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Opinión

15 de Noviembre de 2018

Las Cruces de Laja y San Rosendo

Documental sobre lo ocurrido el 18 de septiembre de 1973, cuando diecinueve dirigentes de Laja y San Rosendo, cuyos nombres aparecían en una lista proporcionada por ejecutivos de la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones, fueron secuestrados por Carabineros y por empleados de la empresa, y ejecutados en el fundo San Juan para, luego, sus cuerpos ser exhumados y vueltos a enterrar en una fosa común abierta en el cementerio parroquial de Yumbel.

Rodolfo Fortunatti
Rodolfo Fortunatti
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La vida es lucha, sentenciaba San Pablo. Es lucha permanente e ininterrumpida, si ha de tener posibilidad la vida. Ninguna memoria, ningún olvido y ningún perdón pueden clausurar la lucha por la vida. Tampoco la justicia, aunque a menudo creemos darnos un respiro cuando se hace justicia, como queriendo sacramentar con ello la garantía de un «nunca más».

Es una falsa ilusión, pues no existe el «nunca más» per se. No frente al fascismo eterno, el más antiguo y originario, el que habita las ciénagas de racismo, clasismo, dominación, fobias, violencia, tortura, exilio y muerte de nuestra historia republicana.

Ese sustrato de barbarismo, caos y tiranía, siempre presto a usar en beneficio de su voluntad de dominio los malestares y descontentos colectivos, por contradictorios y anacrónicos que estos sean, volverá a cobrar fuerzas para devorar a sus víctimas no bien halle la oportunidad de hacerlo. La vida nos insta a sospechar de las certezas que nos ofrecen las treguas, y a perseverar irrenunciables y sin descanso en las luchas sin prisa, pero sin pausa.

Esta parece ser la lección que nos deja Las Cruces, el documental de Teresa Arredondo y Carlos Vásquez Méndez, de próximo estreno, sobre los crímenes de Laja y San Rosendo.

La virtud del largometraje es su invitación a un estado de contemplación, de reflexión y recogimiento. Lo es su tráiler: una secuencia gráfica de lugares de la memoria. En las imágenes, que se suceden mansamente, todo transcurre sobre un texto implícito que no busca la descripción sino el contexto del conocimiento intuitivo respaldado por registros forenses. Lo suyo es una exhortación a la empatía con los personajes y sus testimonios.

Pero Las Cruces tiene algo más peculiar que su propia estética. Es la revelación de la activa participación que les cupo a civiles en la comisión de delitos de lesa humanidad ocurridos durante la dictadura.

Aquel 18 de septiembre de 1973 diecinueve dirigentes políticos, sociales y sindicales de las localidades de Laja y San Rosendo, cuyos nombres aparecían en una lista proporcionada por ejecutivos de la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones, fueron secuestrados por efectivos de Carabineros y por empleados de la empresa, y ejecutados en el fundo San Juan para, luego, sus cuerpos ser exhumados y vueltos a enterrar en una fosa común abierta en el cementerio parroquial de Yumbel.

Han transcurrido 45 años desde aquel acto bárbaro y desalmado, tiempo durante el cual ha sido preciso vencer el miedo, adentrarse en el laberinto del silencio, ver a la magistratura declararse incompetente y a los tribunales sobreseer la causa para volver a abrirla, romper el mutismo cómplice y derribar las poderosas barreras impuestas a la verdad.

Solo esta semana el ministro Carlos Aldana ha imputado a catorce excarabineros y a tres exejecutivos de la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones, como autores del homicidio calificado de los diecinueve chilenos asesinados, y en marzo o abril de 2019 podría haber sentencia condenatoria.

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