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Opinión

19 de Septiembre de 2018

Columna de Alejandro Basulto: “Deconstrucción dieciochera: Mentiras e imposiciones como historia y tradiciones”

"El poder, guerras civiles y los golpes de Estado que impusieron modelos, estuvieron siempre del lado de un mismo sector. Uno tradicionalista, conservador, autoritario y mercantilista, que gracias a la fuerza (y al dinero), impuso su visión de país y de sociedad, a través de la sangre y del dolor, satanizando críticas y cualquier postura disidente ante la historia y tradición que ellos implementaron".

Alejandro Basulto
Alejandro Basulto
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La historia la escriben los vencedores, ese es el dicho. Y lamentablemente, para la verdad y la construcción de un país virtuoso y justo, así ha sucedido en Chile. El poder, las guerras civiles y los golpes de Estado que impusieron modelos, estuvieron siempre del lado de un mismo sector. Uno tradicionalista, conservador, autoritario y mercantilista, que gracias a la fuerza (y al dinero), impuso su visión de país y de sociedad, a través de la sangre y del dolor, satanizando críticas y cualquier postura disidente ante la historia y tradición que ellos implementaron.

Y ante dicha situación, es que se hace imperativo una deconstrucción de nuestra historia y tradición. Una crítica y un revisionismo profundo a los elementos culturales que conforman nuestra identidad colectiva como chilenos y chilenas. Ya que, justamente, estos constructos sociales y culturales no se han forjado de manera colectiva, sino que a través de la represión y el adoctrinamiento, ejercido por el poder económico, político y armado, que tiene un sector ubicado a la derecha ideológica de nuestra país.

Historia

Un sector que primero, se encargó de invisibilizar y a perseguir a grandes próceres de nuestro país como en su momento lo fue Ramón Freire (un demócrata regionalista a quien el centralismo mercantilista le hizo la existencia imposible) o por ejemplo, la Sociedad de La Igualdad (agrupación de intelectuales -entre ellos, Francisco Bilbao y Santiago Arcos- que además de teorizar políticamente, crearon escuelas, baños públicos y otras obras solidarias) . Ambos ejemplos de virtuosidad y compromiso democrático, que fueron perseguidos por los sectores conservadores y mercantilistas de nuestro país.

Y un histórico líder conservador y mercantilista fue el homenajeado Diego Portales. Señalado como prócer de la patria por la historia oficial, con una figura suya construida cerca de La Moneda, sus actos y pensamientos distan mucho de lo que uno esperaría de una persona ilustre y respetada en un país en el que se aspira a ser democráticos y comprometidos con los Derechos Humanos.

Conocido Portales por desterrar, fusilar y perseguir a sus opositores (se le acusa de intentar limpiar el ejército de toda adversaria influencia), también por debilitar el Congreso , por liderar un gobierno catolicista (aumentando aún más la influencia de la Iglesia Católica en el país) , por ser un gran defensor del voto censitario (donde básicamente solo personas de cierto nivel socio-económico podían votar) y en general, apologista y artífice del autoritaritarismo más terrible visto en nuestro país, consolidando la temida Guardia Nacional , las Comisiones Ambulantes de Justicia , “los carros” (celdas ambulantes tiradas por bueyes para darle escarmiento público a los delincuentes) , además de revigorizar la pena de azotes, reprimir las chinganas (tabernas populares) e implementar la interventiva vigilancia contra los jueces encargados de sancionar los delitos (criticando sus “sentimientos de humanidad”) . Estas y más razones, nos habla de cómo en Chile se le está dando un lugar honroso a gente que no lo merece.

Y vamos sumando también los conflictos armados. Siendo uno interno la “Pacificación de la Araucanía”, en el que el Estado chileno incumplió el Tratado de Tapihue (que reconocía al pueblo Mapuche y su territorio), motivado por razones económicas (de oligarcas, especialmente) y socioculturales (acusaban a los peñis de ser “bárbaros” que requerían ser reducidos a la obediencia) , conllevando esto una masacre (un genocidio, no una “pacificación” como la historia oficial nos cuenta) y un robo a gran escala contra un pueblo entero. Ahora saldrán algunos con que habitantes mapuche incumplieron primero el tratado al meterse en territorio chileno con fines intervencionales, pero quienes saben de relaciones diplomáticas y de política exterior, sabrán que las acciones de individuos y de grupos no representativos no configuran una acción propia y denunciable contra una nación o pueblo.

Otro conflicto armado que hay que desmitificar es la Guerra del Pacífico. Donde se nos habla héroes versus villanos, cuando la verdad es que los tres países fueron víctimas de los intereses egoístas de sus respectivas oligarquías. Aquí en Chile en especial, de los oligarcas mineros, muchos de ellos extranjeros, entre ellos el empresario británico John North (quien después conspiró y estrechó fuertes vínculos con la oposición contra el presidente Balmaceda) .

