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Cultura

21 de Septiembre de 2018

La familia multiparental del artista Hugo Marín

El artista visual Hugo Marín (86) ha expuesto tres veces en el museo de Bellas Artes y sus obras han recorrido todo el mundo. Detrás de su fama, hay una familia poco tradicional. El triángulo amoroso con el cubano Paco León y Estela Fernández dio vida a Paco, un niño que crió como a un hijo y que hoy tiene 43 años. Entre meditaciones, esculturas y pantomimas, se desarrolló la historia de esta familia que encarna, de manera mucho más compleja, el cuento Nicolás tiene dos papás. Marcados por la libertad de la época de los hippies, Hugo, Estela y Paco hijo se ríen de la polémica. Ellos ya vienen de vuelta.

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-Cuando era niño me preguntaron muchas veces si tú eras homosexual– le dice el pintor Paco León (43) a su padrino Hugo Marín. El famoso escultor de 86 años, piel arrugada y con un audífono incrustado en su oreja para poder escuchar, responde levantando cada vez más la voz:

– Pero no me correspondía estar explicando nada. No tenía nada que explicar tampoco; no sé si hubiera podido responder sí o no. O sea, querían que yo fuera socialista, o gay, o artista. Esa lógica por definición no la admito, cómo me voy a definir por idioteces. Estar dividiendo al ser humano en esos planos es de idiotas.

La casa de los hippies

Corría el año 60 y Hugo Marín, que desde esa época ya sumaba varios viajes a su haber, acababa de aterrizar en la Cuba revolucionaria. Paseando por La Habana se topó con un joven isleño. Cruzaron miradas y a los pocos minutos se enfrascaron en una conversación que de callejera pasó a filosófica. “Fue síquico, de una sensibilidad… fue como contactar un espíritu común”, recuerda Marín.

El joven se llamaba Francisco León, le decían Paco. Tenía por lo menos diez años menos que él y hablaba de manera compulsiva con un acento caribeño que hizo que Marín le pidiera, entre risas, que no hablara tan rápido para seguirle el hilo. La frase que lanzó Paco cuando terminó la conversación sigue grabada en la cabeza de Hugo: “Me dijo una cosa muy bonita: ‘me gustaría estar a tu altura’. Fue un homenaje de un joven a una inteligencia mayor, mayor en el sentido de edad, de todo. Lo encontré muy bonito”.

Tiempo después León lo invitó a su casa y le presentó a sus padres. El padre era sólo un poco mayor que Marín. Cuando vio al amigo de su hijo, lo saludó con una palmadita en la mejilla y le preguntó, con su voz ronca, que por qué no había ido antes. De la madre, Hugo recuerda sus movimientos sutiles, graciosos, como al ritmo del son. Mueve sus brazos intentando imitar el gesto.

No fue la revolución cubana sino la personalidad de la isla, encarnada en los brazos de la madre de Paco, en la gente conversando a gritos en la Plaza de la Constitución, en el baile, el color, lo que cautivó a Hugo y lo convenció de quedarse a vivir ahí por un tiempo. “¡Me gustó todo! La libertad de expresión y el lenguaje muy vivo, muy brillante, extraordinario. Había una personalidad individual que era muy potente”, cuenta el escultor, que siguió cultivando una amistad cada vez más estrecha con Paco.

En 1968, después de que Paco lograra salir de Cuba, ambos se establecieron en Chile y formaron la Casa de la Luna Azul, un proyecto impulsado por el poeta nacional Ludwig Zeller. Era una casona antigua ubicada en la calle Villavicencio, justo a espaldas del actual GAM, que armaron como café-bar y centro cultural. Hacían exposiciones, obras de teatro donde participaban artistas como Alejandro Jodorowsky, talleres de pantomima en manos de Enrique Noisvander, ciclos de cine, música, biodanza y toda clase de experiencias artísticas de las que Hugo Marín siempre fue actor y promotor.

El lugar desbordaba libertad en todos los sentidos. Era la época de los hippies. Y los hippies iban a la Casa de la Luna Azul. De esa misma libertad afloraba la relación entre Hugo y Paco. Eran amigos, compañeros intelectuales y también sexuales. A pesar de que no solían tener demostraciones de cariño en público, todos los visitantes de la casa sabían que eran pareja. Esto permitió que el centro se transformara en un espacio donde homosexuales podían desenvolverse libremente, sin prejuicios. Así, se fueron transformando en un grupo de avanzada, parte de una cultura vanguardista que rechazaba las etiquetas, que experimentaba, que jugaba.

