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Opinión

19 de Diciembre de 2018

Crónica de José Bengoa: Homo Viator

Llegué a Copenhague después de un largo viaje desde Pudahuel, casi del polo sur al norte, sin escalas. En el aeropuerto me topé con la enorme figura de Augusto Willemsem Diaz, guatemalteco, gran persona por fuera y por dentro; ya ostentaba larga barba blanca (1). “Venimos a lo mismo”, me dijo. “Qué emoción”, le dije, […]

José Bengoa
José Bengoa
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Llegué a Copenhague después de un largo viaje desde Pudahuel, casi del polo sur al norte, sin escalas. En el aeropuerto me topé con la enorme figura de Augusto Willemsem Diaz, guatemalteco, gran persona por fuera y por dentro; ya ostentaba larga barba blanca (1). “Venimos a lo mismo”, me dijo. “Qué emoción”, le dije, viajar a Groenlandia. “Igual”, me respondió. Al alba nos sacaron de la cama y partimos al aeropuerto. No me podía imaginar las distancias, ya que los mapas como es sabido, han distorsionado los territorios cercanos a los polos de la tierra. Mercator me tenía confundido y no sabía si Groenlandia era tan grande como aparece o está terriblemente desfigurada. Lo concreto es que nos señalaron que nos demoraríamos seis horas o más en llegar desde Copenhague hasta una base militar norteamericana en la parte más cercana a Europa de esa enorme isla, donde aterrizaríamos y luego cambiaríamos a un avión más pequeño, para llegar al aeropuerto de Nuuk que no permitía el arribo de esos enormes aparatos de transporte. Llegamos a Thule, nombre mítico de libros de aventuras infantiles, la base aérea americana, y nos dio el tiempo para subirnos a un pequeño vehículo e ir a ver pastar los bueyes almizcleros, enormes vacas llenas de pelos, que vaya a saber cómo se alimentan en esos desiertos congelados. Punto a favor del determinismo geográfico. Un avión pequeño, con una docena de asientos nos comenzó a trasladar hacia la capital de Groenlandia, Nuuk, al otro lado de la isla. No volaba muy alto y se veían los cerros llenos de nieve y hielos aunque ya era el fin del verano. Nada de qué alegrarse. En cambio al llegar a Nuuk vimos los fiordos, una multitud de entradas de mar, de ríos salados, y pedazos de hielo que a pesar de ser fin del verano, flotaban en esas aguas heladas.

Nos recibió en el aeropuerto Ingemar Egedé, quien me fue enseñando que no se decía esquimal o “Skimo” sino Inuit, y que uno era el nombre que les habían dado los europeos y el otro el que ellos mismos sentían como propio, como en Chile lo de Araucano y Mapuche. El  había estudiado en Copenhague y junto con otros profesores habían comenzado el proceso de exigir un grado cada vez mayor de autonomía para su territorio y su pueblo (2). Lo consiguieron no con pocas dificultades, pero los daneses poseen un espíritu democrático entrañable y muy diferente al nuestro. Ingemar fue uno de mis guías en ese encuentro con el mundo del norte; años después pude mostrarle, en un acto de reciprocidad,  en una noche estrellada la Cruz del Sur en las montañas de la Cordillera de Los Andes en la comunidad mapuche de Quiquén. Él como buen conocedor de las estrellas se conmovió al ver el otro lado del firmamento.

Nuuk es la capital de la autonomía del pueblo Inuit. Una pequeña ciudad portuaria. Allí hay un Museo muy hermoso. Al ingresar hay una fotografía gigante de un grupo familiar Inuit. La sorpresa de quienes somos del sur del mundo es enorme, ya que es una fotografía prácticamente igual a las que se tomaron en la misma época, comienzos del siglo veinte, a los Onas o Selknam de Tierra del Fuego y también, sobre todo, a los canoeros Yámanas o Yaganes del extremo Cabo de Hornos. Los mismos rostros, expresiones corporales, ojos rasgados, enfundados en hermosas pieles curtidas de animales polares.

