Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Cultura

7 de Noviembre de 2018

Adelanto exclusivo del primer capítulo del libro “Nunca cumplimos 30”, una historia oral del canal 2 Rock and Pop

Este 1 de noviembre se lanzó el libro “Nunca cumplimos 30: la historia oral de Canal 2 Rock & Pop”, con prólogo de Álvaro Bizama y narrado en las voces de sus protagonistas, desde Iván Valenzuela y Alberto Fugett, pasando por Rafael Gumucio, Pedro Peirano y Soledad Onetto, entre muchos más. Acá un adelanto exclusivo para The Clinic.

Por

Capítulo 1: Bienvenidos al poder

Iván Valenzuela: Veníamos de la dictadura. La dictadura no es un cliché ideológico. En mi universidad desaparecía gente. Eso era en serio, era de verdad. Yo escuchaba la Cooperativa todos los días y te levantabas en la mañana pensando: “Chucha, a quién van a detener hoy o qué va a pasar hoy”. Era todo muy intenso. Y como dice un amigo, Eduardo Arriagada, nos dolía Chile. A nuestra generación le preocupaba la política. Y en esa época mucho más porque era muy fundamental. Porque era una cuestión literalmente de vida o muerte. Yo no estaba en el Frente ni era del Partido Comunista, pero cuando había protestas en la universidad yo iba. No tiraba piedras porque yo era de la no violencia activa, pero, puta, mis amigos sí. Y a mis amigos los detenían, a mí me detuvieron una vez. A todo el mundo lo detuvieron. No era un chiste.

Ángel Carcavilla: Estábamos recién practicando la democracia en esa época, entonces se estaban abriendo un montón de espacios. Creo que estábamos en el Gobierno de Frei y habíamos tenido a Aylwin antes. Había ciertos miedos, recién estaban revelándose cosas, todavía existían acostumbramientos a algunas maneras de censura y sobre todo había una necesidad de decir muchas cosas, pero, por otro lado, había una parte que tenía muchas ganas de reprimir.

Rafael Gumucio: Era un ambiente político y social muy raro, con consensos un poco forzados. En los
primeros años de Aylwin todos aceptamos el pacto, nadie se reveló, todos estuvimos de acuerdo, pero, para mi gusto, el Gobierno de Frei fue la prolongación de ese pacto un poco artificial. Fueron años de crecimiento económico gigantesco, pero también de silencio. Años muy chatos. Igual pasaban cosas, aunque todo en una onda medio hedonista. Mucha cocaína, mucha plata, mucho placer. Bien poco diálogo y debate. Era una época de una paz forzada, pero igual era una época próspera. Todos los años ganabas más. Siempre te iba un poco mejor pero no dejaba de ser una época difícil.

Iván Valenzuela: Cuando ganamos el plebiscito y después cuando gana Aylwin, lo que viene es un cierto wishful thinking1 . Es como la sensación de “ahora sí que todas las cosas cambiaron”. Pero en rigor no cambió nada. O sea, el comandante en jefe del Ejército decía unas hueás increíbles. Hoy si el comandante en jefe del Ejército dijera la décima parte de las cosas que decía Pinochet ―no que hacía, que decía Pinochet― sería
cortado. Sin embargo, teníamos una cierta sensación de que podíamos salir a la calle tranquilos, de que las cosas habían mejorado sustantivamente. Y entonces, es como decía Julio Martínez: “Ahora volvamos a lo nuestro”. Ahora podemos hablar de R.E.M. porque se fue Pinochet.

Marco Silva: Cuando salió el No, y mi generación confió en eso, era bastante increíble pasar a la
democracia después de un plebiscito. Haber fortalecido la democracia y ganado la elección fue súper potente. Pero rápidamente las concesiones ―que Pinochet estuviese todavía en la comandancia en jefe del Ejército y un montón de cuestiones― generaron un ambiente de falta de credibilidad. Era una sensación de que no se podía hacer nada, un ambiente cerrado y, de repente, con la Zona de Contacto, con la radio Rock & Pop, la revista y lo que terminaría siendo el canal, podíamos hacerlo todo. Me imagino un poco a esos animales enjaulados a los que les dejas la jaula abierta y no se escapan, se quedan pensando “¿qué hago ahora? ¿Salgo? ¿No salgo?”. Fue bien gradual, no fue una cuestión que haya sido radical.

