Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

8 de Noviembre de 2018

Columna de Arelis Uribe: Hacemos lo que nos gusta porque nos vamos a morir

Todos los días muere alguien, o algo. La perrita de toda la vida de una amiga, la mamá de Jorge González, mi papá hace casi un año. Si no muere alguien pensamos en algún muerto. Tengo un tipo de amigos que llamo “Club de los papitos muertos”, personas de mi edad que ya perdieron a […]

Arelis Uribe
Arelis Uribe
Por

Todos los días muere alguien, o algo. La perrita de toda la vida de una amiga, la mamá de Jorge González, mi papá hace casi un año. Si no muere alguien pensamos en algún muerto. Tengo un tipo de amigos que llamo “Club de los papitos muertos”, personas de mi edad que ya perdieron a sus padres. Es consolador encontrar gente que conoce el dolor de esa muerte. La herida abre conversaciones y las palabras generan un contacto cálido que incinera el frío de la tristeza.

La música acoge igual que una conversación. Nadie sabe por qué estamos aquí, pero estamos. Habitar un único planeta nos obliga a convivir. Entonces inventamos qué hacer para pasar el tiempo. Trabajo, familia, cumpleaños, velorios. Entre todas las cosas que se nos ocurrieron, se nos ocurrió la música. Estoy tomando clases de composición y lo primero que aprendí es que el sonido viene del movimiento. Todo lo que se mueve, todo lo vivo; ruge, canta. Mis zapatillas pisando el maicillo, en el roce de mis palmas con mi piel, el traqueteo agresivo de una escalera mecánica. Todo es música, las cosas sólidas que nos rodean en realidad están bailando.

Se supone que en clases aprendo técnica: qué es ritmo, qué es un acorde, qué es tempo. Pero en realidad aprendo que todo se trata de ciclos, que existe la sincronía, que la música nace de golpes y eso es pura energía. Aprendo a mirar la vida a través de sus ruidos. He pensado que si escuchas lo mismo con otra persona, te conectas. El mismo disparo, el mismo discurso de Pinochet por la tele, la misma canción en una fiesta. Lo escuchado puede ser fortuito o elegido. Como el momento “fogatero” en los carretes. Ahora que aprendí a tocar guitarra [me sé más de diez canciones y compuse una, ¿cuenta como que aprendí, no?] he disfrutado el guitarreo no sólo cantando, sino tocando y es bonito sentir el poder de agarrar una guitarra y liderar una canción en grupo.

La primera vez que canté en un carrete fue hace meses, mi voz salió temblorosa, apretada y enrojecida. Pero lo hice. Esa exposición torpe me dio confianza para seguir y llegar al lugar que añoré cuando empecé: tocando para oír cantar a quienes quiero. Para aprender hay que ser vulnerable. Ahora voy a fiestas y si veo una guitarra siempre propongo que toquemos. Cantamos Álex Anwandter, Los Prisioneros o Shakira. Me he dado cuenta de que conozco mucha gente que no vive de la música, pero vive con la música. Agarran una guitarra o unos tambores, tocan covers o componen sus propios temas, a solas o con gente, para pasar el rato, para descansar el cuerpo en los sonidos.

Hace poco vi esta frase escrita en la calle: “Hacemos lo que nos gusta porque nos vamos a morir”. Entre las cosas que me gusta hacer está la música. Es alegría, consuelo y salvación. Me renueva igual que una conversación en la que se comparten las penas. Me transmite calma, la idea de que los tormentos pueden domarse, aunque sea por un momento.

Notas relacionadas