La reflexión no tiene respuesta. ¿Cuál es la razón de tanta similitud entre quienes vivían en el polo norte y quienes en el sur? ¿ Será solo el clima?. Volviendo desde Nuuk en el aeroplano,  que iba a baja altura, pensaba al observar esos enormes hielos, en las teorías del poblamiento americano. Dicen que el enfriamiento glacial se habría extendido entre los 100 mil años y los 12 mil;  durante 19 mil años se podría haber cruzado por el “Estrecho de Bering”. Pero, son distancias y períodos  tan enormes, se me hacen tan grandes, que difícilmente pueden servir a la comprensión de lo ocurrido. Por cierto que está entre las probabilidades, pero  no me parecía una aventura demasiado sencilla descifrar desde la ventana de ese pequeño avión  la migración, de esos primeros seres humanos cruzando por los hielos. La imaginación se une a la admiración.

Porque, los seres humanos han  migrado, podríamos decir, desde que existe la especie. Hemos sido tan “Homo Sapiens” como “Homo Viator”, caminantes, viajeros. Buscadores de nuevas alternativas, de nuevos panoramas, territorios,  y a la vez buscadores de la “perfección” del vivir mejor, del dar un futuro de esperanzas a los hijos. En la Edad Media europea eran grandes masas humanas que se desplazaban y ahí estaba el camino de Santiago, la búsqueda de Jerusalém, objetivos que han cambiado con el tiempo pero hoy dia existen nuevas jerusalemes de la modernidad y la abundancia supuesta. Porque los motivos para “moverse” son muchos; por ejemplo religiosos,(dicen que al otro lado del mar hay un “Paraíso recuperado”, libro del Premio Nóbel Islandés, Halldor Laxness acerca de los viajes a Salt Lake City de los primeros mormones), o prestigio y poder, o la  búsqueda de salud que ha sido otra gran dimensión de las migraciones. Y por cierto las evidentes motivaciones comerciales. Finalmente somos peregrinos en esta tierra y por cierto migramos, viajamos, nos movemos, somos Homo Viator.

En estos tiempos que vivimos, de grandes migraciones, y discusiones ridículas, si acaso son un derecho humano o no, bien vale la pena afirmarlo. Los humanos han sido mucho más viajeros que sedentarios. El  nomadismo es otra cosa. Caminan siempre por senderos trillados, buscan pastos y agua para sus ganados. Los viajeros van hacia lo desconocido. Los que migran dejan sus lugares y buscan otras tierras. Está en la estructura básica del ser humano el viajar, el migrar. Es un universal de la cultura, no todos viajan pero siempre hay espíritus viajeros. Siempre está presente el Homo Viator.

La pregunta es evidente y sigue siendo vigente. ¿ De dónde vinieron los seres humanos que habitaron el continente americano? ¿Cuándo llegaron? ¿Llegaron otros por diversos caminos? Al igual que mis reflexiones arriba de ese pequeño avión mirando los hielos del polo norte, hay teorías supuestamente científicas y ha habido y sigue habiendo un amplio espacio para la imaginación. En el primer caso las fechas se caen día a día aumentando de tal manera que sorprenden a quienes se interesan en estos temas. La imaginación en cambio se dispara hasta el infinito maravilloso. El año 1641 Menasseh Ben Israel, sabio judío, expulsado de Portugal a Amsterdam escribe un curioso libro dirigido a Cronwell el Primer Ministro inglés (3).

“Hay tantas ideas como hombres acerca del origen de la gente que habita América y de los primeros habitantes del Nuevo Mundo y de las Indias Occidentales.

La pregunta se hizo evidente al descubrir los europeos América. De dónde son, quiénes son, de dónde vinieron, somos iguales, somos humanos, en fin son las mismas preguntas escondidas, soterradas, que hoy se hacen en todas partes al ver llegar extranjeros, con otros colores de piel, otras lenguas y otras costumbres. Para qué decir de los denominados “indígenas”. Por cierto que son preguntas y respuestas que se emiten a media voz.

Algunos han tenido la idea de que América fue encontrada por los Cartagineses, algunos otros por los Fenicios o los Canaanitas, otros por los Hindúes o pueblos de la China, otros piensan que fueron los Noruegos, otros señalan que fueron los habitantes de la Isla de la Atlántica, otros por los Tártaros y otros por las diez tribus perdidas de Israel….

