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Cultura

16 de Diciembre de 2018

Gabriela Wiener: Embarrarte en la mierda para contar algo que importe

La escritora y periodista peruana visitó Santiago hace algunas semanas para presentar la reedición chilena de “Llamada perdida”, de la editorial Estruendomudo. Aprovechó la instancia para reencontrarse con sus aliadas locales, celebrar “el mujerío” y hablar sobre ella, el activismo que hace desde su cama y el feminismo que hoy la enfrenta, la impugna y la hace combatir sin descanso desde su trinchera: las palabras.

Por

“Soy escritora. Digo esto para pues para disculpar un poco mis torpezas escénicas simplemente es que desde hace un tiempo estoy buscando otras formas de contar, de contarme, de contarnos. Así que he caído en esto, que no sé por qué lo hago… Soy autodestructiva. Soy solamente una parte de esta historia, esa es la segunda advertencia. Esta historia tiene más versiones”, advierte Gabriela Wiener  al inicio de ‘Qué locura enamorarme yo de ti’, una salsa y conferencia performática que aborda la crisis de un trío, su trío, con el que se embarcó en una relación difícil y con los que tuvo un pequeño niño, Amaru (3).

En esa crisis vivida con el escritor Jaime Rodríguez Z y la activista feminista Rocío Bardají, Wiener -escritora y periodista peruana- se presenta sin pudor y con todos sus matices: ternura, inteligencia, sensibilidad, egoísmo e inmadurez. Siempre expuesta, temerosa, titubeante  y sudorosa, bebe una copa de vino frente a los oyentes, interpelándolos.

La conversación, previa a la performance realizada en Estación Mapocho, ocurre en un hotel boutique de la calle Huérfanos. Ella pide una botella de coca cola. “Es lo único que me sirve contra la resaca”, dice. La noche previa había salido con sus amigas chilenas a celebrar “el mujerío”.

En la introducción de ‘Llamada Perdida’ dices “La intimidad es mi materia y mi método”.

–En mis primeras crónicas trabajaba con historias salvajes, donde terminaba cometiendo grandes audacias. Siempre he sido de historias in door, dentro de la cama, dentro de la casa, de las habitaciones y es verdad que poco a poco lo que narro se ha ido cerrando hacia lo más cercano, mi entorno familiar, mi familia, mis amigas, mis parejas, mis hijos, la crianza. Claramente tengo una narrativa personal, que busca un tono íntimo y que genere empatía con el lector. En las historias de ‘Llamada Perdida’ o en las entrevistas de ‘Dicen de mí’ con gente de mi vida, eso es lo que pasa. Inmediatamente la persona puede buscar referencias en su propia vida y ver que hay cosas que laten, que son humanas.

Y universales…

Exacto. Son procesos mentales, emocionales e íntimos que abro para que otros me miren.

¿Existe algún método personal que uses para contar las historias que cuentas? ¿Tienes alguna estrategia literaria o surge de manera espontánea para ti?

–No sé cómo explicar la manera en que surge algo así. El esfuerzo es al revés, lo que a mí me brota es parte de mi anecdotario personal. Pienso en lo que me acaba de pasar, lo que dijo mi hija en una comida. Todo lo que ocurre en medio de mi sala, está en mis escritos. Quizás mi método podría ser hacer que eso signifique algo. El trabajo que hago se trata de que esta experiencia solamente individual tenga un contexto y cómo puedo llevar a eso a una reflexión mayor, más abarcadora, incluso social, política. En uno de los textos de “Llamada perdida” rescato un momento en que mi hija, cuando estaba más pequeña, cogió unas toallas higiénicas que tenían los adhesivos y se los puso de alas de mariposa en la espalda y se fue como volando por la casa. Parto de imágenes que para mí son muy poéticas o con muchos significados posibles, algo de dónde pueda sacar petróleo de esa tontería, de esa cosa pequeña. ¿Cómo al verla no iba a pensar no en mi condición femenina?¿Cómo no iba a pensar en esa condición femenina con una niña que coge algo que para las mujeres representa esclavitud, destino biológico, todo lo que te aterriza y que te ata a la tierra y a un destino? ¿Cómo no iba asociarlo al tema de la propia libertad y del querer volar? Esta situación pequeñita puede ayudarme a explicar algo mucho más complejo.