Ángel Carcavilla: Y de repente: “Bienvenidos al poder”. Fue bien impresionante y el ánimo era más bien optimista.

Marco Silva: Estábamos demasiado reprimidos. Más allá de la figura de Pinochet, había una cuestión que teníamos que transgredir o hacer. Esa era la sensación: una sensación que tenía que ver con una generación más Los Prisioneros, más punk, que una generación más Silvio Rodríguez, donde todo era más meloso.

Marcelo Contreras: Había una sensación de expectativa. Había una especie de efervescencia cultural que fue decantando y disminuyendo a medida que iba avanzando la década. Esto era mucho más fuerte a comienzos de los noventa, en los años de Aylwin, que después en los años de Eduardo Frei.

Marco Silva: Había un ambiente que venía con la proyección de mi generación, que había terminado la universidad entre los últimos años de dictadura y los primeros de democracia. Fue justo la generación de los que alcanzaron a votar por primera vez para el plebiscito. Esa generación se frustró bastante rápido con respecto a las promesas que se habían hecho por parte de los políticos.

Marcelo Contreras: Estaba esta sensación de que los jóvenes podían expresarse a través de medios de comunicación y podían tener una mirada.

Ángel Carcavilla: Básicamente, existía la Zona de Contacto. El Wikén, en esa época, tenía mayor fama. Estaba MTV también. Estaba haciéndose recién cine chileno. Había harta efervescencia y la sensación de mi generación era que tenía hartas posibilidades de hacer muchas cosas. Era gente joven. La generación anterior había luchado en dictadura, algunos fueron absorbidos, otros se pelearon. Ellos eran de treinta y tantos, nosotros de veinte y algo. Nuestra generación era más fresca, estaba más sana o era más ingenua. La anterior había estado en la lucha, tenía más ilusiones, estaba más desencantada con la democracia, entonces estaba mucho más jodida en ese sentido. En cambio la nuestra, el grupo al que yo me vinculaba, empezó a asumir cargos súper importantes en los medios: de editores, directores.

Iván Valenzuela: Lo que nosotros pensamos, yo creo que inconscientemente y con un poco de voluntarismo, es que era el momento de normalizar las cosas y de celebrar y de pasarlo bien. Y por eso podíamos ser frívolos. Y por eso podíamos tocar la música que tocábamos y hueviar como hueviábamos en la Rock & Pop o hacer los chistes que hacíamos en la Zona de Contacto. Había una cierta inconsciencia del estado de las cosas.

Sergio Lagos: En los noventa se volvió a reconstruir un país que venía súper golpeado y fue un momento de mucho optimismo y de mucho auge económico. Había una sensación de que estábamos partiendo de nuevo. Y en ese espíritu, yo creo que estos proyectos calzaron muy bien. O sea, no hay que olvidar: veníamos saliendo de la dictadura. Entonces, pequeños espacios donde en El Mercurio, que era como un brazo también del pinochetismo, aparecieran textos con colores y gente diciendo frases poéticas era un cambio.

Marco Silva: Éramos los mismos que veníamos juntos desde los ochenta, desde que éramos estudiantes. Era un mismo grupo. Somos los mismos que fuimos a la Zona de Contacto, los mismos de la Rock & Pop, fue ese grupo, que finalmente son los que estuvieron en todos lados. Era eso: cursos que salieron entre 1987 y 1992 y se fueron a los medios a expresarse. Lo que hicimos ahí fue hacer las cosas que hacía diez años estábamos pensando que se podían hacer. Todos queríamos hacer cine, todos queríamos hacer clips, ser rockeros. Todos queríamos hacer algo. Y en nuestra transición entre los veinte y los treinta años tratamos de hacerlo todo.

Marcelo Contreras: Había un barniz juvenil en ciertos medios de comunicación. Y ahí, en esa línea, entran por ejemplo proyectos como la Zona de Contacto, que data de comienzos de los años noventa; el proyecto de la Rock & Pop, que parte en 1991 o 1992 como radio; después productos derivados de esa marca, que son la revista ―que es más o menos de mediados de los noventa y duró como cuatro años― y finalmente el canal que representa todo eso.

