que nos gustaría para mandar. Si a esa pretensión consentida entre políticos y adherentes, le agregamos la segunda pretensión de que el político, además, mantiene el pelo oscuro y viril a los 70 años como que la cosa produce cierta repulsión. Y no, ni los visos naranjas, ni los visos canosos ni los visos de cultura remedian eso.

Rivers Asesorías Fashion&Política.
Especialidad en imagen, poder y ridículo

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