Y honremos a grandes héroes como Arturo Prat (quien fue más que un buen y valiente soldado) y a todos los caídos luchando por su país, pero sin alimentar el odio hacia nuestros países vecinos ni encegarse en materia de política exterior (ni manifestar un fanático patriotismo a tal punto de aplaudir la presencia de los niños soldados en la guerra).

Y por último está el ejemplo del supuesto “Milagro Económico” de la sanguinaria dictadura cívico militar de Augusto Pinochet, que hasta hoy en día nos causa problemas. Donde los servicios públicos (que es a los que acude el ciudadano común) están debilitados debido a la agresiva privatización y fortalecimiento de la iniciativa privada (a costa de lo público) en todos los ámbitos posibles (incluyendo derechos sociales), lo que provocó un fuerte aumento de la desigualdad en el país (el coef Gini se disparó desde 1975 y durante los 80s, según el informe “Distribución de Ingresos en Chile: 1958 – 2001”, de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile). Privatización que por cierto, se hizo de una manera carente de transparencia y beneficiando a cercanos al régimen, siendo tal vez el caso más conocido el de Ponce Lerou en Soquimich.

Este supuesto logro económico también se cae con la cifras de un 45% de pobreza, y con dentro de ese mismo porcentaje un 17% bajo el nivel de la indigencia en 1987, según datos oficiales que entrega Mideplan (en 1970 un 20% era pobre). Además de un peak de un 25% de cesantía y la horrorosa cifra de un -14,1 del PIB tras la crisis del 82, según también cifras oficiales (sin olvidar que la dictadura tuvo la segunda tasa más baja de crecimiento en toda Latinoamérica). Si se disminuyó la pobreza, fue con la Concertación y tras -lamentablemente- la implementación del crédito, que nos ha llevado a tener, por ejemplo, hasta hoy en día a más de 4 millones de chilenos/as morosos/as (según el XIX de Morosidad del último trimestre del 2017, hecho por Ingeniería Comercial de la Universidad San Sebastián y Equifax)

Tradición y costumbres

Entendiéndose que hay un consenso mayoritario en que el Estado más inclusivo a nivel de creencias (o ausencia de estas), es el Estado Laico, ya que no beneficia ni perjudica a ninguna religión o antítesis de esta en especial, es decir, porque no genera ni privilegiados ni discriminados. En Chile tenemos el caso de tener un Estado separado de la Iglesia, pero no laico, ya que por ejemplo, y ya instaurado como tradición, en el mismo Congreso (espacio clave del republicanismo), se abre la sesión “en nombre de Dios”, pasando así a llevar los no creyentes y la misma función del legislador, que es realizar su trabajo por y para el pueblo, y no para una creencia en especial.

El Estado Chileno es uno religioso, ya que le da subsidios y apoya a todas las religiones (a unas más que otras, eso sí), sin importar que aquello signifique vulnerar a los no creyentes. Y un ejemplo de ello es el Te Deum, tradicional instancia de liturgia donde los líderes estatales asisten a un evento donde voceros e integrantes de diferentes confesiones religiosas, oran por Chile, y de paso, claro está, critican las acciones estatales que hayan ido contra de sus creencias (argumentando desde una posición teocrática). Una instancia así puede tener cabida, pero no a modo institucional ni como tradición, de tal modo que un presidente o integrantes de un gobierno puedan elegir si ir o no sin perjudicación alguna. Y ni hablar de que dicha instancia religiosa es -normalmente- transmitida por el canal estatal y otros a modo de cadena nacional, obligando -por ejemplo- a la pluralista audiencia del primero a ver algo sumamente confesional.

Y si hay tradiciones en este país que deben ser abolidas por criminales, ese es el rodeo. Que no es más que una tradición originada en los latifundios (los que tenían caballos antes, eran los latifundistas) impuesta como tal por la misma oligarquía, y que significa el maltrato de animales para la diversión de cierto reducido grupos de personas (difícil escuchar a un niño/a decir: “de grande quiero ser tan bueno en el rodeo como él”). Es llamativo y vergonzoso ver como hay quienes defienden la diversión a costa del maltrato de otro ser vivo solo porque es “tradición”. Es decir, a tal nivel nos lleva el tradicionalismo, que hace a la gente defender barbaries solo porque son “tradición”.

