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Reportajes

15 de Agosto de 2009

Hizo lo mismo con el fiscal Torres Silva: La sorprendente historia de la mujer que “amenazó” a Bachelet

Desde antes que la detuvieran, fiscales y policías tenían claro que no era una terrorista, que posiblemente todo se explicara por algunos desórdenes en su vida y en su forma de ver las cosas. Pero Soledad Véliz fue presentada casi como la enemiga pública número uno, alguien que había puesto en jaque la seguridad de la Presidenta. Ella dice que sólo quiso quejarse. Ésta es su increíble historia.

Por

Comienzos de abril. En la Fiscalía Centro Norte de Santiago, Soledad Véliz entra a contar una película de terror: denuncia haber participado ese fin de semana en el traslado de un cargamento de fusiles M-16, remanentes de la internación de armas de Carrizal Bajo de los ochenta, entre Santiago y Valparaíso. Detrás del operativo, dice, está un grupo armado nuevo, un colectivo guevarista que se prepara para hacerlo saltar todo.

El fiscal que le toma la denuncia salta de su silla. Le ofrece protección como testigo, la hace declarar en la investigación, que emprende con la unidad de Inteligencia de Carabineros. La inminencia de los planes terroristas, que la mujer, auxiliar en un colegio de Conchalí, agenda para el 16 de abril, con ataque a la embajada brasileña en Santiago incluido para reclamar la extradición de Mauricio Hernández Norambuena desde esa nación, prende todas las alarmas de los sistemas de seguridad del país.

Pero todo es una mentira bien armada y casi calcada a la que la misma mujer hizo 21 años atrás, cuando metió a la Justicia Militar -CNI incluida- en una historia demente que incluyó torturas, allanamientos y cárceles. Un cuento que tiene como única comparación la saga de Gemita Bueno y Jolo Artiagoitía en el Caso Spiniak.

Tres meses después, Soledad Véliz, la casi testigo protegida de su propio caso, está imputada de amenazas a la Presidenta Michelle Bachelet, el presidente del Senado Jovino Novoa y la embajada de Brasil. Fue detenida por la policía y exhibida a la prensa, se le leyeron los cargos y actualmente espera los resultados de un informe siquiátrico que, se espera, le evite una condena de cárcel. Ella sigue creyendo en su historia como quien cree en voces. Y cada vez que alguien le pregunta, la versión es más enredada. Como en película de espías. O de locos.

LA GUERRA

¿Qué pretendía Soledad Véliz con su autodenuncia? Sólo ella sabe. Cuatro días después de estar en la Fiscalía, los correos por los que la justicia la tiene amarrada llegaban a la Presidencia. Aunque ella dice que nunca amenazó a nadie y que lo que hizo fue quejarse en un espacio que podía servir para hacerlo, como es el link de “escríbale a la Presidenta” de la web de la mandataria, los textos no son precisamente una queja. Todos están escritos a la rápida, sin comas. Llevan consignas y algunos acertijos. Hablan de una “intervención” que el movimiento hace, de llegar a La Moneda “a costa de sangre”, de “detonaciones” y de guerra. El primero pide que les tengan miedo.

Una idea se repite en ellos: el golpe, dicen, va a llegar donde más duela. Ese punto la seguridad presidencial lo interpretó como un atentado, porque además citaba amenazas de bomba en La Moneda.
Uno de los correos venía firmado por un tal “comandante Camilo”, que se decía jefe de la rebelión guevarista y proclamaba que “no soy un niño jugando a revolucionario, ya lo demostraré”.

“Camilo” -por el comandante cubano Camilo Cienfuegos, el otro héroe de la revolución- no existe. Eso al menos afirman todos los que conocen el proceso. Soledad Véliz, dicen, se lo inventó. Ella lo niega. Su relación con Camilo, cuenta, estuvo a punto de costarle el matrimonio, porque su marido llegó a tener celos del hombre con el que asegura haber chateado hasta muy tarde muchas noches hablando de revoluciones.

Camilo es el comienzo de todo. Aunque no: Soledad Véliz recuerda que este desorden partió cuando su hija se fue de la casa y ella colocó una denuncia en la policía. Los carabineros de la comisaría de Conchalí, dice, le recordaron que tenía los papeles manchados con una historia terrorista. Su hija regresó al tiempo, con un nieto, y todo se arregló. Pero la política, la misma que la había agarrado en los ochenta, siguió en su casa. Como una obsesión vieja.

