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LA CALLE

21 de Septiembre de 2010

Yo también soy chileno: “Voy a las fondas y zapateo hasta que salga el sol”

A simple vista no parece chileno pero llegó al país hace 23 años y desde el 2001 que legalmente es un compatriota más. Cuenta que aquí aprendió a relajarse, disfrutar la vida y gozar de las mujeres. Se siente un chileno más: baila cueca, canta nuestro himno completo y la frase que más le gusta es: “para de gozar, longi”. Es el país que viene: en un futuro cercano, muchos chilenos serán como él.

Claudio Pizarro
Claudio Pizarro
Por

• Hyunn Lee, abogado de la colonia coreana

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Soy chileno, pero nací en Pusan, en el sur de Seúl, es una ciudad puerto, la segunda más importante de Corea. Llegué el año 87 a este país, cuando tenía 14 años, y me nacionalicé el año 2001. Pese a mi apariencia me siento emocionalmente chileno. Me gusta Chile porque es un país relajado y no es tan sobreexigente como Corea. Cuando llegué a Santiago no sabía hablar nada de castellano, nunca tuve profesor ni fui a un instituto. Me acuerdo que llegué con un diccionario coreano-español y lo empecé a memorizar de pé a pá. Diariamente aprendía 10 frases que sacaba de El Mercurio. Si no las memorizaba no dormía, no comía, no iba al baño. Me ponía metas y tenía que cumplirlas. Cuando entré al colegio no sabía hablar mucho pero, en matemáticas, tenía más conocimientos que los niños de cuarto medio. Mi papá me recomendó que si quería aprender la cultura chilena tenía que entrar a un colegio municipal. Estudié en el liceo A-47, Augusto D’Halmar, ese que está en Irarrázaval con Ramón Cruz.

Al principio mis compañeros me molestaban pero como sabía artes marciales, de hecho soy cinturón negro tercer dan en taekwondo, les sacaba la cresta. Los huevones me decían chino y para nosotros es una ofensa. Es como si a los chilenos los trataran de bolivianos. Pero los huevones no aprendían. Después, como a 100 metros mío me gritaban “chino culiao” y salían arrancando. Yo los salía persiguiendo, les pegaba unas patás voladoras y les sacaba la chucha igual. Los que me decían chino por curiosidad no les hacía nada. Pero tampoco andaba peleando todos los días. Eran casos muy extremos, cada dos meses.

Lo que más me marcó de ese tiempo fue el primer beso con una mujer chilena, mi primera experiencia sexual. Esa parte la aprendí acá, para mí era como un despertar, cachai, ¡guau! Eso para mí no existía porque la cultura coreana es demasiado conservadora. Acá, en cambio, mis compañeras me hacían rechupete y yo, ni tonto ni perezoso, me dejaba nomás. Y me gustó. Lo pasaba chancho, chancho, chancho. De hecho, todas mis pololas han sido chilenas. Son simpáticas, buenas mujeres, muy cariñosas y afectuosas.

Lo que pasa es que si pololeas con una coreana es como para casarse porque si después la dejas y no la llevas al matrimonio, la reputación de esa niña queda manchada. Así son de drásticos los coreanos. Por eso me gustan las chilenas, porque tienen una mentalidad más abierta. No es que sea caliente, soy un tipo normal.

Pero no todos los coreanos piensan como yo. Hay muchos que piensan en volver a Corea. Yo, en cambio, pienso quedarme aquí porque me propuse ser chileno. Para hacerlo tuve que dejar de pensar como coreano. Cambié totalmente mi forma de ver las cosas y mi forma de actuar. Antes era trabajólico, ordenado y súper competitivo porque esa es nuestra esencia, nuestra forma de vida. Si tú no logras tus objetivos en Corea la gente te trata como un perdedor, un desecho de la sociedad. Por eso, si miras la tasa de suicidios en Asia, te das cuenta que es una de las más altas del mundo. Es abismante. Al año se matan más de 4 mil personas. Eso lo encuentro medio ridículo.

En Chile he aprendido a amar la vida, me gusta disfrutarla, independiente si soy o no exitoso. Antes, cuando pensaba como coreano era trabajólico, ganaba más plata, pero no tenía tiempo para pasarlo bien. Ahora, los fines de semana, me como asaditos con amigos, salgo los días miércoles a tomarme una cerveza y los viernes a los happy hour. Me encanta eso. Pero adaptarme me costó un tiempo.

Uno tiene que aprender los modales de los chilenos, las costumbres, sus hábitos de comida, las señas, el lenguaje corporal. Porque para ser parte de la cultura uno tiene que aprender a ser un poco dejado, no andar con el acelerador a fondo. Por eso una de las primeras cosas que aprendí fue llegar más tarde de la hora fijada. Ahora siempre llego media hora después. A veces digo voy y vuelvo pero nunca vuelvo. Todo tiene sus “pro” y sus “contra”. Pero, a pesar de todo, estoy conforme con este estilo de vida. Tengo más tiempo para mí, para descansar y hacer otras cosas. He aprendido harto. Los términos que más utilizo son “suave, loco” y “para de gozar, longi”.

Hasta el día de hoy agradezco que mi papá me recomendara estudiar derecho. Le he sacado el máximo de provecho a mi profesión. Trabajo de manera independiente, veo todo el asunto de la colonia coreana en Patronato, trabajo para algunas empresas coreanas como Hyundai, Samsung, LG, Daewoo, y también asesoro ocasionalmente a la embajada de Corea en Chile. Problemas de trabajo, gracias a dios, no tengo.

En el fondo, pese a mi apariencia, me siento chileno. Voy a las fondas, zapateo hasta que salga el sol, tomo chicha, como empanadas y anticuchos.

Hay muchos chilenos que se cohíben cuando bailo cueca o canto el himno nacional. Algunos dicen “qué huevá pasa con este huevón”. Lo que sucede es que existe un prejuicio de los chilenos contra los asiáticos. Te dicen “chino culiao” porque piensan que eres turista y no po’, si hay hartos orientales que se radicaron en Chile como uno más de los descendientes españoles. Los chilenos tienen que modernizarse un poco y aceptarnos. Ahora para el 18 tengo varios panoramas para celebrar el bicentenario.

Algunos amigos me invitaron a Los Ángeles y Temuco. Cada vez que voy para allá matan un cordero, hacen un asado, tomo harta chicha, después todos salen a bailar cueca, cumbia, y bueno, como yo también soy dicharachero, digo “upa chalupa”, “qué le hace el agua al pescado”.

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