Compartir
Por Luis Molina Vega, desde Tomé / Fotos: Ian Emmett
Día uno: El terremoto infinito
No sé cómo ha sido este sismo en Temuco, Viña del Mar o Santiago, pero desde Tomé les puedo decir que no noté el momento en que terminó. Luego de un inicio extraño y en rápido aumento, se notaba inmediatamente que estábamos frente a un cataclismo. No hubo fin, sino sólo una baja en su intensidad; incluso ya fuera de la casa, en un patio junto a mis vecinos, pasado diez, quince minutos, continuaba, y la intermitencia que seguiría daría la impresión de un terremoto infinito.
Estábamos asustados, pero dentro de todo, tensamente tranquilos, pues con mi familia hemos vivido cerca de dieciocho años en Iquique, y bueno, algo se aprende de sismos por esos lados; eso sí, nunca, nunca, pasamos por algo así. Las réplicas del primer día fueron cientos, tanto que me acostumbré rápidamente y llegué a dormir en un segundo piso a saltos, despertando, dormitando, ya casi sin temor a estar en constante movimiento.
En Tomé el maremoto fue más suave. Estamos en una gran bahía, con la isla Quiriquina al frente haciendo de cortaaguas. Pero eso no evitó que el mar entrara a la ciudad. Subió hasta un metro y medio, lo que quedó marcado en los muros. Una sola historia: un hombre entra a su auto en su garaje para escapar, el agua sube y el auto comienza a flotar… no puede partir y empieza a golpearse contra las paredes; lo peor estaba por venir, el auto comienza a llenarse del líquido salino y las puertas se trancan; entonces el agua llega a su cuello, señal de que el final para él estaba cerca; mira hacia arriba para tomar su última bocanada de aire y ve un sun-roof; recuerda que su auto tiene un pequeño techo que se abre; lo logra abrir y salva su vida.
Día dos: Ladrones y gobierno
Los delincuentes entendieron primero la situación que el gobierno. Estaban aquí. Los pobres, valga recordar, reciben sus sueldos a fin de mes, el día primero es el único día que tienen dinero, y es para usarlo en el supermercado, en las ferias, en las pescaderías, en los molinos. Este terremoto sorprendió a la población más pobre totalmente desabastecida. Entonces, fueron a comprar lo que les alcanzara.
Imagine todo el comercio cerrado. Imagine la sensación de pérdida que se tiene cuando se ha caído parte de la casa o la casa entera, cuando se pierden enseres que han costado sacrificio. Imagine algunos locales semiabiertos por caídas de muro, derrumbes, etc., con la mercadería a la mano. Imagine el primer carro de víveres traídos de los supermercados entrando al barrio de estas personas desesperadas…
El dinero no vale si no se puede comprar. En un terremoto, el alimento, el agua, reemplazan al dinero.
Los delincuentes rápidamente notaron la situación y, que azuzando a las personas, entrando en grupos grandes a los locales, embrollándose entre la multitud, ellos podían hacer su trabajo. Muchos al principio se abastecían, mientras otros robaban.
Día tres: Ladrones y Cía. S.A.
El gobierno no entiende la situación. La presidenta, el subsecretario, los ministros, sonaban (y aún suenan) tan ridículos desde acá. La alcaldesa de Concepción quejándose y alarmando, un alcalde llorando en la Radio Bíobío, rumores propagados por los medios de comunicación sin comprobar fuentes, desolación en todos aquellos que veían los saqueos, sensación de inseguridad al máximo. Los delincuentes ya estaban organizados, ya ni siquiera utilizaban a las personas desesperadas, venían en grandes grupos empleando a cabros de catorce, quince, dieciséis años. Encontraban un objetivo, buscaban candados débiles, puertas entreabiertas, rejas a punto de caer, la debilidad que fuera. Con el despelote se sabía que los carabineros no harían nada. Los jóvenes hacían de pantalla humana y, tras ellos, una avezado rompía candados con llaves especiales. Después venía una verdadera depredación del local… Las camionetas, micros, autos, completaban la tarea cargando todo lo que cupiera: el botín infame ¿Eso era todo? Por supuesto que no, había que encontrar un próximo objetivo y vamos de nuevo.
A estas alturas se había olvidado el terremoto y veíamos espeluznados nuestra sociedad… sí, ésa que es nuestra.
Día cuatro: El fracaso de los políticos, llegan los militares
Para muchos es difícil querer a los militares… me incluyo. Pero puedo decirles que cuando escuché hablar al general Guillermo Ramírez en la radio, fue la primera vez que escuché a una autoridad cuerda en toda esta situación. Fue el punto de inflexión hacia la normalidad.
