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Cultura

10 de Octubre de 2018

Franz Ferdinand en Teatro Caupolicán: entregados al fuego

Oficinistas sopeados, señoras con cartera entrando al mosh y saltos tan altos que parecían competencia olímpica. Franz Ferdinand lo hizo otra vez.

Catalina García
Catalina García
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No voy al gimnasio ni hago dietas. Para remediarlo, voy a conciertos. De lo que sea. Pop, trap, rock o salsa. Cualquier cosa que me haga mover el cuerpo en direcciones variadas. Asistir a eventos musicales es un verdadero deporte. Tal como en el gimnasio, ves gente sudada, algo agitadas por la liberación de energía, y acompañadas de par de aguas embotelladas para, en este caso, sobrevivir a la primera fila. Créanme o no, algo de peso se debe bajar coreando las canciones de tu banda favorita.

Hice la prueba con Franz Ferdinand en el Teatro Caupolicán. A las 21 horas puntual buscaba la entrada a cancha con la misma urgencia que buscas el baño en algún local de comida rápida. No era necesario correr para encontrar una buena locación. Ya estaba lleno. Los mismos que fueron a buscar al conjunto al aeropuerto se encargaron de posicionarse en las mejores locaciones. Un telón gigante, algo fluorescente rompía con la oscuridad de la espera. Franz Ferdinand escrito en grande nos recordaba qué hacíamos acá, pese a que no era necesario. Se respiraba ansiedad.

En ningún concierto hay dresscode, pero se sabe que existe cierto outfit predeterminado para cada estilo musical. Al parecer, el hecho de que la presentación fuese un día martes post jornada laboral, no le dio tiempo a los asistentes de deshacerse de la vestimenta de oficina y pasar a las tradicionales chaquetas de cuero acompañadas por poleras con estampados hilarantes. Llama la atención la diversidad etaria. Padres acompañando a sus hijos y viceversa. El público, en su mayoría, veinteañeros. Apostaría también por los treinta años de edad. Todos parecían haber disfrutado de la estridencia liderada por Alex Kapranos en los early 00’s, en el auge de su juventud. Hoy, venían por esa revancha, el desquite y la búsqueda por saciar esa adolescencia que se resiste a abandonar sus espíritus.

Romper el hielo para un grupo como este no es ningún desafío. Basta con irrumpir con algún acorde para generar una cadena gritos que se propagan por el espacio. Una banda con más de diez años de experiencia y con múltiples hits que han sonado en todas las radios del mundo y parecen no tener fecha de caducidad, sabe perfectamente lo que tiene que hacer. Además, este no fue un debut. Telonearon a U2 en el Estadio Nacional en el 2006 y al día siguiente se enfrentaron en el Festival de Viña. Luego, en marzo del 2010 vinieron a dar algo de alegría a Chile tras el fatídico sismo y posterior tsunami que afecto a nuestro país el 27 de febrero de ese mismo año. Y así continúa una lista de presentaciones que culminan en este encuentro íntimo en el Teatro Caupolicán.

Si hay algo que se espera del conjunto es ruido. Al primer tema el público ya estaba saltando y coreando al unísono. Algunos, con más experiencia y aguante, resistieron el fervor de cancha durante todo el show. Cada cierto tiempo se veía uno que otro fanático retrocediendo, volviendo a esa zona de confort donde el espacio personal es más generoso, como lo es la parte contraria del escenario.

Los clásicos no faltaron. Sin embargo, fueron perfectamente dosificados. El setlist se repartió entre energía y nostalgia. Habían pequeños de intervalos de descanso antes del caos. “No You Girls”, “Take Me Out” y “Do You Want To” fueron algunas de las canciones que sonorizaron los puntos más altos de la jornada.

La complicidad fue vital para conservar el ánimo hasta el final. Cada cierto rato Kapranos demandaba gritos, preguntaba cómo la estaban pasando y llamaba a los asistentes a aplaudir o saltar. Ya al final de la presentación, invitó al público a agacharse en “This Fire”. Sin ese juego, el tema no es lo mismo. Quienes han vivido la experiencia de verlos en vivo previamente saben perfectamente lo que viene al momento que empieza la canción. Toda la cancha obedeció y se entregó a la acción.

En resumen, fue un show redondito. Oficinistas sopeados, señoras con cartera entrando al mosh y saltos tan altos que parecían competencia olímpica. Franz Ferdinand lo hizo otra vez. Convenció a los que venían como acompañantes y reafirmó el fervor de siempre, ese que los mantiene vivos hasta el día de hoy.

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