Cultura
22 de Noviembre de 2009Ray Loriga, novelista español: “Entre escritores, la desgracia está sobrevalorada”
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POR CATALINA MAY • FOTO: ALEJANDRO OLIVARES
Vino a Chile a presentar -en la Feria del Libro- su novela “Ya sólo se habla de amor”. Con 41 años, nueve libros, dos películas y siete guiones cinematográficos a su haber, Loriga hace rato dejó atrás las historias de “sexo, drogas y rock and roll” que lo transformaron en el chico malo y popular de las letras españolas de los 90. Hablamos de ello, de su próximo libro, de literatura chilena y de la crítica, y de Pellegrini y el Real Madrid
Has dicho que “Ya sólo habla de amor” es “la historia de un hombre incapaz de dar un paso adelante sin entender los que lo han llevado hasta ahí”.
-Se trata de la reflexión entre acciones. Decía un filósofo y dramaturgo alemán que me encanta -Von Kleist-, que la reflexión debe hacerse entre dos acciones. Nunca previo a la acción, porque estropearía la capacidad de actuar. Y que nunca debería emprenderse otra acción sin una reflexión intermedia, porque no aprovecharías la acción que ha sucedido antes. En ese sentido, este hombre, que se encuentra en una profunda crisis personal, amorosa, de todo tipo, intenta aprovechar esta crisis, con todo el tiempo que requiera, para reflexionar sobre cómo debería ser su comportamiento o sus relaciones consigo y con el mundo a partir de eso.
Has dicho también que el libro, utilizando el amor como escenario, habla en realidad sobre “la literatura, el veneno de la ficción”. ¿Qué veneno es ese?
-Aprovecho un asunto amoroso para hacer una reflexión sobre el oficio de escritor, en el cual la ficción va consumiendo cada vez partes más grandes de tu vida. Hasta tal punto que tus relaciones se ven enturbiadas por la ficcionalización, que es una especie de gusano que tienes en la cabeza, que se va zampando todo lo que encuentra.
¿Cómo?
-Esto es algo que siempre he pensado y lo he hablado con otros escritores: que nos es muy difícil relacionarnos con las cosas tal y como son.
¿Sino?
-Que uno está apuntando notas de cómo eso podría reproducirse o qué formato le darías. Y esto de alguna manera te aleja de la experiencia. Sin embargo, la necesitas también para poder escribir. Se produce una paradoja que está en el corazón de toda escritura.
CONTRA LA DESGRACIA
Sebastián, el protagonista de “Ya sólo…” se inventa un alter ego, Ramón Ayala, polista argentino, atractivo y ganador. Has dicho que eso es “una enfermedad que tenemos los que nos dedicamos a la ficción, inventarnos al otro lado del espejo”. ¿Quién es tu alter ego y de qué realidades te saca?
-Tengo un alter ego que soy yo mismo, que es más patético todavía que un polista argentino. En esta profesión, a poco que te vaya bien, se produce una disociación importante entre dos parcelas radicalmente opuestas: la escritura, que es un acto ya no íntimo, sino subcutáneo; y tu relación con los demás en la promoción, en tu exposición pública. Entonces tu alter ego es un poco el que hace ese trabajo, porque defiende un libro que otro pobre hombre ha escrito metido en un cuarto.
¿Y cómo es ese alter ego?
-Es otro señor, más simpático, más alegre, hace más bromas, tiene un poco de payaso y de showman.
Como en la polémica foto que te sacaste para la portada de tu libro Héroes, por ejemplo.
-Yo veo mi propia imagen en las promociones de esos libros, disfrazado de estrella del rock, y me doy cuenta que ya lo sabía entonces: eso es un alter ego que yo mismo me he inventado para proteger mi trabajo. ¡Y para venderlo, también!
Cuando eras joven escribías sobre jóvenes, cuando estabas en NY escribiste sobre NY y ahora te acabas de separar -de Christina Rosenvinge-, igual que tu personaje Sebastián. ¿Cuánto de autobiografía hay en tus libros?
