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Cultura

6 de Febrero de 2011

Ricardo Piglia: “Las novelas me llevan mucho tiempo”

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Ricardo Piglia cumplió 70 el año pasado y empezó a soltar textos que ya parecían mitos: primero fue su demorada Blanco nocturno, que apareció en muchos rankings de las mejores novelas de 2010, y ahora –hace unos días– comenzó a publicar sus esperados diarios en el suplemento Babelia, de El País de España, de todo lo cual habló con The Clinic, comentando de paso la figura de Néstor Kirchner, reivindicando la “cualidad poética” de Maradona, recordando la vez que le discutió el final de un cuento a Borges y recordando, también, a Antonia Cristina, la madre de dos desaparecidos argentinos que, de puro sola y enrabiada, discutía con su televisor todas las noches durante la dictadura de Videla.

El pasado sábado 15 de enero, Piglia comenzó la publicación mensual, en Babelia, de los diarios que viene escribiendo desde joven y que hasta hoy  mantenía inéditos. No se trata de textos íntimos, no contienen, a juzgar por la primera entrega, confesiones privadas; son más bien diarios literarios, apuntes de lecturas y esbozos de relatos. También especulaciones. Por ejemplo, en un pasaje escribe: “Ante la proliferación de libros encontrados entre los papeles –en los archivos de la computadora– de famosos autores muertos (Bolaño, Cabrera Infante, Nabokov, etcétera) un grupo de escritores ha decidido ganarse la vida escribiendo novelas póstumas.

Luego de varias reuniones decidieron escribir la novela póstuma de Samuel Beckett, Morán, una continuación de la trilogía. Junto con el manuscrito deben inventar la forma en que el libro ha sido encontrado…”. Por ahí va la mano.

Más de alguna vez Piglia ha sostenido que las novelas, cuentos y ensayos que ha publicado podían entenderse como un allanamiento para que un día sus diarios tuvieran lectores. Y ahora, final y sorpresivamente, comienza a publicarlos.

¿Por qué decidiste soltarlos?

-Empecé a escribir el Diario a los diecisiete años y enseguida me di cuenta de que, si quería que esas notas tuvieran cierto sentido, era mejor que publicara algunos libros. Me hice escritor para justificar una manía. Pero no es algo secreto, ni siquiera es una escritura privada, por eso me he decidido a publicarlo. Y los publico ahora porque me ofrecieron una sección fija en Babelia, el suplemento de El País, y les propuse publicar todos los meses dos o tres páginas de lo que voy escribiendo en los cuadernos.

¿Sigues escribiendo ese diario?

-Sí, escribo el diario siempre, no todos los días, pero es una escritura espontánea, nada deliberada, que me ha acompañado a lo largo de mi vida.

Y aparte, ¿en qué estás?

-Estoy escribiendo cuentos. Tengo muchos argumentos acumulados y de vez en cuando los retomo e intento resolverlos.

KIRCHNER, MARADONA

En Argentina se acaba de legalizar el matrimonio homosexual, lo cual habría sido impensable hace unas décadas. ¿Qué crees que procura el cambio de mentalidad que permite esos avances en una sociedad?

-No me gusta la transparencia obligatoria en cuestiones sexuales. Desde luego hay que apoyar cualquier legislación que permita mayor libertad e impida la discriminación. Después de tanta lucha, la aspiración parece ser reproducir el modelito de los matrimonios de clase media, una especie de exhibicionismo publicitario. Prefiero la lógica de Lemebel o de Perlongher, que ven la sexualidad como algo más perturbador y menos educado.

¿Tienes algún comentario de la bullada pugna entre el gobierno argentino y el grupo Clarín? ¿Qué diría tu alter ego Emilio Renzi?

-Renzi publicaría algunas de sus notas en Clarín y apoyaría a Cristina Kichner. No me parece que esa disputa sintetice las tensiones de la realidad argentina. Obviamente hay que estar de acuerdo con la ley de medios, con la democratización de la información. En la época en la que hacíamos la revista Los Libros, a fines de los años 60, ya discutíamos ese asunto. También es cierto que hay mucho revuelo porque en la Argentina los periodistas no están acostumbrados a que los critiquen, son más sensibles que el alma bella hegeliana. Pero la idea de una lucha tan personalizada no me convence. El peronismo siempre tuvo una gran capacidad para individualizar los conflictos.

