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Opinión

25 de Septiembre de 2018

Relato: Un inmigrante latino en el Estados Unidos de Donald Trump

Al igual que otros, decidí venir a Estados Unidos y vivir el desafío de ser un inmigrante latino en el país de Donald Trump. Ese que nos ha acusado de ladrones, violadores, asesinos y traficantes, y que nos quiere dar la espalda construyendo un caro e inútil muro en la frontera sur; aún con muro, yo y la mitad de los inmigrantes habríamos entrado igual.

Felipe Herrera Aguirre
Felipe Herrera Aguirre
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Estoy en el aeropuerto JFK de Nueva York y estoy nervioso. La fila para hacer la inmigración es larga, hay muchos latinoamericanos y la policía está más estricta que nunca. Estoy a punto de entrar a control, pero al chileno que pasó antes que yo le están haciendo un montón de preguntas sobre su venida. Si tiene plata, si tiene pasaje de vuelta, que a qué viene, que dónde se va a quedar. Él apenas habla inglés, y está nervioso. Se le acerca un policía fronterizo que habla español, y le ayuda. Al final pasa. Ahora me toca a mí.

Ahora me paro frente a la oficial de inmigración, que me mira de arriba abajo. “¿A qué viene a Estados Unidos?”.

Al igual que otros, decidí venir a Estados Unidos y vivir el desafío de ser un inmigrante latino en el país de Donald Trump. Ese que nos ha acusado de ladrones, violadores, asesinos y traficantes, y que nos quiere dar la espalda construyendo un caro e inútil muro en la frontera sur; aún con muro, yo y la mitad de los inmigrantes habríamos entrado igual.

Uno nace en un país sin elegirlo. Nace y crece y se culturiza y forma parte de ese país, y se siente parte y hace propia sus tradiciones y tiene familia y amigos. Pero un día, queriéndolo o no, se va, emigra. Viaja y llega a otro lugar distinto donde la gente se ve y habla un idioma diferente y tiene otras costumbres y celebra otras cosas.

Son millones de personas en el mundo las que viven en situación de inmigrante, de tomar prestado un país y un sistema para vivir. Al final, la historia de la humanidad es una historia de migración, según el (gran) libro “De animales a dioses” de Yuval Noah Harari. El destino principal contemporáneo es Estados Unidos. Es aquí donde hay más inmigrantes que en ningún otro país en el mundo. No lo digo yo, lo dice el Pew Research Center, uno de los centros de investigaciones más prestigiosos.

De las más de 43 millones de personas que viven en Estados Unidos y que han nacido en otra parte, un 14 por ciento del total de personas que vive acá. La mitad de ellos son de Latinoamérica. De los latinoamericanos, la mitad son de México. Solo el 7 por ciento del total de inmigrantes son de Sudamérica. Entre ellos me encuentro yo.

¿Qué hacemos los inmigrantes? De todo. Estamos desarrollando nuevas tecnologías en empresas innovadoras como Amazon, en Seattle. Estamos lavando platos en el restorán de la esquina de la casa de cualquier estadounidense del país. Estamos ocupando puestos de poder en política, aunque aún no sea representativo en proporción. Estamos de presentadores en las principales cadenas de noticias, en los principales diarios y radios, como la National Public Radio y su podcast Radio Ambulante o la versión en español del The New York Times.

Aportamos a la economía de Estados Unidos más de 2 mil millones de dólares al año, muchas veces haciendo trabajos que nadie más quiere hacer. Y aún así, hoy más que nunca, somos acusados de ser el origen de los males de una sociedad en decadencia, y que recién viene despertando. Eso se lo deben agradecer a Donald Trump, quien es tanto el origen y el reflejo de los peores males, como de los mayores bienes que está produciendo esta sociedad. Porque hay gente que está despertando y se está organizando.

Ser inmigrante es luchar día a día contra los enemigos de las diferencias. Bien lo saben los miles de venezolanos, haitianos, dominicanos, ecuatorianos, peruanos y un montón de gente que ha llegado a Chile en las últimas dos décadas, y que están ocupando los mismos puestos que ocupamos nosotros acá. Porque los chilenos también somos migrantes, también nos vamos, dejamos nuestras familias, amigos, paisajes y costumbres. Y también somos discriminados. Eso no se nos puede olvidar.

“¿A qué viene a Estados Unidos?”, me pregunta la oficial de inmigración.

Vengo a ser un inmigrante latino en el Estados Unidos de Donald Trump.

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