Claro, siempre te toca en términos personales…

–Sí. Lo que siempre trato de hacer es embarrarme completamente en lo que estoy. O sea, creo que no hay manera de intentar escribir algo bueno, verdadero, si pretendes quedarte limpio, escéptico, mirando desde una esquina. Para mí eso no va. Te puede quedar algo muy bien escrito, pero si no me revuelve las tripas, no sirve para mí.

¿Buscas salir distinta de cada experiencia en la que te sumerges?

Cada experiencia es una metamorfosis también para quien lo cuenta. El que lo cuenta y lo mira también afecta la historia en sí. Eso está pasando -lo que estás leyendo- porque tú lo estás mirando. Y el que mira está siendo afectado por eso que está pasando afuera también. Es contar eso, contar con esa interacción, ¿no? El que llega, el que está y lo que se cuenta: Es una historia de transformación casi siempre. Las de “Llamada Perdida” lo son. Esas experiencias me han modificado, me han hecho aterrizar o conmoverme por ciertas cosas, replantearme otras nuevas. También hay una escena donde le estoy matando los piojos a mi hija justo mientras escribo una crónica sobre la muerte y tenemos una conversación acerca de la mortalidad y la reencarnación. Si me preguntas cómo lo hago, es así. Es conectando esa intimidad que podría ser algo de mi vida normal, pequeña, cotidiana y convertirla en grandes experiencias de la vida. Intentar, a partir de ellas, expresar lo que son nuestras vivencias compartidas.

Entendiendo que gran parte de tu escritura trata sobre lo que has vivido y sobre tu intimidad. ¿Qué costos ha tenido para ti en términos personales?

–Me gusta mucho una cosa que me dijo un amigo performer hace muchos años -yo me siento muy performer también-, que el performer es alguien que trabaja para mostrar su vulnerabilidad y la del otro. Y es algo con lo que me siento súper identificada. Yo también trabajo con mi cuerpo, desde la escritura, pero lo hago. Tampoco me voy a poner a decirte grandes palabrerías sobre el arte, pero de alguna manera en mi expresión, en mi trabajo, está puesta mi vida. Y de alguna manera son lo mismo también. Entonces por supuesto que cada vez que escribo y me muestro pierdo y gano algo. Si no nos conocemos también en esa fragilidad entonces para qué estamos. No me interesa escribir para darte la razón, o dármela a mí misma, o para constatar lo interesantes que somos, lo racionales que somos. Me interesan todas las otras cosas, todo lo que hemos perdido, lo que no somos capaces de hacer, las cosas que nos dan vergüenza, los miedos que tenemos, las penas, las cosas que nunca vuelven, las cosas que no entiendo y que alguien me explica, no sé, toda esa dimensión de lo frágil.

¿Es quitarle un poco la abstracción al arte y la escritura?

Marta Sanz, una escritora que me encanta española, que tiene un libro buenísimo que se llama ‘Clavícula’, tiene esto de la poética de la fragilidad. Sus textos que te hablan del derecho a sufrir, a dolerte, al derecho a quejarte, a llorar y a mostrar lo vivido como una manera de estar en el mundo, ¿no? De no hacer una literatura o un arte abstracto o por encima de la vida, sino asentado en el mundo, que te hable del mundo desde el mundo. Por eso hablo de estar embarrado en toda tu mierda para contar algo que importe. Yo siempre hago eso en mis talleres: llevarlos al límite de lo vergonzoso, a la pérdida, dejarlos con lo último que les queda de ropa. Es eso, es desde ahí donde creo que sale lo mejor. Y eso te sirve para ficción y no ficción. Finalmente estás en una búsqueda de depurar esa voz hasta hacerla lo más cruda posible, lo más honesta. Hay gente que hace ficción increíble y hace maravillas con el lenguaje, pero yo creo en la experiencia. Es mi fuerte.