Marco Silva: Yo creo que ya en 1994 la cuestión comenzó a friccionarse, cuando aparecen la radio Rock & Pop, algunos recitales, cosas a las que no estábamos acostumbrados. De repente se fue abriendo la cabeza.
Empezaron a aparecer varias cosas: la Zona de Contacto, la Rock & Pop. Empezaron a haber expresiones masivas de algo aunque todavía eran bastante cerradas, porque la Zona de Contacto era de El Mercurio y la mayoría de los alumnos de la Universidad Católica se pasaba para allá. De hecho, la Rock & Pop misma se formó por coaliciones de alumnos destacados de varias universidades, también una elite. Había mucha gente que venía de la Chile, de la Portales, de la Católica. De mi escuela también ―el IPS2 que después fue la UTEM―, una universidad en tiempos en que no existían mucho las universidades privadas. Eran los mismos. Yo era compañero de la Carolina Delpiano. Tenía muchos compañeros que participaron en Rock & Pop. O gente de Periodismo de la Chile, que eran amigos míos. De ahí venía Pedro Peirano, Álvaro Díaz. De la Católica, la misma generación: Iván Valenzuela, Consuelo Saavedra, Monserrat Álvarez.

Rafael Gumucio: Cuando nació la radio Rock & Pop yo ya llevaba varios años colaborando en medios de comunicación. Escribí en la APSI, escribí en La Nación, para la Zona de Contacto escribí un poco y, claro, uno se topaba con la misma gente en todos los lugares. Eran casi todos recién salidos de la Católica, todos con mucha hambre, mucha ansiedad. Yo creo que había una sensación de que éramos una generación dorada.

Sergio Lagos: La Zona fue un buen semillero de gente curiosa y gente con ganas. En los noventa se volvió a reconstruir un país que venía súper golpeado. Y fue un momento de mucho optimismo, entonces había una sensación de que estábamos partiendo de nuevo. Y en ese espíritu, estos proyectos calzaron muy bien.

Rafael Gumucio: Todos en nuestro fuero interno ya pensábamos que éramos increíbles, pero nadie nos lo había dicho. Es ese tipo de locura de cuando eres joven y piensas que eres la raja, pero que alguien te lo diga y te pague por eso cambió un poco nuestra relación con la realidad.

Marcelo Contreras: Yo creo que hay una figura aquí que es insoslayable, para bien o para mal, que es la de Alberto Fuguet. Al menos en mi generación. Él con otros paladines del periodismo de aquel tiempo, como Iván Valenzuela, por ejemplo, era gente que estaba muy atenta a lo que sucedía en Estados Unidos. Era gente que básicamente leía la Rolling Stone. Fuguet es un tipo que, de una forma u otra, constituye una generación de gente e hizo una especie de taller, es lo que representó en la Zona de Contacto. Era un periodismo que tenía que ver con un
lenguaje más relajado, que trataba de alejarse de los formatos. La Zona de Contacto tiene esta paradoja de que está criada bajo el alero de El Mercurio que es, cuando conviene, la formalidad misma del periodismo y el oficialismo. Pero básicamente tiene que ver con un relajo del lenguaje y con interpelar al lector directamente, sin todas estas distancias del periodismo tradicional a través de la mal comprendida objetividad. Le hablabas de tú a tú al lector y había mucha primera persona, había una perspectiva como de experiencia, de lo que a ti te había pasado, de lo que tú sentías. Esos yo creo que eran los rasgos que tenía ese periodismo: saltarse un poco los escollos que establecían esa distancia con los receptores y saber que le estabas hablando a gente joven y que tú eras un tipo joven y que tenías esa manera de relacionarte.

Rafael Gumucio: Nosotros nos rebelábamos, pero evidentemente el líder de la época era Fuguet aunque a nosotros no nos gustaba. Además yo tenía la dificultad de que compartimos el taller de Skármeta con Fuguet, lo conocíamos entre amigos y no amigos. Con Alberto no éramos amigos pero sí cercanos.

Alberto Fuguet: Solo me sentía un líder en días malos. O trataba de pensar que no era cierto. No me quiero sonrojar. Todo habría sido muy distinto para mí en la vida si yo hubiera dicho “lo soy”. Páguenme o síganme los buenos. A lo mejor me incomodaba. Y yo también sabía el backlash. Creo que a diferencia de Gumucio, que siempre ha querido ver cuánta gente te quiere, para mí siempre ha sido muy importante saber quiénes te odian.