La siguiente muestra de tradicionalismo no es propia y única en Chile, sino que más bien de occidente o más exactamente, de los países que se vieron fuertemente influenciados en sus orígenes por la Iglesia Católica. Me refiero entonces, a la excluyente defensa de la no representativa “familia tradicional”. Excluyente defensa porque excluye y/o discrimina a familias monoparentales, homo/lesboparentales y extensas, en base a prejuicios y fanatismos (argumenté anteriormente sobre la homoparentalidad en este link). Y no representativa, ya que según cifras del Censo 2017, en no más del 29% de los hogares en Chile, hay una familia compuesta por “papá, mamá e hijo/s” (y en un 12,7% de los hogares hay una familia monoparental). La defensa de la “familia tradicional” es no más que una constante imposición tradicionalista de la visión de sociedad de un grupo minoritario (y poderoso) de personas.

El tradicionalismo viene con su buena dotación de machismo cultural. Ya que en la familia y sociedad tradicional, el papel de la mujer normalmente se limita al cuidado del hogar y a la crianza de los hijos. Tradicionalmente la mujer chilena debe ser “femenina”, sensible, cuidadosa, cariñosa y una mamá a toda prueba. Imposición cultural que no hace más que oprimir a un género (femenino) y limitar a otro (masculino). Ya que oprime a un género al asignarle sólo por ser mujer, obligaciones y roles que no todas quieren realizar (es así como históricamente el tradicionalismo más recalcitrante se ha opuesto a la instrucción, inserción laboral, métodos anticonceptivos y derecho a decidir si abortar o no, de las mujeres). Y limita al género masculino, ya que también hay hombres que en vez de ser “el que solo trae el sustento a la familia”, quieren ser los que crían y cuidan a sus hijos/as.

Por lo que, tras los casos de la defensa de la “familia tradicional” (a costa de reconocer igualmente a otras) y la imposición de obligaciones y roles a la mujer, es que se demuestra que el tradicionalismo es una tendencia ideológica y cultural que atenta contra la igualdad y la libertad de las personas.
Y ni hablar de la transfobia, que dada a su primitivista y limitada concepción del hombre, la mujer y los géneros en general, el tradicionalismo ataca y se opone a que a niños, niñas, niñes, adolescentes y hasta a personas adultas trans, se les garantice y proteja su identidad de género.

Por último, es importante mencionar que nuestro tradicionalismo local está fuertemente arraigado al nacionalismo, negando así el multiculturalismo de nuestro país (el cual idealmente debería pasar a ser un interculturalismo) que también se expresa a través de tradiciones y cultura. Que haya un rancio nacionalismo unitarista e identitario que niegue otras manifestaciones culturales y tradicionales, no debe hacernos caer en su desinformación, miopía cultural y chovinismo nacional. Chile es un país formado por pueblos originarios (indígenas), criollos, mestizos e inmigrantes, y cada uno de dichos grupos sociales ha aportado con su cultura y tradiciones, las cuales por cierto han dado paso también a otras nuevas manifestaciones multiculturales y mestizas.

Hay tanto tradiciones y costumbres criollas (la cueca, el volantín, la empanada, etcétera) como también indígenas (carnavales, música, artesanía, etcétera) y fruto de la inmigración (comidas, fiestas, juegos y deportes, etcétera), que han enriquecido nuestro país con un pluralismo cultural amable con la ética y una cultura de derechos. Mientras la tradición no se imponga, no sea excluyente y no nos lleve a la barbarie, como país debemos estar abierto a cada una de ellas.

Emancipación y deconstrucción histórica cultural

Sea la historia o las tradiciones, un sector del país, conservador y autoritario, se ha encargado de imponer a través de la fuerza y su poder económico, su ideología histórica y cultural. Elevando a próceres nacionales a personajes lamentables (a costa de verdaderos líderes morales e intelectuales del país); manipulando hechos históricos al punto de minimizar y hacerle apología a la barbarie; imponiendo una institucionalidad acorde a su creencia y cosmovisión particular; etiquetando de tradición actos de violencia morbosa contra otros seres vivos; e intentando obligar a través de las leyes, la educación y el ataque público a aceptar que su visión excluyente de la vida, familia, sociedad y país es la correcta y única válida.

Ante ello, el humanismo laico y el feminismo, deben erigirse con fuerza ante esta batalla cultural a dar. La hegemonía cultural están en disputa como pocas veces antes, y ahora es cuando la revolución sociocultural y emancipatoria de la sociedad debe ocurrir. Las personas no pueden ni deben vivir bajo limitaciones en bases a prejuicios y dogmas impuestos por otros. Y no deben obligarse a respetar barbaries solo porque son “tradición”, ya que el mal se ataca sin importar que tan supuestamente arraigado esté en nuestro ethos.

El tradicionalismo y la manipulación histórica deben vencerse con empatía, pensamiento crítico e historia real. Ya que solo de este modo podremos deconstruir culturalmente este país para dar paso a uno sincero con su historia y virtuoso (como también por lo tanto, inclusivo) en sus costumbres.

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