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Entrevistas

23 de Marzo de 2020

Ximena Abogabir: “Imagínate el lío que se arma si me llego a pillar el virus a los 72 años”

Decidió partir a su casa en Olmué para disminuir al mínimo los riesgos de contagio del coronavirus. Se lo propuso Sergio, su marido de 82 años que tiene complicaciones de salud. Ambos, por edad, están en el grupo de mayor riesgo. Ella se resistió unos días hasta que las noticias la asustaron y la hicieron armar maletas con ropa de verano e invierno. Si aún con la distancia la pandemia tocara su puerta, Ximena Abogabir sueña con poder optar por la eutanasia para no obligar a nadie a elegir entre su vida y la de un niño. La situación del que decide le parece macabra. Y si ella tuviera que elegir optaría, sin pensarlo, por un niño.

Por

Ximena Abogabir no parece una abuela, aunque tenga 28 nietos y disfrute abrazar a cada uno. Tiene 72 años y es una mujer capaz de iluminar cualquier sobremesa desatando una madeja de pequeñas conversaciones con su experiencia. Hablar con ella siempre deja reflexiones profundas y el sueño de llegar a los 70 en la cima de la montaña, donde ella está parada con su largo pelo cano,  llena de vitalidad. 

Cuando cumplió 35 años liderando procesos de participación ciudadana y medioambiente, la fundadora de la Casa de la Paz decidió resetearse. Había cerrado un ciclo. Borró todo lo que había en su disco duro y empezó de cero con la empresa B Travesía100. Tenía que hacer un cambio radical o su equipo iba a terminar pasándole el plumero por encima, dice ella con humor. Sintió que existía una mirada desde la vulnerabilidad a la tercera edad y que a ella no la representaba: entonces se puso a trabajar firme en un colectivo de adultos mayores activos que quisieran pensar la vida hasta los cien años. Está convencida que jubilarse a los 60 no es júbilo para todos, no para ella, y sentarse en una mecedora con las manos cruzadas en las rodillas le parece una escena lejana, por ahora. 

El jueves pasado partió a su casa en el campo en Olmué; ella y Sergio, su marido. Nadie más. Le hizo el quite a la idea algunos días, cuestionándose si esto no era una historia más como la del cometa Halley en 1986, para desviar la atención de otras preocupaciones. Pero no, los medios afirmaban que el Covid-19 era real y a ella le queda mucho trabajo por delante como para regalarle su vida a una pandemia. 

¿Qué te pasa cuando escuchas que esta pandemia ha hecho elegir entre la vida de un niño y un adulto mayor?

-Me parece razonable si hay que elegir. Si hay una sola cama, yo evidentemente salvo al niño, pero al mismo tiempo es muy brutal. Como lo decía la Presidenta del Colegio Médico: no nos hagan elegir, no tengamos que decidir qué pacientes atender y cuáles no. 

¿Eso te hizo cambiar de opinión y partir al campo?

-Cuando tomé conciencia de la peligrosidad que esto tenía, y la situación particular de las personas mayores, decidí cambiar de opinión, cosa que a mí me cuesta un poco porque soy escorpión. Hice mis maletas, con esa cosa divertida de las mujeres de decir ¿qué ropa llevo?. ¿Ropa de verano, para ahora, o voy a volver en dos meses más en invierno? ¿Chalas o botas?

¿Vas a seguir trabajando desde allá?

-Quiero seguir trabajando porque esto se puede poner mucho más duro y como Travesía 100 estamos trabajando todo con Zoom. La disposición a adaptarse en los mayores es infinitamente superior a lo que la gente sospecha de nosotros. 

¿Qué es lo que más duele del aislamiento?

-Nos encerramos sin siquiera ver a los nietos, y eso duele. Podemos trabajar pero no podemos verlos, no les podemos dar abrazos, no es lo mismo. Si no llenamos nuestro día y nos hacemos una rutina cuesta habituarse a la situación de aislamiento, sobre todo para los que están solos. Para los que estamos en pareja es más llevable. 

La contingencia- desde octubre hasta hoy- ha puesto a prueba la tolerancia a la frustración de la vejez más activa que representas. ¿Te bajonea todo lo que ha pasado los últimos meses?

-Esto es bien fluctuante, es como una montaña rusa. A veces me asusto, otras me angustio. Esto de soltar las certezas para mí es muy difícil, siempre he sido una persona de certezas y he tenido un plan, entonces no saber qué ropa pongo en la maleta, por decir una tontera, eso es antinatura. Sin embargo soy una persona optimista, y ahora soy testarudamente optimista, porque si nos ponemos pesimistas todo se pone más cuesta arriba. Quiero pensar que esta es una jugarreta increíble que el universo le está haciendo a la humanidad. Estábamos sumergidos en un individualismo tan exacerbado y tan ridículamente de mentira. Que venga un virus y nos amenace a todos por igual lo encuentro fascinante, desde la perspectiva que nos va a generar aprendizajes y modos de gobernanza para poder enfrentar los otros problemas que tenemos como humanidad, como el cambio climático, el narcotráfico, por ejemplo. 

Es un remezón también para los tomadores de decisiones.

-Claro, porque hoy los sistemas de gobierno van todos al corto plazo y estas cosas sistémicas los dejan sin herramientas. Me da la impresión de que esto es totalmente sistémico. Lo primero que se piensa es cerrar fronteras o ver cuál es el país que va a salir con la vacuna antes, pero somos todos uno. Hay una nave espacial que se llama Tierra y todos los pasajeros que somos nosotros vamos arriba. 

