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Opinión

13 de Noviembre de 2018

COLUMNA | Tres imágenes de la violencia silenciosa y silenciada

Hoy, un perfil de confesiones en instagram, un grupo temático en Facebook u otra red social; configura un sitio de violencia que no sabemos hasta dónde llegará ni cuándo terminará. Esta experiencia en la persona agredida puede generar una sensación de impotencia y descontrol inimaginable.

Pedro Achondo Moya, sscc
Pedro Achondo Moya, sscc
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La imagen de Gómez Guitterman con una pistola en la mano apuntándole al peñi es de una violencia desconocida. Al menos antes poco vista. Esta “postal de la violencia wingka” permite visualizar un tema de larguísima data y que ha ido cambiando su rostro manteniendo cierto patrón común: una violencia de hombres blancos, poderosos, que no buscan ni quieren comprender la cultura, espiritualidad y cosmovisión mapuche. Postal de la violencia del dinero y el poder, de una cierta economía y de la falta de reconocimiento del distinto. Postal de la violencia del colonizador. El de antes y el de ahora.

Hace pocos días nos enteramos de nuevos ribetes de la trágica muerte de la joven Katherine Winter o Katy Summer, como a ella le gustaba llamarse. La violencia de las redes sociales. La silenciosa violencia –al menos para padres y profesores- de los comentarios en chats, grupos y páginas de internet creadas con ese fin. Muchas veces la violencia en twitter impacta. Los padres de Katy afirman que son tres los círculos que fallaron: los papás, la escuela y la sociedad. Es verdad, pero hay algo más: las redes en cuanto canal de violencia y agresividad poseen una arista poco estudiada, a saber, la imposibilidad de controlar su alcance espacial y temporal. Cuando eran los enemigos del barrio o los compañeros de curso, la violencia tenía cara y tiempo. Hoy, un perfil de confesiones en instagram, un grupo temático en Facebook u otra red social; configura un sitio de violencia que no sabemos hasta dónde llegará ni cuándo terminará. Esta experiencia en la persona agredida puede generar una sensación de impotencia y descontrol inimaginable. El anonimato de o los agresores sumado al no-control de la onda expansiva de violencia se transforman en una “violencia fantasma”. Está en todas partes todo el tiempo. Segunda postal de la violencia silenciosa del ciberespacio.

La tercera imagen de la violencia me viene de Brasil. Leyendo una columna de Eliane Brum en El País ella afirma que después de la elección de Bolsonaro “los demonios internos salieron a la luz”; la homofobia aparece con violencia, la rabia contra los pobres y consignas políticas del tipo “viva el fascismo” y “mataremos a los comunistas” se escucha en las calles y en las autopistas virtuales. Pareciera que el triunfo de la ultraderecha militarista ha abierto una especie de libertad de opinión antes censurada, un cierto atrevimiento a decir lo que, según Brum, creíamos que no existía o al menos no con tanta fuerza. Es la voz de la rabia. Pero no de la que se eleva en cuanto indignación ética contra la injusticia y opresión, sino de una rabia fea, expresión del arribismo, de la xenofobia, de la cultura patriarcal y exitista, de esa sociedad que prefiere la ley de la selva antes que el diálogo democrático. Esta postal representa la violencia de los que no creen tanto en la democracia como en la fuerza bruta y la imposición de las ideas. Postal de la violencia de la barbarie.

Tres imágenes de la violencia. Las tres han generado muerte y la seguirán generando. Pese a lo distintas que son, se enmarcan en una gran carencia, la del diálogo y la del respeto. Virtudes que creíamos ganadas, valores que dentro de la imperfecta democracia en la que vivimos y sobre-vivimos pensábamos que estaban instalados. Bolsonaro, Gomez Guitterman y el uso perverso de una aplicación nos recuerdan que no. Que nada está asegurado. No hay que sentir vergüenza en afirmar que esta violencia nos aterra. No sacamos mucho con multiplicar las aulas seguras o enseñar a los jóvenes el “buen uso de las redes sociales”. La rabia, las fobias a los distintos, el preferir la violencia a la conversación y el debate en paz; son manifestaciones de otra cosa. La violencia aquí representa la ausencia de algo. Ausencia de reconocimiento, ausencia de cariño y respeto y ausencia de un sentido de ciudadanía y de derechos.

Pues vayamos al fondo, preguntémonos porqué tanto odio contra una compañera al punto de ser capaces de denigrarla virtualmente (lo que es real) y destruirla emocionalmente. Preguntémonos por un hombre con una pistola capaz de dispararle a familias mapuche desarmadas. Preguntémonos por discursos que hacen una apología de la tortura y la intolerancia. ¿Qué hay detrás de esto? ¿Cómo llegamos a una realidad hiperviolenta que extradita familias pobres haitianas? ¿Cómo es que nos transformamos en una sociedad ignorante consumida por resentimientos, odios y una incapacidad reflexiva que raya en la patología? ¿En qué momento una contienda política entre puristas se volvió más importante –en recursos y prensa- que los niños abandonados, abusados y olvidados? Preguntémonos por la violencia en sus distintas manifestaciones sociales. Detengámonos ahí antes de empezar a buscar soluciones rápidas a problemáticas dramáticas.

*Pedro Pablo Achondo Moya es Teólogo y poeta.

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