-Hay utilización, a veces carroñera, de la propia experiencia. Es inevitable porque tienes que trabajar desde algún sitio y el que tienes es el tuyo. Esta es la profesión de los cerdos, porque se aprovecha hasta la entraña.
“Se escribe mejor desde la felicidad, aunque se escriba sobre infelicidad”, has dicho. ¿Es así?
-Creo que la desgracia está muy sobrevalorada. La profunda depresión te lleva a la profunda inactividad. Puedes escribir una canción a veces, porque es más cortita, pero no un libro entero. La depresión te lleva a no ducharte, no ponerte los zapatos, a llevar calcetines de colores distintos.
DROGAS Y 11-S
Tus tres primeras novelas – “Lo peor de todo”, “Héroes” y “Caídos del cielo”- se tienden a agrupar, a entender juntas, casi como una trilogía. ¿Compartes esa idea?
-Creo que no se parecen en nada, salvo que sus protagonistas son adolescentes. A partir de entonces mis novelas no se ocupan de personajes adolescentes.
Has dicho sobre esas novelas, que su escritura correspondió a la edad que tenías cuando las escribiste, entre los 20 y los 28 años. ¿Crees que son novelas para leer a esa edad también?
-Hablando con otros escritores mayores que yo, me he dado cuenta de que los libros habían interesado a otra gente. Por ejemplo, una de las personas que mejor me ha hablado de “Héroes”, fue Bryce Echenique. Uno puede tener la edad que sea, y no olvidar su infancia y su adolescencia. O si no, diríamos que Tom Sawyer y y Huckleberry Finn son libros para niños. Yo le recomendé “El guardián entre el centeno” a mi padre cuando tenía 60 y me dijo que era el libro que más le había gustado en su vida. No creo que haya que ser marinero para que te guste Moby Dick.
¿Qué relación tenías tú con las drogas y las mujeres, tan presentes en tus primeros libros, cuando los escribiste?
-Con las drogas una relación muy directa, porque las tomaba, cosa que ya no hago. No por razones morales, sino de resistencia. Siempre he pensado que la vida de un drogadicto es como la de un futbolista: tienes diez años buenos y lo demás es arrastrarte por el campo. Con las mujeres afortunadamente todavía tengo relación. Afortunadamente también, en mi escritura han dejado de ser una especie de fantasmas idealizados y espero que cada día lo sean menos.
Tu cuarta novela, “Tokio ya no nos quiere”, es señalada como tu mejor libro. Tratas ahí el tema de la memoria (“la memoria es el perro más tonto, le tiras un palo y te trae cualquier otra cosa”). ¿Por qué te interesa?
-Es un tema fundamental en la escritura y supongo que en la vida también. Incluso la imaginación está hecha con mimbres de la memoria. No se puede deshacer nada de nada. Escribiendo una novela como «Tokio…», que habla de cuál sería la manera de perder la memoria y dónde nos llevaría esa posibilidad, no era consciente de que esa posibilidad es inviable. Para las personas y para los pueblos.
En NY escribiste “Trífero” y “El hombre que inventó Manhattan” y viviste el 11-S. ¿Cómo fue y qué cambió tanto que te hizo volver a España?
-Ese día acababa de llegar, estaba de jet lag. Me llamó una amiga, pusimos la TV y vimos el segundo avión. Y a partir de ahí el caos. Fue una extraña excitación también, como estar viviendo una película de meteoritos que destruyen la tierra. Y desconcierto y miedo, porque tenía un niño pequeño. Ese año fue muy raro. NY es muy abierta y flexible y de pronto era una ciudad dominada por la paranoia. Teniendo un niño pequeño, me pareció que no era fácil hacer hogar en una situación tan crispada. Decidí volver a Madrid ¡y llegué justo para el 11-M!
