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Opinión

28 de Octubre de 2010

Comentario de radio: Un fascista delicioso

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Por José Antonio Rivera

A todos nos pasa lo mismo. Duna 89.7 FM. Lunes a viernes 19:00 a 20:00 horas
Conducen Marcelo Comparini, Felipe Izquierdo y Marco Silva

En una hora de programa, el trío Comparini, Silva e Izquierdo terminan por confirmar algo que todos intuíamos desde hace tiempo: Comparini es inteligente, culto, pero se aburguesó (lo único que le importa es el inicio de la temporada de esquí); Marco Silva sigue pensando igual, lo que se agradece, pero está cada día más fome (o inseguro entre una dupla que lleva demasiado tiempo frente a los micrófonos radiales); e Izquierdo es Adolf Hitler, pero divertido (el otro lo era, pero no apropósito, así que no cuenta). De hecho, si comparamos la escala de valores del Führer, probablemente sólo difiera de lo que Izquierdo piensa en su trato a los homosexuales. Este último, por motivos personales, es bastante más benevolente con esa minoría. Porque si de algo podemos estar seguros es que Felipe Izquierdo, de haber nacido en los noventa, habría sido un militante rabioso de los hetero-bi, si no un bi completo: su juguetona tensión sexual con Comparini es una de las joyitas que todas las tardes resplandece con igual brillo.
Pero vamos al programa. Durante sesenta minutos este trío heterogéneo improvisa una conversación sobre una serie de temas sin importancia. Incluso aquellos que podrían guardar alguna relevancia, son trivializados lo suficiente como para terminar siendo jocoso. Entre otras cosas, Comparini revisa estudios absurdos que sólo desprestigian a las conspicuas universidades de donde provienen, comenta un poco la actualidad y bromea en un tono de incorrección que, finalmente, jamás viola los límites del más básico sentido común. Izquierdo, por su parte, también revisa algo de contingencia, donde el tópico de la corrupción política ocupa un sitial de privilegio, hace algunas pitanzas y, lo más interesante, acaso la única razón para escuchar este programa, cuenta historias. Sus anécdotas son, la mayor de las veces, delirantes, desmesuradas. Y hace reír, antes que a la propia audiencia, a sus colegas de locutorio que depositan en sus hombros toda la responsabilidad de que el espacio no sea cancelado. Y, por último, Marco Silva… Bueno, Marco Silva no hace nada. Un comentario por aquí, una talla por allá, una salida ingeniosa; sin embargo, el programa sería exactamente el mismo sin su presencia, como de hecho funcionó durante años.
Pero vamos a los juicios de valor, que para eso me pagan como crítico. Una primera concesión: A todos nos pasa lo mismo es divertido. Incluso muy divertido. Segunda concesión: el programa tiene un ritmo que a nivel radial sencillamente es imposible encontrar en cualquier otro espacio, máxime si se considera que no existe una gran pauta, y el 100% de los momentos graciosos son producto de la improvisación. Tercera concesión: todo este milagro se debe al extraviado sentido del humor de Hitler. Tal como en South Park las mejores historias se centran en el fascista de Eric Cartman, aquí las risas (literalmente risas, no solamente sonrisas) nacen de las incorrecciones político-morales que emite el Führer Izquierdo. Es un personaje verdaderamente admirable, un estereotipo difícil de encontrar en estos días en que todos posan de progresistas. En la conciencia de Izquierdo se concentran todos los dogmas de las ONGs que operan en Chile y en Latinoamérica entera, pero a la inversa. Dice “negritos”, lanza bromas sin piedad contra la inmigración peruana, insinúa que Silva atrae con sus tallas picaronas al C3 (que evidentemente no es su target, pues él le habla, sin pretender ocultarlo, al público ABC1), opina que decir “semen” en televisión es rasca, intolerable (aunque su personaje Elvira aparezca en Morandé con Compañía), encuentra que la Villa El Dorado no debería estar en Vitacura por picante, rotea a todos los políticos morenos de la concertación… En fin, una serie innumerable de incorrecciones espetadas con absoluto desparpajo.
Supongo que una de sus más acaloradas luchas demuestra con eficacia su fascismo desbordado. Desde hace años viene quejándose que un chileno-español, pero con demasiado acento ibérico, tenga la voz principal del periodismo en el canal nacional. Su odio contra Amaro Gómez-Pablos es impresionante. De ese modo, y sin quererlo, escenifica sus dos principios ideológicos: primero, el miedo xenófogo que inspira todos los discursos de la derecha internacional; y, segundo, creer formar parte de una especie de aristocracia criolla. Como ha señalado en múltiples oportunidades, Izquierdo desciende de uno de los que estuvieron presentes en la Primera Junta Nacional de Gobierno, probablemente echando la talla junto a De Toro y Zambrano. Así, la persecución que mantiene contra Gómez-Pablos es fiel reflejo de su postura aristocratizante, de su pertenencia a esas familias cuyo mayor patrimonio consiste en haber llegado temprano al continente.
De todas formas, la actitud de Izquierdo se agradece. En un dial dominado por las buenas conciencias, este fascista con el síndrome de Tourette nos recuerda cómo piensa el enemigo. Y, lo que es más importante, nos enseña que desde ese punto de vista también se puede hacer humor.

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