Rafael Gumucio: Lo que pasa es que nosotros éramos muy soberbios. Los otros del grupo ―que terminó siendo Plan Z―
habían hecho un suplemento en la Chile que se llamaba Tócame la Zona, que era un chiste contra la Zona de Contacto.

Alberto Fuguet: Me acuerdo de que Felipe Bianchi nos pasó ―no me acuerdo cómo lo consiguió― unos fanzines de Pedro
Peirano que se llamaban Tócame la Zona, que era totalmente en contra. La odiaban. Pero después me di cuenta de que la odiaban con una erección, igual les daba algo. Y, eventualmente, Peirano perteneció a la Zona. No por eso hizo mal. Hay que pensar que era un pendejo.

Iván Valenzuela: El Mercurio era la raja porque tenía todos los medios. Era increíble en esa época. Tenía un sistema de cables: yo podía leer Rolling Stone casi en línea porque era una especie de internet. Porque la Rolling Stone te la conseguías meses después en la Librería Nacional. Era como nuestra Biblia, en el sentido de que estaba la información, pero también estaba la manera de escribir, la manera de hacer periodismo. Rolling Stone era un referente en todo lo que fuera cultura pop. Estados Unidos para mí era muy fundamental. Y para Alberto también, porque Alberto es gringo. Independientemente de que sus películas no lo sean, Estados Unidos es su gran referente.

Alberto Fuguet: Mi impresión es que yo era mucho más normal de lo que la gente cree. A lo mejor uno accedía a algunas revistas, hacía un esfuerzo. En el cine uno tampoco podía ser tan loco porque no había internet. A veces trataba de arrendar el video que nadie arrendaba. Igual había mucha música circulando, había disquerías y eso implicaba que uno podía escuchar otro tipo de música como The Sugarcubs, donde estaba Björk, y no necesariamente lo que estaba en la radio. Había material acá. Gente que viajaba, amigos. Había azafatas que traían revistas. Pero no es que fuera una vanguardia. Lo que pasa es que los medios no se hacían cargo de eso, nadie escribía sobre eso.

Iván Valenzuela: Lo que nos pasaba a nosotros, a mí y al Freddy Stock que entramos juntos a trabajar, era que veíamos esto y lo único que leíamos en los diarios era que, y este es un ejemplo que he contado muchas veces, a Gustavo Cerati le tiraban ropa interior al escenario. Nadie hablaba de música realmente.

Alberto Fuguet: Toda la gente mayor de treinta y cinco años que tenía poder en los medios, de repente se dio cuenta de que no cachaba lo que estaba ocurriendo en el mundo. Y había que reportearlo. ¿Quién lo hacía? Los pendejos con barba y pantalones apretados. Me acuerdo perfecto de una anécdota: una periodista de Wikén que no voy a mencionar, encantadora y cuica, cuica, cuica, la mandaron a entrevistar a Soda Stereo y no entendió nada. Volvió con su cartera diciendo “no sé si son maricones, drogadictos. Si son buenos o malos”. Y no había Wikipedia, no había Google.

Marco Silva: Creo que nos despegamos de la clásica cultura de izquierda ―que era la reverencia, el templo sagrado a las figuras de Víctor Jara, Violeta Parra, Inti-Illimani y Quilapayún― después de haber pasado a las bandas con más mensaje, que eran Los Prisioneros y Los Tres; empezamos a tomar prestadas cuestiones más globales, bandas inglesas,
bandas gringas. De repente, pasar del cine arte al videoclub, del videoclub al DVD. Fue como una transición de formatos, herramientas y accesos. Yo me acuerdo de que el grunge era súper potente, como que había una rabia contenida: Nirvana, Pearl Jam, bandas iniciáticas de los noventa. Se acabó la mirada ochenta súper poser, ya era una cuestión más honesta. Era más rock y guitarras.

Alberto Fuguet: En mi caso, creo que tiene que ver con una cosa mucho más freudiana: yo quería que hubiese más gente parecida a mí para tener más amigos. Sentía que todos eran unos hueas, que todo el mundo era comunista. Yo quedé traumatizado con la pasada por la Escuela de Periodismo. Era un mundo extremadamente belicoso, resentido, mala onda. Lo pasé pésimo. Toda esa gente era una tropa de losers, para mi gusto, y los que no eran losers eran cerrados de mente. Yo he contado varias veces que una vez llegó un tipo de Concepción con un aro y con un guante azul que escuchaba The Smiths. Hubo una reunión en la Escuela para ver qué íbamos a hacer con él y yo propuse que lo podríamos hacer desaparecer. Obviamente la gente se escandalizó. Pero yo decía: “Bueno, si ustedes están hablando de este tipo sobre ‘qué vamos a hacer’ están hablando como los militares”.