NI BEAT NI X
El año 1996 un cuento tuyo apareció en la antología McOndo. Has dicho que no te sientes del todo interpretado por el prólogo y la idea motor del libro, que tú no necesitabas “matar al padre”. ¿Quiénes son tus padres literarios?
-Son miles. Saul Below, Dostoievski, Unamuno, Proust, Tolstoi, Chesterton, los griegos, Cervantes, Quevedo, Cortázar.
¿La generación beat?
Sí, pero lo mismo que todos los otros, no más.
¿A qué escritores contemporáneos te sientes cercano?
-A Foster Wallace, Fuguet, Rodrigo Fresán, Vila-Matas, que es mayor que yo, pero es mi amigo y lo considero parte de mi generación.
¿Qué escritores chilenos te interesan? ¿Alguno que te cargue?
-No me carga ninguno, ojalá conociese a muchísimos más, estoy un poco perdido. A Gumucio lo conozco y me interesa. Y a Bolaño, si es que es chileno.
“Ya sólo…” ha recibido críticas regulares, pero desde que empezaste a publicar, en general has recibido buenas críticas. ¿Cuál es tu relación con la crítica literaria?
-Una muy puntual. Cada uno se busca dos o tres críticos que le interesan y se fija en esos nada más. Ni una muy buena crítica te ayuda demasiado y una muy mala te puede derrumbar muy fácilmente. Además, ahora se confunde opinión con crítica, bloguismo con análisis. No quiero decir que la crítica en un periódico estable sea inmaculada, pero por lo menos pasa por algún tipo de filtro.
REAL MADRID
Has dicho: “Los escritores somos mucho más egoístas y miserables que los directores de cine” ¿Por qué?
-Porque los escritores somos de a uno y los directores de cine tienen que trabajar con mucha gente. Los escritores somos islas diminutas y trabajamos desde la soledad y, más allá de lectores, no necesitamos muchas cosas, por lo cual es difícil que establezcamos lazos de oficio.
Has dirigido dos películas y escrito varios guiones -entre ellos el de “Carne trémula”, de Almodovar-. ¿Qué gusto encuentras en el cine que no logras en la literatura?
-Salirme un poco de la literatura, justamente. Ver con los ojos, en vez de que todo suceda en mi cabeza.
Tu película “Teresa, el cuerpo de Cristo” molestó a la iglesia católica. ¿Se siente muy fuerte su peso en España?
-Es un ruido de fondo constante. Me molesta que intenten dirigir la moral y la política; otra cosa es que lo consigan. Cuando empiezas a dejar de impresionarte por la iglesia, su influencia cede. Como bien les dijo su maestro, su iglesia no es de este mundo, por lo cual lo que digan sobre el mundo me preocupa muy relativamente.
Eres fanático del Real Madrid. ¿Qué piensas de Pellegrini?
-El RM es un equipo que todos los entrenadores se creen que pueden dirigir, pero es como la ballena blanca, un monstruo enorme. Es el estadio más difícil del mundo, el público es tremendamente tirano, pueden ganar 4-0 y te silban porque no les ha gustado el juego. Mueve tantos miles de millones, está tan fuera de proporción, que es muy difícil. Y Pellegrini, que tiene toda la pinta de ser un hombre muy sensato, lo debe estar pasando mal. Pero creo que está capacitado para llevarlo adelante y me gustaría que le dieran la oportunidad, porque tres meses no es para juzgar a un entrenador.
Estás a punto de terminar un nuevo libro. ¿De qué se va a tratar?
-Es un ensayo sobre literatura, que se llama “Sombrero y Mississippi”, que intenta cubrir, desde mi experiencia como escritor, los distintos parámetros literarios. Por eso utilizo desde Mississippi de Mark Twain, que sería la literatura de un espacio enorme y caudaloso, hasta la micro literatura de Beckett, en un cuento en que habla sólo sobre el sombrero de su padre.