¿Cómo percibes la figura de Néstor Kirchner tras su muerte? ¿Y cómo ves que lo perciben los argentinos?

-Me acuerdo que escuché el primer discurso de Kirchner cuando asumió y me sorprendió su claridad. Somos hijos de las Madres de Plaza de Mayo, dijo.  Nadie había dicho eso antes, quiero decir nadie había reconocido que, si no hubiera sido por la lucha de esas mujeres y su repercusión internacional, todavía estarían gobernando los militares. La democracia argentina es hija de las Madres de Plaza de Mayo. Al establecer esa genealogía, Kirchner cambió el discurso político, que empieza a hacerse cargo de problemas que antes se discutían casi en secreto, en pequeños grupos: los derechos humanos, los medios de comunicación, la igualdad sexual, la distribución de la riqueza. Me parece que en el momento de su muerte fueron esos cambios lo que se reconoció.

El debut y despedida de Maradona al mando de la selección argentina, ¿cómo lo viste? Fue una temporada llena de frases para la memoria la suya, ¿no?

-Bueno, Maradona es el anti Bielsa. Los dos imaginan que todos los jugadores son como eran ellos cuando jugaban. Entonces Bielsa, que era medio pata dura, organiza y planifica los partidos hasta el límite para que cada jugador cumpla una función en la cancha, mientras que Maradona piensa que el fútbol es sencillo como lo era para él, pelota al pie, corazón y pases cortos. Los dos son muy inteligentes pero antitéticos, por  ahí la síntesis es Guardiola. Los dos además hablan muy bien, las conferencias de prensa de Bielsa y de Maradona son extraordinarias, cada una a su manera. La capacidad verbal de Maradona parece un efecto de su calidad como jugador y algo de eso hay: el lenguaje también es imprevisible, está lleno de sorpresa, de arranques y pausas, de la inminencia de una revelación. Los poetas jóvenes de la Argentina reconocieron esa cualidad poética de Maradona y fundaron una editorial de poesía que se llama Del Diego.

BLANCO NOCTURNO

En la primera página de Crítica y ficción anotas: “Después que uno ha escrito un libro ¿qué más puede decir sobre él? Todo lo que puede decir es en realidad lo que escribe en el libro siguiente”; ¿Cómo ves tú, o Renzi, la relación entre Blanco nocturno (BN) y Respiración artificial, de la cual, también en Crítica y ficción, dices que te parece “todavía demasiado tradicional”?

Respiración artificial empieza poco después de Blanco nocturno, Renzi pasa de una historia a otra, en ese sentido están ligadas. Las dos son, digamos, novelas de personajes. Más allá de los cambios que ha sufrido el género a lo largo de su historia, la invención de personajes es la tradición que lo identifica. No me gustan las novelas donde el único personaje es el narrador (y hay muchas así  hoy en día). Frente al furor autobiográfico que está de moda me parece que hay que insistir con las novelas –vamos a llamarlas así– tradicionales.

Croce, el policía de BN, maneja estadísticas “al boleo” y pretende resolver el crimen de Durán “al viejo estilo”. ¿Cómo trabajaste a un policía que oscila, para el lector, entre la cordura y la locura? ¿Por qué te interesó perfilarlo así?

-En realidad la idea inicial fue contar la historia de un detective que estaba  loco. Invertir la lógica del policial donde todos –desde Dupin a Marlowe– más allá de sus métodos, funcionan como la razón en el texto. Claro que estoy diciendo locura como metáfora, es decir pensaba en un detective que resuelve los casos por pálpito, por asociaciones inesperadas y un poco delirantes. Así fue como surgió el comisario Croce, yo no creo que esté loco en sentido clínico (en el sentido The Clinic), básicamente capta la dificultad de “cerrar” un caso.

Emilio Renzi, que anda más escéptico que nunca, dice: “Haría falta un asesino serial femenino. No hay mujeres que maten hombres en serie, sin motivo, porque sí. Tendrían que aparecer”. Suscribirías para hoy esa observación que hace Renzi en la década del 70. ¿Por qué habrá menos asesinas que asesinos?

