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Opinión

29 de Diciembre de 2011

2011

En la primera parte del Manifiesto Comunista, Carlos Marx le dedica un canto a las fuerzas transformadoras de la burguesía. “El descubrimiento de América o la circunnavegación de África abrieron nuevos horizontes e imprimieron nuevo impulso a la ascendente burguesía. El mercado de la China y de las indias orientales, la colonización de América, el […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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En la primera parte del Manifiesto Comunista, Carlos Marx le dedica un canto a las fuerzas transformadoras de la burguesía. “El descubrimiento de América o la circunnavegación de África abrieron nuevos horizontes e imprimieron nuevo impulso a la ascendente burguesía. El mercado de la China y de las indias orientales, la colonización de América, el intercambio comercial con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercaderías en general, dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un empuje jamás conocido…” “La burguesía -dice más adelante- ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario”. Sostiene que la aparición de la máquina de vapor transformó enteramente los sistemas de producción. Con sorprendente lucidez, percibe que al irrumpir esta nueva tecnología, “la manufactura cedió el puesto a la gran industria moderna, y la clase media industrial tuvo que dejar su puesto a los grandes magnates de la industria…”

En esas máquinas recién aparecidas, estaba el germen de un nuevo tipo de concentración de riqueza y poder. Corría el año 1848. El automóvil debería esperar varias décadas todavía antes de aparecer. El telégrafo recién comenzaba a desarrollarse, aún en clave morse. Por esos tiempos, Marx iba de exilio en exilio editando Rheinische Zeitung, publicación en torno a la cual se reunieron varios de los más interesantes pensadores políticos de la segunda mitad del XIX (Kaustky, Engels, y hasta poetas como Heine), aunque muchos de ellos terminaran expulsados y anatemizados al contradecir los principios del editor. Desde entonces hasta hoy, la evolución de la ciencia y los logros tecnológicos han sido apabullantes. El petróleo abrió una nueva era, en la que no faltaron los entusiastas que vieron el fin del hambre y la solución de todas las miserias.

Se suponía que la nueva energía no tenía límites. Tuvieron que pasar unas cuántas generaciones antes de que alguien tocara la campana para recordarnos que el dominio y la explotación soberbia de la naturaleza no auspiciaba un final feliz. Me dicen que hoy existen más humanos vivos en el mundo que todos los muertos de la historia. Según los ecologistas, nos convertimos en plaga. Pero vamos al asunto: si, como intuye Marx, los cambios tecnológicos determinan el devenir de las relaciones sociales, el 2011 no fue un año cualquiera. Si bien los orígenes de la internet se remontan a los años 60 y más de un lustro atrás, en un país tan remoto como Chile, vivimos la excitación del negocio punto com, que llevó a varios ambiciosos desmedidos a la quiebra mientras unos pocos suertudos amasaban fortunas, fue recién este año que, más allá de la plata y los negocios, el fenómeno de las redes sociales dejó ver su poder revolucionario. Nunca antes la posibilidad de poner en circulación una idea, registro, denuncia o capricho personal, había sido tan amplia.

Los reaccionarios insisten en que se trata de un medio elitista, pero los datos duros los contradicen. Hay cerca de siete millones de usuarios de Facebook en este país extremo y algo así como dos millones de cuentas de twitter. Ciertamente, no todos pesan lo mismo, pero basta que alguien, más allá de sus recursos económicos, conquiste el interés del resto, para que su voz sea escuchada por miles y miles de ciudadanos. El testimonio del más anónimo de los nuestros, al ingresar en la red, puede volverse noticia. Los grandes diarios y canales de televisión, como sucedía hasta ayer, ya no son capaces de controlar las noticias. Estamos ante un fenómeno nuevísimo. Los amantes de la metafísica pueden empeñarse en sostener que los grandes problemas seguirán siendo siempre los mismos, y seguramente tienen razón, pero ahora son más que nunca en la historia de la humanidad los habilitados para discutir sus premisas. El ágora de los griegos consiguió expandirse mucho más allá de los permisos.

La democracia –no es arriesgado decirlo- dio un salto cualitativo. Falta mucho por ver y sólo un cándido atolondrado podría sacar conclusiones terminantes, pero al menos acá, habría que estar ciego para no constatar las virtudes del cambio de escenario. Camila Vallejo, el rostro más emblemático del movimiento estudiantil, tiene 360.000 seguidores en twitter, es decir, basta que escriba lo que se le antoja antes de dormir para que sea leído por mucha más gente que varios titulares de El Mercurio o La Tercera. Theclinic.cl, sin ir más lejos, ha superado los dos millones de visitas mensuales.

Las comunidades son cada vez más difícilmente comprables. Esta navidad, desaparecieron las tarjetas de pascua. Ningún dinero alcanza para adueñarse de las audiencias. Es harto sorprendente la fuerza que perdieron este año los medios de comunicación tradicionales. En las marchas ciudadanas (sólo en Santiago más de 600 este año), fueron blanco de desprecio. En las cuarenta y tantas que realizaron los estudiantes, eran muchos los carteles y gritos que apuntaban en su contra. La queja: que los tergiversaban. No les permitían el ingreso a las tomas de los liceos ni de las facultades universitarias. Los jóvenes sabían perfectamente que no tenían necesidad de ellos para dar a conocer sus planteamientos.

La convocatoria a las manifestaciones corría por un carril paralelo. Cuando todos los analistas encumbrados apostaban que ya la fiesta había terminado, como por obra de magia, por el correo de las brujas, volvían a irrumpir las multitudes. Nos enorgullece haber formado parte de este caudal democrático. Más allá de los logros concretos, estamos seguros que hemos dado un inmenso salto adelante. Que otros carguen con la preocupación de a dónde iremos a parar, a otros los cálculos de factibilidad, a otros los miedos y las dudosas sensateces. En este rincón del ciberespacio reina la curiosidad, el gusto por las voces, el no saber tan claramente a dónde nos dirigimos como el gusto incontinente por los vientos que arrasan. Millones de fantasmas recorren el mundo con ganas de penar. Sacerdotes, aterraos; ya no hay quién los calle.

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