A fines del año pasado, dice, por Facebook la contactó alguien del pasado. Un hombre que ella había conocido en Valparaíso, a fines de la década de los ochenta, cuando fue detenida por la Dictadura (ver recuadro). A los policías les dijo que el tipo se había alegrado de encontrarla, que le había dicho que nunca la había olvidado. Él, dice ella, le ordenó hacerse un correo electrónico usando la chapa de Doris Cáceres y un Facebook con el nombre de Tania Combatiente, la compañera de Guevara en Bolivia. Camilo también, dice la investigación, le impuso pruebas como guardar armas o hacer vigilancia en La Moneda.

En la misma investigación, Soledad Véliz contó que había estado en reuniones con Jorge Gálvez, del FPMR, y con Guillermo Teillier, del PC, para preparar la marcha del 16 de abril en que se estrenaría el Movimiento Guevarista. Ese día, en la realidad, sólo hubo una marcha de la CUT.

En el texto de su autodenuncia no hay mayor claridad de por qué armó todo esto. Allí también está Camilo, que un día la pasa a buscar armado en una camioneta para que lo acompañara a llevar unos fusiles a Viña del Mar. Un traslado que, dijo, hicieron luego de caminar dos horas por unas quebradas de Reñaca Alto, hasta llegar a un corral lleno de ovejas.

No es la única orden que le atribuye a Camilo. El hombre, dijo, le encargó también vigilar La Moneda y llamar a Palacio para contar que había bombas en la basura. En paralelo, algunos compañeros guevaristas habrían comenzado a tomar arriendos en el Paseo Bulnes. También, contó, estuvo en reuniones de planificación de los conjurados junto a un asesor de La Moneda infiltrado.

Soledad Véliz dijo ser informante de la policía en la investigación por la muerte del cabo de Carabineros Luis Moyano, en un asalto de ex lautaristas. Eso es verdad en parte: la mujer llamó a la policía para dar “datos”, pero ninguno de ellos era cierto. Como ahora, con las amenazas guevaristas.

El punto es que, cuando empezó con los correos, nadie reparó en el detalle.

EL SHOW

Soledad Véliz y su marido, Bernabé, sabían que la policía estaba investigándola a ella. Siempre estuvieron al tanto porque, y en esto la historia se pone más loca todavía, los mismos policías se encargaron de contarles.

Incluso él recuerda haber hablado con un detective que le decía que su señora estaba mal. Pero no le cree. Sí coincide en una cosa: la relación con la policía la cambió.

Parte de la investigación a Soledad Véliz fue hecha por Internet. La policía se contactó con ella por Facebook para “sacarle” algo parecido a una confesión. Hubo chateos y correos electrónicos. Hasta fotos. Ella recuerda una que le tomaron en el cibercafé del centro donde está acreditado que mandó algunos de los correos:

-Me sacaron en la prensa, no sé si en el canal 13 o en el 11, con una foto sentada frente a un computador. Resulta que yo estaba conversando con un carabinero de la SIP (por el chat) y el gallo me dice, porque tú sabes que hay una disputa con Investigaciones, “en este momento están allanando tu casa los detectives”. Y me dicen que me van a detener y si acaso escribí los correos.

El policía, cuenta Soledad Véliz, le dijo que mandaría a otros carabineros a protegerla al cibercafé. “Me dijo ahí llegamos y me di vuelta y miré al ventanal y me sacaron la foto en que sale el computador prendido”.

El día antes que detuvieran a Soledad, Bernabé la llamó para decirle que mirara los diarios. En ellos anunciaban que la mujer que había amenazado a la Presidenta estaba identificada y próxima a caer, aunque matizaban que en realidad no se trataba de una terrorista. Soledad se contactó con un policía por Internet. Ella asegura que el agente la tranquilizó diciéndole que estuviera tranquila porque todo terminaría con una firma cada quince días en la Fiscalía, lo que al final ocurrió.

Esa noche, en la Comisaría, su marido entendió lo que se les venía encima.