La Tesis de las 10 Tribus Perdidas de Israel será de una importancia enorme en las sectas sobre todo que surgieron en el siglo XIX en Estados Unidos, entre ellos los Mormones. Se refiere a un párrafo de la Biblia en que de regreso el Pueblo de Israel de Babilonia a Judea, se habrían perdido 10 de las 12 tribus….Existe una enorme literatura fantástica sobre este asunto….

América es el único caso en la historia europea en que aparecen otros seres de los que no se tenía conocimiento alguno. Porque de los pueblos de Asia y África se sabía desde siempre su existencia. Podía no conocerse en detalle a la China o Japón, pero desde la antigüedad se sabía muy bien que en esa dirección había grandes imperios, ciudades, en fin, sociedades humanas y tan humanas como las del mediterráneo. Pensemos que el propio Alejandro Magno llegó hasta la India. Los griegos les decían “Ethnos” de dónde viene el concepto de “étnico”, esto es, otros pueblos que no son “como nosotros”, que son culturalmente diferentes. Pero de la existencia de América solo había ambiguas invenciones como las de la Atlántida, pero nada concreto de la existencia de un mundo totalmente separado del euro afro asiático occidental.

La Atlántica o Atlántida es un mítico continente que habría existido más allá de Gibraltar, conocido en la antigüedad como las “Columnas de Hércules (Herácles). Platón le otorga carácter de realidad en el Timeo y desde allí quedó como cosa cierta hasta no hace mucho tiempo. Domingo Faustino Sarmiento, el gran intelectual y luego Presidente de la Argentina, considera plausible que el origen del “hombre americano” venga de esa isla sumergida (4). A medio camino entre Europa y lo desconocido. Es por ello que la pregunta acerca del origen de estas poblaciones es tan antiguo como el de su descubrimiento por los europeos. No se ha encontrado vestigio arqueológico submarino, pero ¿qué importa?. La alimentación de la imaginación es mucho más importante.

¿Por dónde vinieron?. ¿Cuándo vinieron? Son preguntas difíciles de responder. Un tanto con ironía y científicamente en serio, en la Conferencia Mundial contra el racismo y la xenofobia que se realizó el año 2001 en Durban, Sudáfrica, un afiche decía “Todos venimos de África”, porque los más antiguos vestigios de seres humanos están en ese continente. De allí se habrían expandido a todos los rincones del planeta en una increíble aventura de la que sabemos muy poco, pero que en estos días de  grandes migraciones no podemos obviar.

Cuando los españoles llegaron a América fue también  la pregunta que se hicieron. ¿Quiénes son? ¿De dónde vinieron? Algunos pensaron que los humanos habían surgido de manera paralela en diversas partes del planeta. Pero las creencias cristianas impedían pensar seriamente en esa posibilidad: que hubiera habido varias creaciones de seres humanos. La ciencia moderna tampoco se ha seducido por esta teoría. Todos venimos de un tronco común, o a lo más relativamente común. En términos éticos es muy importante. Somos todos iguales. Y la biología lo demuestra de una manera absoluta. La anatomía del  ser humano es igual en todos los casos. Por lo tanto la cuestión de la expansión de los humanos por el orbe sigue siendo un tema del mayor interés científico.

Paul Rivet, sabio francés, fundador y director durante largos años del Museo del Hombre de Paris, en el Trocadero, hizo famosa la teoría de que grupos de cazadores se desplazaron entre los hielos del Estrecho de Bering y fueron poblando América. Ya los antiguos jesuitas , el Padre Rosales,  lo señalaban como posible. Para él era de la mayor importancia teológica comprender que los “indios americanos” eran también “hijos de Dios”. La pregunta sigue vigente y sus respuestas están plagadas de consideraciones ocultas. Nada hay menos “científicamente puro” que este tema. Está contaminado por ejemplo de Eurocentrismo, como habría dicho Aníbal Quijano, esto es, de que al explicar que los americanos provienen de Eurasia, por ejemplo, serían sus descendientes. Unidad en el origen remoto, pero “evoluciones” diferentes de sus sociedades, por cierto unas más “complejas” que las otras. Muchas de las explicaciones dependen de las teorías a las que se acoge el autor. Es así que el famoso navegante e investigador noruego Thor Heyerdhal, viaja por el Pacífico tratando de demostrar las comunicaciones de las sociedades americanas con las polinésicas. La migración al revés. Sus planteamientos, que se pueden ver expuestos de manera increíble en el hermoso museo de Oslo donde está la balsa  Kon Tiki, son netamente “difusionistas”, más aún se trata de una teoría difusionista ingenua, que no resiste mayor análisis teórico. Pero es interesante. Ya que este difusionismo lo llevó a subirse a una balsa y cruzar el Océano Pacífico, lo cual le da un valor maravilloso a sus planteamientos teóricos. Por eso Ben Israel, ya en el siglo XVII decía que la mayor parte de las explicaciones eran “conjeturas” y al parecer podemos continuar pensando del mismo modo.