Para escribir de esta manera que lo haces, ¿se tiene que ser una persona valiente, arrojada?

–Para empezar hay que saber escribir ¿no?, eso es lo primero. Puedes haber hecho mil cosas pero si no sabes contarlo, no sirve para nada. El tema de la valentía ocurre en ese momento en que estamos dispuestos a exponernos al momento de la escritura. Si en el momento de la escritura realmente te vas a atrever a hacer algo con esa experiencia de tu vida. ¿Cómo lo haces? Si tienes miedo por ti, miedo a qué puede pensar la gente, si vas a herir a alguien, si tu hija no lo va a perdonar cuando lo lea de grande, -que son preguntas que me hacen todo el rato, por cierto- es ahí donde uno puede hacer algo realmente valiente. He tenido a personas con historias poderosísimas que yo sé que igual nunca las van a escribir, porque no están dispuestos a hacerlo. Y eso no es cobardía tampoco, sino que hay historias que no se pueden contar. Porque a veces la vida – o al menos debería ser así- importa más que la literatura.

ACTIVISMO EN LA CAMA

Gabriela Wiener actualmente vive en España con su marido Jaime y con su mujer, Rocío. A él lo conoce hace 19 años, a ella hace cinco. Con el primero tuvo a su hija Lena y con los otros dos a Amaru. Aunque no lo parió, sí lo trajo al mundo. Así al menos lo demostró el clip que presentó al inicio de la performance de Estación Mapocho.

Entre todos, viven el poliamor con todas sus letras. Un matrimonio de tres o una tripareja, como tantas veces contó Wiener que su hija Lena decidió llamarlos. Los tres duermen, hasta el día de hoy, en una cama de cinco plazas.

Leía que te gustaba escribir desde la inseguridad, desde el miedo. ¿Qué te genera inseguridad hoy? ¿ha mutado con el tiempo?

Las inseguridades físicas por ejemplo. Antes eran silencios, vergüenza, pudor, dolor y sin embargo con el tiempo -y obviamente mi literatura refleja mi paso del tiempo- han madurado las cosas en mí y cómo las he procesado y gestionado. No ha desaparecido por completo ni el dolor, ni el complejo, ni la inseguridad, siempre están ahí, pero de alguna manera desarrollas formas de mantener todo esto a raya.

¿Y nada más?

–Mis inseguridades con el tiempo se han transformado también y tienen que ver con el paso del tiempo, con el envejecimiento, con el miedo a la muerte, con la enfermedad. Ahora mismo por ejemplo me pasa mucho de mirar mucho las caras de las mujeres en el metro de mujeres mayores de 50 años, porque yo estoy en los 40 y en una década me va a tocar estar así. Entonces me obsesiono porque temo cometer viejofobia mientras estoy ahora hablándote, pero es un miedo latente. Siento que todas tenemos cierta inquietud con el tema. De hecho, el feminismo es una cosa que nos está haciendo dejar de pensar en la vejez como una situación terrorífica o como algo que llegará, sino como cosas como que los 50 son los mejores años de la vida. Pero bueno, nos han dicho tantas cosas terribles sobre eso, que ¿cómo no tenerle miedo? Lo mismo que pasó cuando nos dijeron cosas terribles sobre el parto o la maternidad.

¿Cuál es la peor mentira sobre ser mujer que te han dicho?

No sé. Yo creo que sobre la lactancia con la experiencia más hermosa de tu vida. Sí, es hermosa, no me engañaron, pero es muy dolorosa. Para mí fue un ultraje total y no tenía ni idea, ni me lo imaginaba. O sea creo que en ese sentido no te dicen nada en realidad. Es muy poco lo que te dicen realmente sobre esa etapa. Es súper dura.