-Me llama la atención ese asunto: en general los crímenes que cometen las mujeres son pasionales, ni siquiera hay que investigarlos. Pero un crimen deliberado y abstracto, sin motivación personal, es difícil que lo cometa una mujer. Salvo en el género policial: por ejemplo en las novelas de Chandler todos los asesinos son mujeres.

Se ha leído a Luca Belladona como un loco. Sin embargo, Renzi dice de él que “tuvo el coraje de estar a la altura de sus ilusiones”. ¿Hay algo heroico en alguien que, en Latinoamerica, no se deja amilanar por los poderes y persevera en sus obsesiones?

-Sí, claro, para mí Luca es un héroe, al final queda enredado en una situación trágica de la que no puede zafar. Cuando pierde la fábrica y se encierra y persiste sin entregarse está cerca de lo que llamamos la locura. Empieza a construir objetos para los que la realidad no está preparada.

Hay varios pasajes –e incluso un dibujo– en la novela que apuntan a una teoría del conocimiento. Por ejemplo, “Comprender no es descubrir hechos, ni extraer inferencias lógicas…, es sólo adoptar el punto de vista adecuado para percibir la realidad”. ¿Te parece que la novela de hoy tiene el deber o la necesidad de contener, además de una trama y personajes, una idea del mundo y de la literatura, del lenguaje?

-Estoy de acuerdo. La novela ha sido siempre un modo de conocimiento. Desde el Quijote trabaja con la tensión entre realidad e ilusión, entre lo verdadero y lo falso, trabaja con la creencia. Me parece que escribimos –y leemos– ficciones porque aspiramos a la verdad. Aunque esa verdad sea incierta y esquiva. La pasión de la verdad sostiene a muchos de los grandes protagonistas del género.

Renzi dice en la novela que “siempre se podía mejorar una historia”. ¿BN la sientes terminada o te acomoda más la idea de Valéry de que las obras literarias se abandonan, no se terminan? Te lo pregunto porque desde los 90 venías anunciando esta novela, y recién la publicaste el 2010, cuando cumpliste 70. ¿Tienen alguna relación esos dos hechos?

-Las novelas me llevan mucho tiempo, pero eso no quiere decir que esté todo el tiempo escribiéndolas. Hice tres versiones de BN pero entre una versión y otra pasaron varios años. Imagino que si quiero publicar otra novela voy a tener que cambiar el método de trabajo, porque efectivamente he cumplido setenta años y sería mejor que empezara a apurarme.

¿Sentiste en algún momento agobio por las expectativas generadas o trabajaste con indiferencia a eso?

-No, para nada, no pensaba en eso, en la Argentina no nos tomamos muy en serio a las novelas, ni a los novelistas, seguimos la ruta de Macedonio, de Borges, de Cortázar, a los que se puede caracterizar de muchos modos pero seguro que no son novelistas en el sentido inglés de la palabra.

FICCIÓN PARANOICA

Están tus novelas, las de Rubem Fonseca, Bolaño… ¿Te parece que a la realidad latinoamericana el género policial le viene bien?

-Bueno, sí, el género permite ver la realidad desde el crimen, además es un género muy dúctil, bastante abierto. Hay una excelente tradición de novelas policiales escritas en español: Eloy de Carlos Droguett, Linda 67 de Fernando del Paso, La pesquisa de Saer, las novelas de Juan Sasturain, las novelas de María Angélica Bosco, y también hay muy buenos policiales de Juan Benet, de Juan Marsé, y por supuesto está Vásquez Montalbán.

“Habría que inventar un nuevo género policial, la ficción paranoica”, escribes en BN.

-Los crímenes no son individuales, las motivaciones están desplazadas, hay redes, corporaciones, conspiraciones, y el detective privado poco puede hacer frente a esa situación. Siempre que leo algún policial, pienso que tendría que seguir después del final. Lo mejor es lo que viene después, las consecuencia del crimen son lo más interesante, pero eso ya no se cuenta.  La ficción paranoica empieza por ahí y sigue adelante.