El descubrimiento de la “gallina polinésica” en el Golfo de Arauco, en el sur de Chile, abre por ejemplo, el camino a nuevas conjeturas. Se trata de restos de gallina polinésica en tumbas americanas antiguas; es evidente que no pudieron viajar volando y debieron acompañar a seres humanos (5). Son muchos los que sostienen que deben haber sido diferentes y sucesivas migraciones provenientes de diferentes partes del Asia. Es una hipótesis que podría explicar la diversidad étnica  americana, entre otras cosas. Por ejemplo diversidad de mestizajes entre migrantes. Varias de estas migraciones habrían ocurrido por el extremo norte y el famoso puente que se habría formado con los hielos hace miles de años. De ahí se habrían desparramado por América del Norte y seguido al sur, en un viaje que cada vez se lo considera más rápido, a pesar de que no hablamos por cierto de años sino de siglos o milenios (6).

Esta teoría conocida como de la Cultura Clovis, por los descubrimientos realizados en el norte de México el año 1929, señalaba fechas aproximativas a los 14.000 años de antigüedad contadas desde el día de hoy, lo que en cierto modo es coincidente con las últimas glaciaciones. Pero las cosas se han complicado enormemente en los últimos años, ya que hay muchos hallazgos que logran establecer fechas muy anteriores a estas. El caso de Monte Verde, cerca de Osorno, estudiado por nuestro amigo el arqueólogo y antropólogo Tom Dillehay  pone fechas que van hasta los treinta mil años de antigüedad de rastros de la presencia de los seres humanos por estas tierras (7). Monte Verde tiene una importancia epistemológica determinante, ya que muestra que las teorías aceptadas son siempre procelosas y dependen de los instrumentos utilizados, de los restos descubiertos y de las hipótesis posibles, esto es, nos pone en el ámbito de las probabilidades. Cuando hacía clases en Bloomington, Estados Unidos tuve la oportunidad de invitar a Tom Dillehay a la Universidad ya que allí hay un nutrido e importante departamento de arqueología. El auditórium estaba repleto y Tom dejó a la audiencia, altamente especializada, con la boca abierta.

Viajar y migrar son dos cosas muy diferentes, como se sabe. Viajar consiste en ir a un lugar y regresar. Además del regreso la clave del viaje, es contar lo que allí se vio. El viajero es por antonomasia un relatador de historias que le han sucedido, como acá se está viendo. Todo el sentido del viaje es regresar a contar lo que se ha visto. Las migraciones en cambio son de otra especie. Son seres humanos que buscan otro lugar donde vivir y que su objetivo no es regresar a contar, ya que muchas veces a los que han dejado en el lugar se los desprecia, teme u odia. Muchas de las migraciones o casi siempre ocurren por guerras internas, odios religiosos como los “Pilgrims” que fundan la Nueva Inglaterra, o por hambre y desesperación. La mayor parte de las veces se trata de “arrancar” del lugar de origen y adaptarse lo mejor posible al lugar al que se llega.

En ese sentido debe haber habido muchas migraciones en los miles de año que tiene la humanidad. La falta de alimentos es un motivo evidente para caminar leguas y más leguas buscándolos. Seguir a una presa para cazarla, es un motivo más que explicativo para moverse de lugar. Las guerras, los controles territoriales, las presiones de otros grupos humanos, han sido también motivos permanentes de huida. Y finalmente la búsqueda de una “tierra prometida”, un paraíso en la tierra, un lugar amable donde vivir y reproducirse.  De los hielos del norte habrían venido descendiendo, pero al igual que Ben Israel, no sabemos casi nada.

