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Opinión

24 de Febrero de 2009

“Me putean por ser ex judía y cambiarme de bando”

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Dice Nicole Denkberg, una descendiente de israelí que apoya a los palestinos. Es hija de judío y madre cristiana. Tiene 27 años y hace tres emprendió un viaje a Israel para conocer sus raíces. Allá su vida dió un vuelco radical y hoy, desde Chile, defiende la causa palestina. Sus amigos ahora la odian.

Por Pamela Palma

Mi padre es judío pero como mi madre no lo es, no soy considerada judía. Mis papás se separaron cuando era pequeña, él se fue a Israel y crecí con mi vieja. Pero por la influencia de mis primos y parientes paternos, desde niña que estaba en el bando israelí, y me encantaba ser parte de ese mundo. Siempre soñé con conocer Israel y a los 20 años empecé a estudiar sobre mis orígenes judíos, la religión y el país. No sé si era fanática, pero estaba súper metida. Iba a las sinagogas, estudiaba hebreo. En ese tiempo me enteré de la Ley del Retorno que hay en Israel para todo judío, hijos de judíos y nietos que quieran “volver” a su tierra.

Como soy judía por halaja, es decir, no nacida de vientre judío, quería hacer mi conversión al judaísmo y qué mejor que allá. En julio de 2005 viajé a Jerusalén con todos los gastos pagados y una beca estatal. Llegué a Ulpan Etzión y allí viví cinco meses. Ulpan es una especie de instituto para aprender hebreo en que había chicos de todo el mundo buscando lo mismo que yo.

En ese entonces, en el país se vivía el período de la desconexión de terrenos ocupados. Todo se dividía entre el color naranja, que eran los que apoyaban la ocupación en territorios palestinos, y los azules, que apoyaban el desalojo. Yo no entendía mucho, no hablaba inglés y menos hebreo.

Recuerdo que un día fuimos a Neviot, al sur de Jerusalén, a construir, en territorios palestinos, unos viveros que estaban instalando unos judíos desalojados. Pero sólo fue un día.

En ese tiempo creo que Ariel Sharon caía enfermo y como Presidente estaba Moshe Katsav. Yo ya había empezado a analizar el tema respecto a la desconexión. Me lo plantié muchas veces y llegué a la conclusión que si bien los judíos estaban ocupando terrenos que no eran de ellos, tenían una gran vida allí, llenos de plantaciones y bellas casas. Me parecía cruel sacarlos y matar el trabajo de años. Yo estaba por el color naranja, pero a medida que pasó el tiempo, todo cambió.

Me fui a Eilat, la última ciudad del mapa de Israel y ahí, en pleno desierto, entre Jordania, Egipto y a orillas del Mar Rojo, cambié. Eliat era y es creo aún, un refugio de Israel. Por encontrarse aislado de todo, poco era lo que se sentía del conflicto. Lo que había allí era una matanza silenciosa, propiciada por judíos hacia todo aquel que no lo fuera. La explotación, la discriminación, el trato y la miseria que vive todo aquel que no es judío, es lamentable.

Las muertes son el punto más grave de esto. No es fácil acostumbrarse a caminar por las calles y ver cómo día a día el ejército israelí acaba con la vida de palestinos. Mis mejores amigos de allá eran rusos, beduinos y palestinos, y a estos últimos los trataban mal en nuestro trabajo de “room service” en un hotel. Les pagaban menos y trabajaban más. Los jefes me decían: “deja eso, que lo hagan ellos… Son árabes”.

Israel es un país muy lindo, pero hay mucha discriminación. Yo tuve suerte gracias a mi apellido, pero fui testigo del maltrato que tenían mis amigos. Allá los barrios árabes son catalogados como “barrios malos”. Y está el Teudat Zeut, el carné de identidad, que fuera de tener los datos obvios, tiene la fecha de nacimiento según el calendario judío. Un sistema, a mi parecer, bastante nazi de su parte.

Cuando estalló la guerra de los 33 días en el Líbano, muchos israelitas se fueron a Eilat y todo colapsó. Creo que fue en febrero de 2007. Un día nos despertó un sonido estruendoso, seco, que movió todo. Nos asomamos por la ventana y vimos salir humo de un local comercial que estaba frente a nuestra casa. “¡La panadería!”, dijimos. Queríamos creer que era por una fuga de gas pero a los minutos llegaron policías, soldados y periodistas. Supimos que un palestino había hecho explotar un chaleco atestado de dinamita y que con él se había llevado a tres trabajadores del lugar. Para la prensa israelita, ese día sólo murieron tres personas, porque el terrorista no contó. En la calle, los restos humanos estaban marcados con tiza y en el local -en el techo, en el suelo y las paredes-aún había trozos de lo que en algún momento fue un ser humano. Un policía los despegaba. A los días todo volvió a la normalidad y a la semana ya funcionaba otro local comercial.

Yo tenía dos opciones frente a eso: odiar al palestino que se explotó, como habría sido lo habitual, o tratar de entender qué era lo que pasaba por su mente. Desde entonces opté por eso, aunque todos me decían que para ellos era fácil porque su credo los llevaba a eso. Pero pienso que no es así. Es decir ¿cómo? Dejan su familia, su vida, y eso se hace sólo cuando se apagan todas las luces de esperanza en un ser humano. ¿Qué más podía hacer él, rodeado de humillación y discriminación? No lo justifico, pero trato de entender. Porque en Israel el trato que existe hacia un palestino, vale menos que al de un perro. En Jerusalén ya había visto un grupo de señores palestinos que iban a territorio israelí a trabajar, apuntados en plena calle por chicos de 18 años, cuyas armas eran más grandes que ellos, mientras otro los revisaba y por la TV el caso de un tipo llamado Mohamed, que solicitó hora al doctor y la operadora le dijo que no podía registrarlo a menos que se cambiara el nombre.

Tampoco se trata de apoyar a Hamas. No creo que el terrorismo sea la solución, sino el síntoma de una enfermedad que en este caso estaría generada por la ocupación israelí. Lamentablemente, todos se preocupan del síntoma, de cómo hacer que la enfermedad duela menos.

El 12 de octubre de 2007 tomé el avión en Tel Aviv y me despedí del judaísmo y la conversión. Pasé allá dos años y aprendí que los árabes no eran como pensaba. Mis mejores amigos fueron palestinos. Ellos me trataron como a una hermana menor, ayudándome sin pedir nada a cambio.

Hoy pertenezco a un grupo en Facebook que se llama “chilenos que apoyan a Palestina”. Creo que es lo más útil. Mi deber es apoyar a aquellos que me acogieron. Los judíos me parecen personas muy inteligentes, pero muy arrogantes. Claro que los hay muy buenos, pero eso es como en todos lados.

A mí me putean por ser ex judía y cambiarme de bando. Muchos de mis amigos judíos ya no me hablan. Pero con esto se confirma todo lo que he contado. Viví casi dos años y medio allá y sé que discutir con ellos es como pelear con la pared.

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#israel#palastina

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