¿Estás dispuesta a escribir sobre envejecer también?

Me temo que seguramente voy a empezar a escribir mis memorias sobre menopausia en cualquier momento.

Espérate, ¿menopausia? ¿Qué edad tienes?

43.

Pff… ¿Te queda todavía no?

–Me queda un montón, pero soy una exagerada ¿no? Siempre lo soy. Ya estoy buscando el siguiente miedo para explotarlo y además tengo una novia que tiene como 13 años menos que yo. Que es un gran tema por cierto; la relación con alguien menor que tú es algo que también me interesa escribir. Tengo muchas teorías, ideas y muchísimas anécdotas. Es muy divertido tener a una persona que está recordándote todo el tiempo que eres más viejo. Yo siempre empiezo a hacer cálculos: “diablos, cuando se me seque la vagina y tenga que usar lubricantes tú tendrás la edad que yo tengo ahora. ¿Qué demonios vamos a hacer?”. Y me pongo toda tontita. Y me dice que no, que nunca voy a envejecer, que nunca me voy a secar… Y por otro lado está Jaime, que somos generacionalmente lo mismo. A veces salimos los dos con Amaru (3) y nos miramos así como un par de abuelitos de nuestro hijo. Y es como “pff, el parque otra vez, dios. ¡Pero si esto ya lo vivimos hace una década!”. Fue un volver a empezar, un rejuvenecimiento desde que nos pasó esto y nos cambió la vida hace cinco años y decidimos hacer este proyecto loco. A veces nos preguntamos nostálgicamente qué estaríamos haciendo si no estuviéramos acá. Tal vez estaríamos meditando en la india con Jaime.

Tu relación es una forma de hacer activismo. ¿Surge desde ahí o lo fuiste pensando en el camino?

–Yo no me consideraba feminista hace diez años cuando publiqué mi primer libro. Habían otras compañeras mayores que me decían pero si tu libro es feminista, pero si tu libro es político. Estaba hablando de otros cuerpos, de otras maneras de vivir la sexualidad, de otras maneras de relacionarnos. Con el tiempo me he dado cuenta que vengo hace rato tratando de visibilizar estas cosas. Y como siempre, todo esto que he contado mezclado con mi propia experiencia, se ve ahí como me fui abriendo en lo sexual y en los últimos tiempos, en lo afectivo y lo relacional. Me parece que sí, que de alguna manera mi mensaje al mundo es decir “vive como quieras vivir”, en tiempos en que la cosa se ha vuelto muy jodida, muy reaccionaria. En donde acaba de ganar en Brasil un tipo que que dice que las mujeres son una basura, que no te viola porque eres muy fea, que el semen no le funcionó muy bien porque su hija salió mujer. Con los años me radicalizado más. Lo que me enseñó el feminismo es que somos parte de una cadena de historias muy similares, en la que todas estamos narrando también. Todos estos son relatos de otras mujeres, es escritura personal, es confesión, es testimonio, está todo ahí. Todo en lo que yo llevaba años moviéndome.

¿Hacia dónde debería apuntar la lucha feminista, según tú?

–¿Vamos a seguir esperando de los poderes del estado nos den libertades y derechos, si llevamos peleando toda una vida y siguen decidiendo contra nosotras? Los que están legislando sobre nuestros cuerpos son una tira de vejetes, conservadores. Yo no quiero eso. Por eso hay tantas mujeres que no se quieren meter en política institucional, que están haciendo política desde otros lados. Pero no niego la importancia de lo institucional, pero también entiendo que te canses de luchar ahí dentro. Creo que la solución está en hacernos caso a nosotras mismas, no seguir intentando funcionar con las lógicas masculinas patriarcales de toda la vida.. Yo veo eso: cada vez más espacios no mixtos, espacios en los que se reivindiquen formas de hacer más pragmáticas, más del día a día, en donde se prioricen nuestros cuidados, nuestras horas, la experiencia directa, no sé, una forma de hacer en donde se potencien los saberes ancestrales que tenemos las mujeres. O sea cuando hablamos de feminizar la política se trata de eso: pienso en lo comunitario, en lo ancestral como ejemplo, en los saberes. Se puede hacer política de los afectos, desde la cama, desde unas maternidades subversivas, distintas.