Cientos de aviones pasaron por Tomé, noche y día. Camiones con militares, helicópteros sobrevolando muy cerca de las casas, como intimidando a quienes quisieran seguir delinquiendo y saludando a quienes necesitaban su presencia. Cerca de la playa, en una pequeña plaza abierta, un helicóptero se acercaba a un aterrizaje imposible, cayeron unas cuerdas y bajaron unos comandos que ni les digo… Rambo era una alpargata al lado de ellos. La sonrisa se veía en los vecinos, algunos aplaudían con la impresión.
Día cinco: Armados hasta los dientes, incluida psicosis
Los vecinos comienzan a organizarse. Turnos de vigilancia, palos, fierros, bates, lumas, lo que venga. Una bocina, pito, latazo, grito, y todos corríamos hacia la alarma. Era impresionante la cantidad de vecinos armados que aparecían de todos lados. Pobre del ladrón que apareciera en esos momentos; en verdad traté de calmar los ánimos, pero era difícil. Seguíamos sombras, ruidos, movimientos. Hasta que un iluso que estaba emborrachándose por ahí se le ocurrió salir en la noche, quizá a su casa. Alguien lo vio y fue rodeado por una cincuentena de personas; un círculo humano y un tipo en el medio que ya se meaba del miedo. Uno de los vecinos sostenía un fierro incandescente que había mantenido dentro de una fogata. Sólo bastaba un palo para que eso fuera un linchamiento. En esos momentos llegó la PDI, lo agarraron, lo patearon un poco y p’a dentro… lo salvaron.
Fue la historia de la noche. La fogata era abundante, nos mirábamos, como reconociéndonos, luego hablábamos más relajados, risas, tallas, una petaca p’al frío.
Día seis: Viene el tsunami…
Nos dirigimos al centro y en el camino hubo un temblor fuerte, cinco a seis grados decía mi sensómetro -a estas alturas muy bien calibrado-… Nada.
Prácticamente se había acabado el saqueo. El centro de Tomé mostraba los daños y ya algunos trabajaban retirando escombros. El tema era comprar alimentos y el mercado estaba abierto y también algunos minimarkets, todos resguardados por militares. Fue entonces cuando vino la alarma.
Frutas al suelo, empujones y vamos corriendo. Y contemos a los militares, carabineros, bomberos, todos. “Corran, evacuar, evacuar”, gritaba un casco verde en una camioneta. “¿Qué pasa?” pregunto gritando. “Evacuar, evacuar”, me siguen respondiendo. El mar humano se me venía encima. “¿Por qué corren? Señora, joven, señor ¿por qué corren?”, insisto… Es difícil olvidar esas caras. Escucho “tsunami”. Voy por mis hijos, mi señora me grita que me apure, le digo que no puede ser, me convence de que es posible, pero que igual no perdemos nada con subir al cerro, me enojo con los policías, que ya como que me gritaban, choreados. Subo, paso a gente que no podía ir tan rápido, y veo viejitos pálidos, algunos obesos, como si les fuera a dar un ataque, aunque igual apurando el tranco pues creen que así salvarán sus vidas. “Falsa alarma”, dijo un policía.
Día siete: La normalidad empieza a sentirse, aunque el dolor de otros queda
A estas alturas se había restituido la luz en Tomé, parte de los celulares ya funcionaban, y hasta llegó internet, aunque en forma intermitente. Las réplicas ya no son cien, sino veinte. El agua potable llegó al centro de la ciudad, donde en escuelas, grifos o casas de personas conscientes, se convierten en puntos donde puedes ir a buscarla. Nosotros contamos un vecino que es ‘un siete’ y ha regalado agua de su pozo a todo el barrio -el “pozo bendito” le han puesto-; y tenemos el mar cerca para acarrear su agua para los baños.
Queda la histeria, la psicosis de un maremoto que es difícil que ocurra nuevamente, pero ante la pérdida de confianza en las autoridades, es difícil de hacer comprender. Queda el pesar por Dichato, por Constitución, por Pelluhue, Cobquecura, por Talcahuano, por los edificios colapsados en Concepcion mismo, y todos aquellos que no volverán a la normalidad en meses. A nosotros, en lo que he visto, no nos ha pasado nada respecto de ellos. No hay noche alrededor de la fogata que uno no se pregunte cómo estarán aquellos atrapados en escombros, aquellos barridos por las aguas, aquellos que se quedaron huérfanos, sin hijos, sin hermanos, sin tíos, sin abuelos.
Epílogo temprano: La vida continúa.