Lo que no cabe duda es que el asunto es fascinante. Un punto de vista humanista conduciría las investigaciones en busca de todo tipo de contactos y comunicaciones. De esa manera se podría comprender a los americanos como unidos por decenas de lazos de origen con el resto del mundo. Como diría Simón Bolívar miles de años después, América sería efectivamente el “crisol de todas las razas”, el espacio dónde se mezclaron todos, lo que es un sueño utópico y deseable. Posiblemente desde su inicio, origen fundante, las poblaciones americanas se fueron formando con el aporte de migraciones de todas partes del mundo de entonces y quizá descubramos que siguieron caminos diferentes y unos llegaron por el norte, otros por el sur desde las islas del Pacífico y otros cruzaron, como ya decía Ben Israel, de la Noruega, adelantándose en varios cientos de años a los descubrimientos de la llegada de los Vikingos al Canadá. Discutir si migrar es un derecho humano es una simplicidad casi ingenua. Los hechos son que los humanos son migrantes en sí mismos. Encerrarse en un castillo lleno de alambres de púa, aterrorizados por la aparición del otro, de otros, es ir contra la historia humana. Es finalmente una pérdida de tiempo ya que al final nos vamos a mezclar todos con todos y eso es muy bueno. Hay que mirar con optimismo el nuevo tiempo de las migraciones. En definitiva está en nuestro ser profundo el Homo Viator.

(1)  Augusto Willemsen Diaz fue el encargado de la realización del mayor estudio que se haya hecho sobre los Pueblos Indígenas en la Onu, y que salió bajo la firma del embajador ecuatoriano Martínez Cobos; a él pertenece la definición que hasta hoy es la oficial de “Pueblos Indígenas”.

(2) El detalle de este sistema político autonómico se puede ver en: JB. La emergencia indígena en América Latina. Fondo de Cultura Económica. Segunda Edición corregida y aumentada. Santiago/México. 2015.

(3) The Hope of Israel written by Menasseh Ben Israel,  printed at Amsterdam, and dedicated by the author to the High Court the Parliament  of England, and to the Council of State. Traducción libre de JB. Publicado completo en José Bengoa. La Comunidad Reclamada. Catalonia. Santiago 2010.

(4) Véase: Domingo Faustino Sarmiento, Armonía y Conflicto de las Razas americanas. Buenos Aires. 1919. Con Prólogo de José Ingenieros. Versión moderna en Editorial Akal, con Introducción de José Bengoa. Madrid. 2017.

(5) Los huesos fueron encontrados por Daniel Quiroz y Lino Contreras y luego analizados con los métodos modernos de establecimiento de fechas; ver:  Storey, Alice A., José Miguel Ramírez, Daniel Quiroz, David V. Burley, David J. Addison, Richard Walter, Atholl J. Anderson, Terry L. Hunt, J. Stephen Athens, Leon Huynen y Elizabeth A. Matisoo-Smith (19 de junio de 2007). «Radiocarbon and DNA evidence for a pre-Columbian introduction of Polynesian chickens to Chile». Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, PNAS 104 (25): 10335-10339.

(6) Los viajes por mar, cada día son más apreciados por los científicos. Muchas veces se creyó que cruzar el Océano Pacífico era algo imposible antes de la existencia de las embarcaciones europeas. Las evidencias comienzan a aparecer.  Los polinésicos, por ejemplo, fueron grandes marinos y lo siguen siendo. Tuvieron una verdadera obsesión por conocer y poblar todas las islas. Iban de una en otra. El conocimiento de las mareas, las estrellas, los vientos, los llevaban de manera segura. En el hermoso museo de Oakland, Nueva Zelandia, se pueden ver las reproducciones y algunos originales de sus enormes canoas, con sus flotadores, y sistemas de velas. Allí podían vivir y viajar meses y meses. Así llegaron a la Isla de Pascua. No es difícil pensar que hubiesen avanzado audazmente mucho más y llegado a las costas de América del Sur como en el caso señalado de  las costas de la Provincia de Arauco.

(7) Tom Dillehay  y Cecilia Mañosa (2004). Monte Verde: un asentamiento humano del pleistoceno tardío en el sur de Chile. Santiago de Chile: LOM ediciones. 2004.

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