-Cuando llegué a la Sexta Comisaría, me dijeron que esperara un poco. Iba con mi hijo y en eso aparecieron los periodistas, cuatro o cinco, de los canales. Llegan, le dan la mano al capitán y él les dijo que esperaran un poquito, porque “todavía no llega la señora”. Ellos no sabían quién era yo. El capitán después salió y pidió que sacaran un auto del estacionamiento para que se pusiera allí el móvil- recuerda.

Soledad Véliz dice que todo fue un show que hasta ahora sólo le ha pasado la cuenta a su familia, que vivió el acoso de la prensa (“saltaron la reja de la casa y mi hija estaba sola con su bebé; a mi hijo lo siguieron al colegio y los profesores lo mandaron en un taxi a la casa”). Ella misma se sintió el plato fuerte del banquete el día en que entró al Centro de Justicia para su formalización. Le tocó el paro de Gendarmería. Recuerda:

-Los gendarmes me decían que era bueno que alguien reclamara. Un minuto antes del juicio hablé con mi abogado, un cabro jovencito. Le dije que todo era ilegal porque no me habían leído nada, ninguna orden. Los gendarmes mientras tanto se arreglaban para salir en la foto, era un show. Mandaron un teniente, porque mi caso era de connotación pública. Adentro estaba todo lleno de cámaras.

Hoy, Soledad Véliz enfrenta un destino tan raro como su historia. Su libertad depende de lo que diga el peritaje que le hicieron en el Hospital Siquiátrico, que ante su complejidad pidió más antecedentes de la investigación judicial. El 21 de agosto se revisarán las medidas cautelares que se le impusieron. Probablemente pase al cuidado de una organización religiosa. Lejos de la política, los computadores y de sus historias raras.

LA PRIMERA GEMITA BUENO (Por Felipe Avendaño)

“Sí, me acuerdo”, dicen funcionarios de la Justicia Militar en Dictadura. Se acuerdan del caso de Soledad Véliz pero lo único que quieren es olvidarlo.

La historia que protagonizó Soledad Véliz es tan bochornosa para los agentes de la dictadura –CNI incluida- como el escándalo de la falso testigo clave del Caso Spiniak.

Hoy hay certeza que esta historia no se conocía completamente cuando empezaron las primeras diligencias en torno a la mujer. Quien le dio la mejor cobertura fue el periodista Rodrigo Moulián en la desaparecida Apsi, donde la pusieron en la portada que está.

Moulián contaba la vida de Soledad. Intentos de suicidio, abandono. Un relato duro. Y su primera detención, en 1984, cuando la atraparon rayando contra Pinochet y se pasó dos años presa en Valparaíso luego de confesarse miembro del FPMR y declararse experta guerrillera con la misión de infiltrar el regimiento Coraceros. Pero en 1988 la Corte Marcial, estricta como era entonces, la dejó libre, aduciendo que era mitómana.

Su carrera no terminó ahí. Al tiempo se presentó a las puertas del Ministerio de Defensa para confesar que estaba metida en el bombazo que había matado al mayor Julio Benimeli del GOPE. Volvió a la cárcel por casi un año. Allí trató de suicidarse varias veces y las gendarmes la notaron perturbada mentalmente. La misma opinión tuvieron en el Servicio Médico Legal.

En paralelo, en la Fiscalía Militar se enredaban en sus declaraciones. Ella misma confesaba haber participado en el atentado a Fernando Torres (Torres contó a Apsi que en un interrogatorio ella le dijo “te vamos a matar, huevón”) y que la base del FPMR en Santiago estaba en la sede de una organización evangélica en Lonquén. El lugar fue allanado con tanquetas. También una casa en Santa Rosa. Los fiscales también picaron con el dato de una reunión en que el FPMR había decidido matar a Pinochet con un nuevo atentado, usando una bomba humana: una mujer que, forrada en explosivos, abrazaría al dictador. Quienes cayeron presos con ella habían sido ex novios.

A Véliz esa vez la representó una abogada tan especial como ella, Elizabeth Marfull, que en la revista aparece explicando que los problemas de su cliente vienen porque se encuentra “poseída por el demonio desde que hiciera un ayuno de 21 días a Satanás”. Parte de su estrategia judicial era un exorcismo que Gendarmería no le permitía en la cárcel de mujeres.

A diferencia de hace 20 años, esta vez Véliz la sacó barata. De esa detención denuncia torturas. No es difícil imaginarse a un agente de la CNI enfrentado a su rara personalidad.

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