¿Hay algunos autores que veas trabajando en esa dirección?

-Bueno, yo digo en broma que el primero en esa línea fue El proceso de Kafka: la historia de un culpable sin crimen que intenta averiguar quién lo ha incriminado. Investigación personalizada y en situación de peligro, digamos. Algo de eso hay en las novelas de David Goodis, en las de Cornell Woolrich, en los relatos policiales de Dürrenmatt, en los libros de Patricia Highsmith. Otro ejemplo podría ser The Buenos Aires Affaire de Puig. Digamos que la historia del género va del detective al asesino y luego a la víctima como centro de la intriga. Y esos cambios de perspectiva modifican todo el régimen del relato.

LEER MAL

En El último lector escribes que “un lector es también el que lee mal, distorsiona, percibe confusamente. ¿Recuerdas malas lecturas tuyas de ese tipo?

-Una vez, hace mucho, en el año 60 ó 61, lo fui a ver a Borges ya ni me acuerdo con qué pretexto y estuvimos conversando, más bien Borges conversaba y creaba ese clima de intimidad e inteligencia que es tan típico de él. Y yo entusiasmado por esa sensación de cercanía, le digo: Sabe Borges que me parece que a su cuento “La forma de la espada” le sobra una parte. Borges se puso en guardia. No me diga, me dice. Sí, después de que se descubre que la cicatriz de Moon tiene la forma curva de la cimitarra, no hace falta explicar que el narrador  y el traidor son la misma persona. “Yo soy Vincent Moon. Ahora desprécieme”. Todo ese final sobra, le digo. Entonces Borges, después de una pausa, me dice: Ah, usted también escribe cuentos. Me quedé mudo, yo tenía veinte años. La respuesta de Borges fue una elegante lección de lectura. Usted no es un lector inocente, me estaba diciendo, usted también quiere escribir cuentos, en realidad quiere reescribir mis  cuentos, etc. ¿Yo tenía razón o no? No importa. Ese sería un ejemplo de mala lectura, en el sentido del que hablamos.

Hay tópicos que se repiten en tus libros: desde la traición hasta la masturbación, desde la corrupción hasta los gemelos o pares de personajes un poco indistinguibles, a la manera de los ayudantes de Kafka-. ¿Son obsesiones, trabajas con obsesiones?

-Son en realidad obsesiones de los personajes, en general los personajes de las novelas –por lo menos las que me gustan a mí– tienen una idea fija y ese objetivo los constituye. El ejemplo más claro es el capitán Ahab en Moby Dick. No sé si llamarlo obsesión o rasgo distintivo. El que piensa que está muerto en las novelas de Beckett; el hombre infantilizado en las novelas de Gombrowicz; el que no quiere aceptar la muerte de la mujer amada en la novela de Macedonio. Un elemento aislado, a veces un detalle, ocupa el lugar del universo para el personaje.

UNA MUJER FRENTE AL TELEVISOR

Hay en Youtube un video donde hablas de las Madres de la Plaza de Mayo y cuentas que visitaste a una que discutía a diario con el televisor por las mentiras que salían. ¿Cómo era eso?

-La recuerdo muy nítidamente. Fui a visitar en 1978 a Antonia Cristina, la madre de Eleanora y Roberto, sus dos hijos desaparecidos. Vivía en un departamento muy modesto, por Almagro, y efectivamente me dijo que discutía con el televisor y le rebatía las mentiras. Me dijo: sólo le pido a Dios que me den un minuto en la televisión para poder decir cómo son las cosas. Todos las noches, me dijo, repaso y ensayo lo que podría decirles en un minuto, lo cambio, lo ajusto. Y lo que esa mujer, sola en la ciudad, quería decir fue lo que hoy es un pensamiento aceptado en la Argentina. La verdad de los débiles logra a veces hacerse oír. Y eso es algo que siempre debemos recordar.

Y ahora le dieron prisión perpetua a Videla. ¿Más vale tarde que nunca, no?

-Sí, claro, utilizar con los militares los mecanismos legales que ellos no usaron con sus adversarios políticos es un ejemplo de cómo tiene que funcionar la democracia.

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