Rafael Gumucio: Visto con el tiempo, se nota que hubo una operación ahí de parte de El Mercurio y de parte de los
medios más tradicionales para darle poder a esta generación por sobre la otra. Pero nosotros no lo veíamos así, no veíamos que estábamos siendo parte de un ejercicio de manipulación histórica. Hay gente a la que nunca le interesó la política, pero en otros casos, como el mío y el de muchos de mis amigos, estábamos muy saturados por eso cuando éramos chicos. Una vez escribí una columna, una de las pocas que publiqué en la Zona de Contacto, que era un artículo como cagándose en Silvio Rodríguez. Fui muy violento y el cantante de De Kiruza, Pedro Foncea, salió a polemizar conmigo. Estaba muy enojado y hubo una mini, mini polémica. Pero a mí me encantaba hacer eso, hablar mal de Silvio Rodríguez y cosas de ese estilo. Yo lo percibía como una especie de continuación de lo que hicieron Los Prisioneros en los ochenta. Eso era lo que pensaría cualquiera en el Canal 2, eso es lo que sentíamos que éramos nosotros: los continuadores de Jorge González. Esa era la situación: uno quería salir del luto, salir del llanto y vivir.

Alberto Fuguet: Donde yo tuve harto que ver con el show, con el hueveo ―yo siento que es mi mayor película, mi mayor acto de puesta en escena―, fue con Faith No More en Viña . Yo sabía que algo podía ocurrir, aposté por eso. Hablé con Mike Patton y armamos una especie de show para molestar al país y poner en jaque a la prensa que, en general, efectivamente trató a Faith No More como unos canallas. Como el fin de occidente, básicamente. Y la teoría era que si esto era democracia, puta, qué lata. Todo el mundo esperaba como que la democracia fuera gente de corbata, buenos comunistas, buenos socialistas. No gente con mohicanos y menos con tatuajes.

Iván Valenzuela: Había un montón de cosas pasando y todas esas cosas eran súper simbólicas del resurgimiento de algo. Del resurgimiento de un cierto estado de cosas y de una cierta ilación nacional. Algo había ahí. Algo había que estaba representado y que nosotros estábamos poniendo en los medios de comunicación.

Y era muy choro porque Congreso estaba en el mejor momento de su carrera. Había vuelto Inti-Illimani, que todavía
estaba muy, muy lustroso. Estaban naciendo Los Tres. Estaban pasando cosas en el mundo de la música muy importantes. Yo diría que era un movimiento muy interesante, no al nivel de ahora, pero era súper choro lo que pasaba. Y, de alguna manera, nosotros fuimos la cara de los medios de comunicación de todo ese movimiento.

Marco Silva: El destape recién comenzó en la segunda mitad de la década. Entramos en una actitud contestataria de decir “váyanse a la cresta” y no en una de construir y agachar el moño. Sobre todo hay una frase de Aylwin que es súper marcadora: “Justicia en la medida de lo posible”. Y era como “¿qué es esto? ¡Si todos deberían estar presos!”.

Sergio Lagos: Los noventa eran el momento para todo. Era el momento para que la Concertación hubiese arreglado el problema de la educación. Era el momento para que la Concertación hubiese hecho algo de verdad por la salud en Chile. Era el momento para haber protegido ciertos bienes nacionales versus la venta masiva que ocurrió. Era el momento para que la gente joven, que estaba llegando a los medios, lograse hacer mejores cosas.

Alberto Fuguet: A mí me parecía que estábamos escribiendo una gran novela colectiva como París era una fiesta y que
Santiago podía ser aún mejor. Y que el cambio no solo tenía que ver con política. Yo decía que los derechos humanos también implicaban vestirse bien, peinarse bien. Suena atroz, ¿o no?

Título: Nunca cumplimos 30. Una historia oral del Canal 2 Rocj & Pop
Editorial: Libros de Mentira
Autores: Javier Correa y María Ignacia Pentz
Páginas: 200
Precio de referencia: $15.000

Notas relacionadas

Deja tu comentario