Igual de alguna manera, elegiste vivir un poco fuera del sistema.

–De alguna manera hackeas el sistema. Mi apellido es el segundo nombre de Amaru. ¿Por qué? Porque si no nos dan el aborto, imagínate que yo pueda inscribir a mi hijo como la segunda progenitora. En algún minuto espero que hagamos una campaña para lograrlo, pensamos meternos en nuestra cama del poliamor como Yoko Ono y John Lennon y pedir desde ahí derechos. ¿O sea, por qué si Jaime y Rosi mueren, yo no tengo derecho sobre él? Probablemente yo no podría cuidarlo. Entonces, claro, hackeas el sistema pero en parte, simbólicamente. Él se llama Amaru Wiener pero es su segundo nombre, no su apellido.

¿Se puede realmente vivir realmente “fuera del sistema”?

–Total, porque ya no queda otra ¿no?. Hay que seguir intentando penetrarlo, hackearlo, intentando destruirlo desde adentro. Pero si luego tienes mujeres que entran ahí, se comportan exactamente igual que los tipos y son otras capitalistas explotadoras, eso de feminista no tiene nada pues ¿no? Porque finalmente si no hacemos un feminismo que esté comprometido con el antiracismo, con el anticapitalismo, entonces eso no es feminismo. El feminismo es sobre las historias de los otros, de los otres, de las vulnerables, de las que estamos jodidas. No puedes pretender ser feminista y luego estar explotando a una mujer, ¿sabes? o a explotar a miles de mujeres en tu fábrica. Qué mierda es esa.

Tienes la posibilidad de hablar, de sacar la voz tienes vitrinas permanentemente. ¿Lo ves de esa manera también?

–El feminismo, de hecho, nos enseña a revisar nuestros privilegios, eso está claro. O sea yo por supuesto que hablo desde este cuerpo situado tal, desde las discriminaciones, violencias que he sufrido, desde mis desventajas y también mis privilegios, evidentemente. Nací en clase media, tuve una educación universitaria, mis padres también lo fueron, y así, privilegios de clase. Nací con capital cultural, algo a la que muchísimas mujeres no pueden acceder. Además escribo, soy periodista, tengo trabajo, obviamente no voy a negar que me ha costado muchísimo y seguramente el doble, como a ti, a diferencia de tu compañero de al frente. No estar haciendo activismo sería una sinvergüenzada total. Entonces tenemos causas comunes, cada una en nuestra diversidad, pero tenemos afinidades porque estamos en la misma lucha, ¿no?

¿Qué has  tenido que transar por vivir fuera del sistema?

Yo no creo que viva completamente fuera del sistema. O sea, quiero decir que hecho cosas que están fuera del sistema. Pero es imposible, ojalá se pudiera. Y bueno, amar de esta manera, criar de esta manera, también tiene costos altos. No tienes muchos referentes, entonces por momentos te puedes sentir aislado: te cansas de ser el tema, los raritos del grupo.

