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Opinión

23 de Octubre de 2018

El sueño americano: Un inmigrante latino en el Estados Unidos de Trump, tercera parte

“Para efectos de moverse, de ejecutar su verbo que es migrar, la gente no se va a detener, la gente tiene que venir y ver por sus ojos que aquí no es lo que piensan”. Óscar Martínez

Felipe Herrera
Felipe Herrera
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Estamos el Luis, el Pablo, el Miguel, el Franklin y yo sentados en la barra de un bar a una cuadra del restorán italiano donde todos trabajamos en la línea, como le dicen al lugar donde se cocina. Todos tenemos vasos de cerveza delante. El Miguel ya se ha metido un par de shots de whiskey entre pecho y espalda, y nos insiste para que lo acompañemos. Yo no, le digo, tomo pura cerveza. Los demás se le suman.

El Luis, el Pablo y el Franklin son ecuatorianos. El Miguel es mexicano. Todos llevan varios años más que yo en Estados Unidos y de tanto mezclarse, sus acentos empiezan a hacerlo también. A veces me cuesta entenderles, y yo tengo que repetirles las cosas que digo.

A mi derecha está el Pablo. “La vida aquí es dura, Felipe”, me dice. “¿Cuánto llevas? Ah, estás nuevito. Yo llevo 16 años. Al principio echaba de menos a mi familia, no quería venirme… pero la oportunidad era buena y me vine nomás. En avión. Los primeros seis meses hablaba todos los días con mi mamá, lloraba, echaba de menos, quería volverme a Ecuador. Ahora todo me vale verga, quiero quedarme aquí. Tengo dos trabajos, siempre estoy cansado, pero no importa, hay que echarle ganas, ¿ves? Y aquí hay mujeres buenas, men. No hay nada mejor que despertarse al lado de un pelito rubio. Y le haces cariño así… tú me entiendes. Hace un año que salgo con una mujer casada, güera, que el marido no la escucha, no la coge bien, así que ahí entré yo. Ella se cuida, en todo caso. A veces me llama, va a mi casa, estamos 20 minutos ahí dándole y se va, tiene que ir a buscar a los hijos a la escuela. La otra vez hicimos un video, ¿quieres verlo?

Mira, te lo muestro… ¿Tienes novia acá, estás casado? Aquí te pones a hablar con una mujer, una güera, gringa, y si le caes bien, pues ya le puedes entrar, es así de fácil. Si quieres te puedo llevar a un club ahí donde van puras güeras, puras mujeres hermosas. Tú me dices y vamos, yo te llevo”.

A mi izquierda está el Miguel. Se está metiendo otro shot. “¿Qué pasa, primo? Así que eres de Chile, ¿qué tal es allá? Dicen que hay plata, que hay chamba, trabajo, ¿es así? ¿Y por qué te viniste? Aah, eres periodista. Yo quiero ser escritor, es que a mí me han pasado un montón de cosas increíbles. El otro día, después de salir del trabajo acá, por esta misma calle hacia el puente, hacia el río, vi a un tipo apuñalando a una pareja. Corrí para pelearle al güey, a enfrentarlo, y me salió persiguiendo con el cuchillo. (Shot). Yo ahí corrí y corrí y pensé que lo había perdido y buscaba a la puta policía pero no había en ninguna parte, era medianoche y estaba todo oscuro. Hasta que los encontré… y pensaron que era yo el que estaba haciendo cagadas y me esposaron. ¿Sabes?

Yo ya he estado en la jail acá, por conducir borracho y eso. No quería ir de nuevo, me vieron los papeles… Nací en Arizona, tengo un hijo que está allá con su mamá, hace seis meses que no lo veo. Tengo papeles, todo bien. Yo les conté la historia y al final les comunicaron que habían agarrado al tipo ese del cuchillo y me pidieron que fuera a reconocerlo, así que fui. Yo ya lo había enfrentado y me sentía como el fucking Spider Man. Ese era yo… era el fucking Spider Man!!!”. (Shot).

Un poco más allá, el Franklin me grita. “Eh, ¿qué pasa, culiao”? Así se dice… ¿cierto? Yo antes lo seguía al Hola Soy Germán, a ese no se le entiende nada, pero así conocí el acento chileno. Tú hablas re parecido a él. Llevo cinco años acá, tengo 25. Llegué a New Jersey, donde mi papá, él me trajo, pero no vuelvo ni a los palos allá. El clima es de mierda, la gente es de mierda también, pero acá no es mucho mejor. Aquí ya he trabajado en varios restoranes del downtown, siempre hay latinos y quieren latinos. Pero yo siempre estoy medio borracho, a veces llego pasadísimo, bien pedo. Una vez me desperté y estaba ahí, a la vuelta, con las putas. No sabía ni cómo llegué ahí, pero después me contaron que me encontraron tirado ahí durmiendo en la calle. Las putas me vieron por las cámaras de seguridad y me fueron a buscar y me cuidaron. Después me fui a mi casa y estaba hediondo a ese perfume barato, jajajaja. Ahora siempre las paso a ver, a veces me atiendo, hacen buenos masajes”.

El Luis es el único que no habla, solo se ríe. A veces dice “sí, es verdad”.

Después mira su celular, su Instagram. Tiene fotos de su auto, un Nissan deportivo gris cromado, y se emociona con los autos que pasan por la calle y que podemos ver por el ventanal del bar, un Corvette, un Camaro, un Mustang, pasan por delante a la velocidad que pasa el Sueño Americano y se van, se pierden al doblar en la esquina. Luis tiene dos trabajos, uno haciendo desayunos y el de las tardes en el restorán italiano. Y le alcanza solo porque tiene un número falso del Social Security. Es re fácil sacarlo y a la gente de los restoranes no les importa que sea falso, mientras sirva para el registro. Si no fuera falso, al Luis no le alcanzaría la plata.

Al final, el Luis se va porque mañana trabaja a las 7 de la mañana, y se lleva al Franklin. El Pablo se va con su primo, que lo pasa a buscar en un Audi que acelera raspando los neumáticos por las calles de Minneapolis. El Miguel, que de borracho ya confunde el inglés con el español, los géneros y todo, me ofrece llevarme. No, le digo, ando en la bicicleta. Se va, y está contento porque en un par de días viajará a Arizona a ver a su familia. Esa fue la última vez que lo vi. Me lo imagino con su hijo jugando en el parque o viendo la tele. Está contento. Ojalá
sea así.

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