Hugo Marín hace una pausa en la historia y recuerda un libro. Intenta recordar el nombre del autor, un amigo suyo, dice. Paco León hijo se para a buscarlo.

En el living-taller del antiguo departamento en el que vive Marín, ubicado en la esquina de Patronato con Santa María, todo se mezcla. Sus esculturas más famosas, las obras no terminadas, los pinceles, el óleo pegado a las tablas donde combina los colores con los que pinta sus cuadros.

Entre medio de todas las cosas, Paco agarra un libro titulado Orígenes de Biodanza. Uno de sus capítulos está dedicado a un ciclo de arte que se hizo en 1968 en la Casa de la Luna Azul. La muestra era una recopilación de obras que distintos artistas crearon inspirados por el LSD al alero de Rolando Toro, profesor de psicología de la UC y estudioso de los efectos de la droga, que por esa época se empezaba a usar en el país.

Hugo Marín recuerda que en una oportunidad un amigo escritor que vivía en Estados Unidos trajo a Chile 500 cartones de ácido y se los pasó para que los repartiera entre cercanos al Partido Socialista. “Me dijo que era para que hubiera una dimensión espiritual dentro de lo que estaba haciendo el PS. En el PS hubo una inclinación hacia otra dimensión mental, yo te diría que incluso espiritual”, afirma Marín y aclara que él nunca tuvo nada que ver con lo político. Lo suyo, repite, es la libertad. “No tenía ideología, no me sentía expresado en lo totalitario, aunque fuera de izquierda, de derecha. Me importaba un bledo. Lo que había era la experiencia de trascender, que está más allá de la dualidad. El LSD significaba llegar a ese estado de quietud y de silencio en el cual el observador y el observado son lo mismo, se unen en vez de estar uno contra otro”, explica Marín, quien desde 1966 practica meditación trascendental, técnica que perfeccionó en Suiza y de la cual ha sido profesor.

Una de las personas que probó esa tanda de 500 LSD fue María Estela Fernández. La profesora veinteañera, que era una visita frecuente de la Casa de la Luna Azul, cautivó a Paco León.

– Paco se fijó en mí. Le dijo al Hugo que quería estar conmigo y que quería tener un hijo. Hugo le dijo que sí, que fantástico. A esas alturas la relación de ellos era más que nada espiritual, que yo llegara no interrumpió su amistad. De hecho aprendí mucho escuchando las conversaciones que tenían. Hugo me adoptó y desde ese entonces, hasta el día de hoy, somos una familia- dice Estela.

En ese momento se fue a vivir al departamento de Hugo y Paco y los tres quedaron a cargo de la administración de la Casa de la Luna Azul. Estela dormía con Paco y todas las mañanas Hugo aparecía en la habitación con una fruta para ella y le preguntaba cómo había dormido. Esa era su dinámica de vida cuando quedó embarazada. El día en que dio a luz, las primeras personas en entrar a la pieza de la clínica fueron Hugo y Paco. “Fue muy bonito todo. Ellos eran mis dos amigos del alma y quedamos muy unidos por este nacimiento. Hugo siempre estuvo incluido en este proceso del hijo”, dice Estela.

– Paco nace de la amistad de los tres, todo fue muy natural. Para mí es como un hijo. Un niño que entendía muchas cosas, que tenía los ojos abiertos para reconocer encuentros. Venía de un lugar de encuentros, entonces tenía esa tendencia natural a tenerlos- relata Hugo Marín, que desde ese momento se transformó en el padrino de Francisco León hijo.

Paco tiene dos papás
Un día después del golpe allanaron la Casa de la Luna Azul. Entraron rompiendo puertas, buscando armas. Luego de eso la casona nunca más volvió a funcionar y ese mismo año se llevaron detenidos a Estela y a Paco al Estadio Nacional. Fue entonces cuando Paco hijo quedó a cargo de Hugo Marín.