¿Tenía que pasar esto para tomar conciencia de otros grandes problemas que vienen para adelante?

-Pienso que los seres humanos cambiamos o crecemos cuando aprendemos, o cuando nos pegan un palo y nos duele mucho. Es el típico caso de la persona que choca o que sufre una tremenda enfermedad y vuelve de ese trance más sabio. Veía que por el lado de la conciencia iba ganando la cosa del individualismo, el consumo, el materialismo, entonces por ahí no iba a venir el cambio. Soy muy escéptica del rol del gobierno porque responde mal a lo que ciudadanía pide, pues si ésta pide hamburguesa con papas fritas no le va a dar una ensalada saludable. No veía por dónde iba a venir este gran alcachofazo y me di cuenta que tal vez es el coronovirus. 

Tú dices que esto va a significar aprendizaje a través del dolor…

-Estamos en una posición de cambio de paradigma, no se trata de tomarnos una pildorita o que nos vacunemos. Estamos en un cambio de paradigma del individualismo y el materialismo a uno que necesariamente tiene que ser más colaborativo, más respetuoso y solidario. En la confluencia de ambos paradigmas se producen turbulencias. 

¿Crees que este aislamiento puede hacer reflexionar a los más jóvenes en la forma en cómo están construyendo sus relaciones?

-Sin duda. He escuchado a muchos padres diciendo que esto tiene a los adolescentes desesperados, imaginarse meses sin carrete y sin sus amigos. Los amigos para los jóvenes son clave. Esto es un desafío para todos, veo a las familias todas encapsuladas, ayudando a los niños en las tareas, cocinando juntos y creo que puede ser una oportunidad para la creatividad. Esta desmaterialización de la vida, que te obliga a descubrir nuevas dimensiones que pueden ser más enriquecedoras, va a tener un efecto perdurable en nosotros como experiencia de vida. 

Parte de esta materialización de la vida también tiene que ver con las nuevas formas de comunicarnos y el uso de las tecnologías. ¿Se ha perdido la piel en las relaciones?

-Estoy de acuerdo, yo prefiero la comunicación semipresencial. Por ejemplo, en el grupo de Travesía100 ya nos conocemos: ya nos abrazamos, nos reímos y nos tomamos el café. El tránsito a la videoconferencia es fácil. En cambio con gente que no has conocido antes es mucho más complicado y es más pobre, sobre todo para los latinos que nos gustan los abrazos. 

¿Crees que este aislamiento social va a tener repercusiones psicológicas?

-Creo que nosotros como generación hemos vivido tanto cambio que estamos enfrentando esta situación de la misma manera: nadie sabe cómo vamos a estar mañana y esto es lo que tenemos el día de hoy. Afortunadamente con mi marido tenemos herramientas para disfrutar y sacarle provecho a este tiempo que vamos a estar aquí encerraditos. Nos gusta aprender, conversar, cocinar. 

Es un gran desafío encontrar la persona para aguantar lo difícil que es aislarse del mundo.

-Totalmente de acuerdo. A esta edad, la amistad es lo que te permite amoldarte. Ya has sido equipo de combate, a lo largo de los años has enfrentado situaciones “malas” y la pareja ha salido junta y fortalecida. Dicen que cuando uno se casa lo que está eligiendo es su equipo de combate, y encuentro tan bonito eso. 

¿Crees que se piensa en la vejez cuando uno se casa?

-Yo pienso en con quién voy a ir a una fiesta cuando me caso, no mi equipo de combate. Pero la vida te presenta momentos muy duros y ahí tú conoces realmente a la persona. Cuando uno de los dos entra en un estado de ánimo más vulnerable, que uno entra y sale todo el rato, el otro está ahí para apoyar y eso es muy rico y muy necesario. La gente que está enfrentando todo esto en su departamento, sola, esa gente lo está pasando mucho más mal. 

Todo lo que está pasando evidencia que el eslabón más débil de la sociedad es la población mayor.

-Dicen que la vulnerabilidad tiene rostro de mujer, mayor. Las mujeres vivimos más, tuvimos lagunas previsionales, porque el sueldo era un 30% menor. Vivimos más y con menos recursos. 

¿Qué te pasa cuando ves que otros países tienen que elegir salvarle la vida a un niño o un adulto mayor?

-Se me arma un nudo en la garganta. Más por la persona que tiene que tomar la decisión que por nosotros mismos que ya vivimos. Qué rico sería seguir viviendo esta yapa que me regalaron, pero yo siento que mi vida, mis dados, ya están echados. 

¿Lo ves como una oportunidad para abrir nuevos debates?

-Esto pone en la agenda pública el tema de la eutanasia. Imagínate el lío que se arma si me llego a pillar el virus a las 72 años. Prefiero tener la posibilidad de, con total serenidad y calma, tomarme la pastillita y dormirme. 

¿Lo harías si se pudieras?

-En la condición que en algún minuto dado se copen las camas hospitalarias y no poder tener ayuda, evidentemente es lo que prefiero hacer. Esto del virus nos ofrece tantas oportunidades de reflexionar juntos. Cuánta gente vive dos, tres años, un infierno y se come todos los ingresos de la familia y los deja a todos endeudados, eso es tan frecuente. Vivir tres años que para ti fueron un infierno, fueron una tremenda carga para ti y tus nietos y al final te tienes que morir igual, es tan absurdo. Distinto es salvar a un niño que tiene la vida por delante.

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