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Opinión

14 de Noviembre de 2018

El bielsismo me queda grande

Este texto se trabajó en el Taller de Columnas de Opinión de Arelis Uribe, organizado por la Escuela de Periodismo Portátil junto a The Clinic. Revisa http://periodismoportatil.org/arelis/.

Raimundo Echeverría
Raimundo Echeverría
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Captura Youtube

Vi por la tele la renuncia de Bielsa, en cadena nacional, el 4 de febrero del 2011. Me dediqué a escuchar cada uno de sus largos silencios con total atención, como si en ese ejercicio pudiese prolongar su presencia en Chile. La historia, un anunciado show de la sedición: los empresarios del fútbol, encabezados por Jorge Segovia, y con el atento respaldo de La Moneda —en vendetta por el heroico desaire a Piñera—, dieron un golpe en su estilo: mafioso, artero, cobarde, haciendo pasar su cabrona voluntad como un bien para el deporte nacional.

Desde ahí no le he perdido la pista. Athletic de Bilbao, Olympique de Marsella, Lazio, Lille, Lyon y ahora el Leeds United, de la segunda división inglesa. Más tropiezos que éxitos, es cierto, aunque con campañas que en su apogeo futbolizaron ciudades enteras. Es que si Bielsa logra que sus equipos jueguen en la frecuencia de su proyecto, los estadios se convierten en dispositivos reverberantes que amplifican la vibración de cada hincha. Ayer miraba un video en que siete de sus jugadores picaban desesperados al área propia para frenar a dos delanteros que iban de contragolpe. “Mi trabajo defensivo se reduce a una frase: corremos todos”. Bielsa lo consigue, el Leeds encarna su idea. Vamos ganando. Porque cuando Bielsa gana, yo también lo hago.

Sus partidos marcaron mi carácter. Salvador de Bahía, 10 de septiembre del 2009, minuto 52: Chupete saca a velocidad de relámpago una volea y fulmina a Julio César. De un 2-0, Chile se rebela y empata 2-2, con un hombre más en cancha. Cualquier otro técnico en la historia de la selección, pese a la ventaja numérica, se hubiese echado atrás. Yo pedía lo mismo, el empate era soñado. Pero Bielsa salió a buscarlo, confiaba en los suyos. 4-2 terminó para Brasil, y en cambio, me dejó el recuerdo del seleccionado chileno más digno que haya visto.

Bielsa es utopía arrojada a la acción, el deseo ciego de ir más allá de lo posible. Destroza las dicotomías en las que la izquierda ha refugiado su tibieza moral: lo privado/lo público, los medios/los fines, la táctica/la estrategia. En su política habita la necesidad de hacer de cada movimiento un avance estratégico, aquella disposición a nunca dejar de atacar. Su resistencia es esperanza en un mundo que no hace más que convocar a las renuncias.

A mí el bielsismo me queda grande. Me declaro débil, corrompible, concedo derrotas rutinarias ante enemigos abyectos, me falta energía para ir a todas las pelotas divididas con la misma fuerza. He avanzado con transar, no me ha molestado defender un 0-0 con once jugadores en campo propio, mis recursos no son siempre los más nobles. Es que los tiempos están pelúos, dosificar es un asunto de sobrevivencia. Pero ya se nos va a dar, en algún momento van a llegar nuestras finales. Y desearía que triunfemos siendo bielsistas. Estoy cansado de ganar para perder.

Por Raimundo Echeverría, @raidemeli, texto trabajado en Escuela de Periodismo Portátil 

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