Comenzamos a analizar lo ocurrido, como todos ustedes, y puedo comentarles desde acá algunos puntos.
a) Un gobierno debe estar preparado para esto (ya se ha hablado bastante a respecto). Un tema que me parece primordial es el funcionamiento inmediato de un Estado de Catástrofe, no sólo por lo que implica, sino por el hecho de que instala a una autoridad a cargo en la zona afectada. Que una autoridad viva lo que está sucediendo ayuda a encontrar soluciones adecuadas… desde lejos, a control remoto, la cosa no funciona.
b) El comercio debe seguir un plan de funcionamiento en crisis. En cierta forma, en casos de calamidades, los supermercados son puntos de distribución de ayuda, pues están ahí donde está la población, lo mismo las farmacias, los mercados. El punto es tener un plan de acción. La cuenta de la mercadería la pagará el gobierno, si al final es lo mismo, pues deberá enviar ayuda de todas formas. La seguridad del funcionamiento del comercio debe estar asegurada y las Fuerzas Armadas han demostrado hacerlo bien.
c) Las ciudades deben tener un sistema de electricidad de emergencia que abastezca el alumbrado público, de la misma forma que un hospital lo tiene o que una radio lo tiene o hasta un condominio. Nuestras urbes y pueblos deben ser tratados conceptualmente como un “hogar público”, cuyos sitios públicos deben estar desarrollados y preparados para mantenerse funcionando en casos como éste.
d) Las ciudades deben contar con depósitos, estanques de agua -antisísmicos-, que
puedan abastecer a la población en caso de emergencia, por a lo menos cinco días. Se
deben habilitar, en las plazas, áreas verdes, donde se pueda, punteras públicas con
bombas manuales para extraer agua.
e) Debe existir un manual de Catástrofes y Sobrevivencia en cada casa de Chile. Saber cuándo existe riesgo de tsunami, explicar el fenómeno de las réplicas, estratificar las emergencias para saber qué hacer en cada caso, etc. Trivialidades como que si se sufre un terremoto, antes del corte de agua, recolectarla en ollas, tiestos, tinas de baño. Si estás cerca del mar, puedes recolectar su agua para los baños, así dura más el agua dulce, o cómo usar mejor este recurso en el lavado de loza; hasta recomendaciones de aseo personal sirven. También cómo actuar con los niños más pequeños,
recomendaciones para el trato psíquico de la situación, y así saber controlar a los histéricos, los enfermos, etc. El botiquín de emergencia debe contar -además de remedios y utensilios para curaciones en emergencias-, con linternas, radios con dínamos -que no requieren pilas-, velas; es necesario disponer de herramientas que permitan socorrer a personas, que permitan hacer palancas para levantar una viga, romper una puerta, etc. No se trata de paranoia, se trata de prevención.
f) Se deben crear sistemas de comunicación que puedan funcionar cuando no hay electricidad. Implementar medidas a nivel de antenas -tienen que tener motores u otro dispositivo que las mantenga en función hasta por cinco días cuando se corte el suministro eléctrico-, a nivel de centrales y a nivel de aparatos también; la tecnología y la ley deben ser capaces de desarrollar un canal de comunicación, en situaciones de desgracias, que convierta al celular en un satelital, en una radio de transmisión, en un
emisor de mensajes preformateados para distintas solicitudes… de clave morse, por último; pero en este tema claramente tenemos un desafío.
g) Es necesario acometer inversiones públicas como la Ruta Costera Los Vilos – Puerto Montt, no sólo para crear desarrollo en los pueblos postergados, sino para generar una alternativa a la ruta Panamericana. Se requieren más alternativas de rutas, caminos, puentes, que no impidan la conectividad vial, que no corten el país en dos, tres o más partes. Es necesario evitar que queden lugares aislados.
h) Por supuesto no debe haber impunidad con los delincuentes organizados. Todos aquellos que tengan fotos, videos, o cualquier prueba que muestre el actuar delincuencia, debe ser aportado para que la justicia actúe. Sí, la justicia, que tiene una tarea difícil, pero imprescindible. Se debe saber que aquellos que traspasan la barrera de las necesidades básicas y convierten un desastre en un festín del aprovechamiento, tendrán su castigo ejemplar.
Comentario final: Lo bueno del terremoto
En una catástrofe se eliminan las diferencias. Todos somos iguales en una fila que recolecta agua. El dinero o el poder no hacen la diferencia. Con todos los errores que podamos haber cometido en estos días, nos hemos conocido verdaderamente como vecinos, nos hemos tratado de tú a tú: moros y cristianos. Los hijos dejaron internet, jugaron juntos, se asustaron juntos, trabajaron juntos. Vivimos esta experiencia en comunidad como hacía mucho no lo hacíamos.
Pensé en que si no hubieran muertes y daños que lamentar, que si eso sólo fuera un susto, un remezón de conciencia, sería muy bueno que todos sintiéramos nuestro propio terremoto.