Mientras hacía los trámites para sacar a la pareja del país, llegó a pedir ayuda a una señora que trabajaba para las Naciones Unidas. La mujer le empezó a hacer preguntas: ¿Cuál es el matrimonio?, ¿Cómo puede ser que haya una pareja, mamá y papá, pero además el niño tenga otro papá? No podía concebir la estructura familiar. La confusión la cegó y no supo cómo ayudarlos. Situaciones como esta se repetían, Estela dice que la gente los miraba como bichos raros. Después de tocar varias puertas, Hugo Marín logró que Paco, Estela y su hijo de un año se fueran a Suecia.
En el exilio la pareja se separó y madre e hijo volvieron a instalarse en Chile de manera definitiva en 1978. Paco, que tenía seis años, se fue a vivir con Hugo mientras su mamá organizaba su nueva vida. Hugo le decía a su ahijado que era su “papomamo”. Era él quien le preparaba desayuno y lo iba a dejar al colegio. Y en esa casa estaba la que Paco reconocía como su pieza. Allí creció jugando con tarros de pintura, alambres y plumas; toda clase de materiales con los que su padrino confeccionaba las obras que se han hecho tan famosas. Fue el origen de la carrera de Paco como artista visual, que ya suma más de veinte años.

– Hugo fue la persona que te educó.
– Totalmente- dice Paco.
– ¿De qué manera? – pregunta Hugo clavando sus ojos celestes en los de Paco.
– La educación de la no educación. De la libertad misma- responde Paco.
Viejo y joven ríen juntos.

Paco se dividía entre la rutina con Hugo, los viajes a Suecia a visitar a su papá y las jornadas en las distintas casas por las que se movía su mamá hasta que se instaló con Rodrigo, su nueva pareja. Ya a los seis años se empezó a dar cuenta de que su vida era distinta a la de los demás. No recuerda qué dibujo hacía cuando en el colegio pedían a todos los niños la típica tarea de dibujar a sus familias. Pero sí se acuerda de que le preguntaban por qué vivía con su padrino y no con su mamá o con su papá. Incluso le llegaron a preguntar un par de veces si Hugo era gay. De pronto le exigían explicaciones de toda una historia que hasta ese momento era tan natural para él que nunca se había cuestionado.

Cuando cumplió trece llegó el momento de buscar respuestas. “Aparte de ser amigos del alma, ¿tuvieron relaciones con mi papá?”, le preguntó un día Paco León a su padrino. Hugo, directo al grano, le dijo que sí. Como aquel día hace 30 años, sigue opinando que no tiene nada que andar explicando de sus decisiones y actos personales. Paco lo interpela:

-Para ti a lo mejor no estaba el tema de la definición, pero la sociedad sí define y pone bajo escrutinio a los niños y las familias. A mí me tocó vivir eso de una manera bien directa en plena dictadura. El golpe militar llegó con una fuerza muy conservadora, súper machista, campesina militar, y marcó una diferencia potente respecto a lo que era la Casa de la Luna. Sin dictadura seríamos una sociedad más avanzada, con más naturalidad frente a muchos temas, como la homosexualidad- reflexiona Paco.

Cuenta que la pareja de su mamá era bisexual y que Estela, que siempre tuvo un lado masculino muy marcado, tenía mucha cercanía al mundo del lesbianismo. “Mi entorno de niño dentro de esta gran familia fue súper liberal y muy relacionado a la homosexualidad. Y había todo tipo de matices dentro del mundo gay, no todos eran como Hugo, también habían locas. Para mí siempre fue demasiado natural todo eso y me hizo sentir diferente en términos de apertura, de entendimiento de situaciones”, cuenta.

Mucha gente le pregunta a Paco cómo no es gay después de su historia familiar. Él contesta, ya con lata, que una cosa no tiene nada que ver con la otra. Que en lo que sí influyó la peculiar composición de su familia fue en darle la libertad de estar con quien quisiera estar. Y hoy está emparejado con la artista Florencia Onetto, tiene una hija de dieciséis años y un niño de dos. A Hugo ella le dice por su nombre, mientras que el menor ya aprendió a decir “tata”.

A pesar de que madre e hijo viven en Pichilemu, Hugo, Paco y Estela siguen teniendo vida familiar. Hace ocho años, Paco padre regresó del exilio aquejado por un daño cerebral. Fue el reencuentro de la familia completa. Lo cuidaron hasta el día de su muerte, dos años atrás. Juntos fueron a tirar las cenizas de Paco al mar.

Actualmente Hugo, Estela y Paco se ven por lo menos una vez a la semana y celebran juntos la navidad. En broma los llaman “Hugo, Paco y Luis”, como los sobrinos del Tío Rico McPato. “Yo creo que la nuestra es más familia que cualquier familia típica. Somos de verdad, de corazón, de alma. Hay mucho amor”, dice Estela. “El problema no es si es hetero o gay, el tema es si hay amor para generar esa familia”, afirma Paco respecto a la polémica que generó la publicación del cuento para niños Nicolás tiene dos papás. Una polémica que a ningún integrante de esta familia le hace sentido.

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