SOBREVIVIENTES

–Algo horrible me ocurre porque si no, no lo entiendo… al leer las historias de #Cuéntalo me… excité. No quería, fue completamente involuntario, solo empecé a calentarme, a lubricar y mientras trataba de rechazar esa sensación completamente inoportuna, al mismo tiempo empecé a llorar, a sentirme un monstruo, a hundirme en la vergüenza…

El texto corresponde a una columna de Gabriela Wiener publicada en El Diario de España titulada “El sexo de las supervivientes”, donde habla -con la crudeza que caracteriza su prosa-  sobre el deseo cruzado por el abuso y el placer mezclado con la violencia que viven día a día mujeres que fueron violadas, ultrajadas y despojadas de todo límite a la hora de tener sexo. Sobre cómo esas experiencias de abuso primarias determinan el sexo que las mujeres tendrán en el futuro y sobre cómo debemos aspirar a erotizar el consentimiento.

Esa publicación, ese relato descarnado, aparece en nuestra conversación ocurrida un viernes feriado en un Santiago completamente vacío.

Me acerqué a ti y a tu escritura a partir de un podcast chileno que se llama Las Raras. Ahí hablas acerca de tu relación abierta, no monógama, con Jaime y Rosi, con quienes duermen en la cama del poliamor. Me pareció interesante la forma en que han construido su relación y desde ahí pensaba… Desde tu mirada, tu activismo y cómo se ha instalado el feminismo en la discusión pública, ¿crees que ha cambiado la forma en que viven la sexualidad las mujeres?

–Ha sido súper interesante este proceso de #NiUnaMenos, #MeToo y #Cuéntalo. Han sido dispositivos para encontrarnos en el testimonio y compartir una serie de historias de violencia que antes todas teníamos metidas adentro y que ahora mismo dijimos: “¡Dios! Esto es una experiencia común”. Eso nos ha hermanado en un montón de lugares, casi globalmente y nos hemos podido acompañar y sanar juntas. Hace poco me indignó una declaración de Catherine Millet que empezó a decir que las feministas eran unas puritanas respecto a la sexualidad porque decidimos hablar de violencia. Eso a mí me dejó loca. Estamos hablando ahora mismo de violencia, de acoso, de violación, ¿por qué metes tus gustos sexuales en este momento?

Hace poco escribí un texto sobre algo en lo que creo mucho, y que es cómo las primeras experiencias de violencia sexual marcan para siempre la manera en que te relacionas sexualmente con el mundo: desde la humillación, desde la dominación, desde el miedo, desde la confusión. Desde niñas terminamos erotizando eso como si eso fuera lo bueno, como si esa fuera la única forma posible de placer. Entonces ahí contaba la experiencia de una amiga que participó en el movimiento #Cuéntalo de España leyendo miles de testimonios de violencia sexual y ese día nos contó llorando que se excitó leyéndolos y que le daba muchísima vergüenza, horror y no entendía. Fue un momento muy profundo porque todas la acogimos y empezamos a hablar de por qué nos pasaba eso. Por qué por ejemplo a veces yo podía buscar porno de mierda totalmente patriarcal de mujeres dormidas que las follan mientras duermen y por qué esto me excita. O la otra que se masturbó pensando en el novio que le pegaba. Y es que está todo completamente mezclado, porque nos han dañado y porque hemos pensado que eso es el sexo. La pregunta es esa ¿cómo erotizamos el consentimiento? ¿cómo erotizamos otras dimensiones de la sexualidad? El hecho de que nos hagan bien, que nos hagan felices, que nos complazcan de diversas maneras y cómo, por otro lado, tampoco debemos sentir vergüenza de tener esas pulsiones.

Me parece muy bien que se den este tipo de debates, está muy bien que se hable de ello. Pero para mí está bien eso de que no tiene que ver nada con el puritanismo intentar cuidarte por una vez en la vida, finalmente muchas somos supervivientes de relaciones tóxicas, violentas, en donde vivimos violencia sexual, de sufrir acoso cuando fuimos niñas. Entonces sí, somos supervivientes y nos tenemos que tratar también así. No como víctimas, sino como gente que tiene una historia y que ahora lo que intenta hacer es tener relaciones cada vez más completas, más sanas, más felices.

Editorial Estruendomudo CL

232 páginas

Gabriela Wiener

Tercera edición

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