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Opinión

14 de Noviembre de 2018

Un pequeño manifiesto bisexual

"(La persona) bisexual abierta o asumida, en este sentido, no restringe o marginaliza su ambisexualidad. La vive e intenta disfrutarla al máximo"

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Por Roberto Rueda Monreal para Revista Replicante el 12 de noviembre de 2012

(Nota del autor: las siguientes ideas no son verdades absolutas en absoluto.)

Es de sobra conocido que en todos los tiempos han existido, y existen, seres humanos que pueden tomar como sujetos u objetos amorosos o sexuales a personas de uno u otro sexo, sin que un camino interfiera con el otro. A estas personas, en esta época, podemos llamarlas bisexuales.

De hecho —y la siguiente afirmación podría parecer muy contundente, pero leyendo entre líneas no lo es— todos los seres humanos tenemos elementos o tendencias bisexuales en este estricto sentido, pues repartimos la libido a lo largo de nuestra existencia entre ambos sexos y objetos de ambos sexos entre sí, tanto de manera explícita y latente como consciente.

Ahora bien, existe un aspecto que representa el gran obstáculo para que la bisexualidad, como identidad, sea tan reconocida abiertamente como la heterosexualidad o mínimamente reconocida como la homosexualidad en los últimos años en nuestro país —este último reconocimiento, con base en una lucha social, política y cultural que ha ido del mediano al corto alcance, debido a las pugnas internas de la vanguardia homosexual mexicana—, y es aquel que aparece cuando aquellos que dicen no ser bisexuales, pero que tienen o han tenido sentimientos y prácticas en este terreno, encuentran un conflicto “irreconciliable” a la hora de justificar los impulsos de su libido en dos direcciones aparentemente opuestas: la homosexual y la heterosexual.

Si el bisexual es un ser en el que los impulsos y deseos sexuales pueden tomar ambas direcciones sin producirse choque o contradicción alguna, bien puede afirmarse que ella o él es la síntesis de las múltiples expresiones con las que Freud, entre otros, caracterizó la compleja sexualidad humana. Síntesis contraria a los convencionalismos sociales contemporáneos occidentales que clasifican sexualmente a las personas a partir de “gustos” o “preferencias” y siempre con un papel sexual inamovible a desempeñar dentro de una dinámica masculina del poder, cuya influencia ha permeado a casi toda la sociedad.

Ahora bien, para entender de manera muy general la bisexualidad es necesario desnudar, precisamente, el parapeto de los gustos y las preferencias para adentrarnos más seriamente en este tipo de conceptos cuando se aplican al ámbito sexual.

Los gustos y las preferencias, o los disgustos y rechazos, no son tan simples como la “sabiduría” popular pretende asimilarlos o administrarlos a la hora de comprender la sexualidad humana. El gusto por las pastas o las carnes, por el buen vino o la cerveza, por los hombres o por las mujeres, por los libros o las películas, etcétera, o el rechazo al ajo o a la cebolla, a la desigualdad o a la injusticia, al homosexual o al bisexual, al matrimonio o a la unión libre, etcétera, más allá de que se rompan en géneros, no surgen de la nada: son producto de nuestro proceso psíquico cultural que está profundamente imbricado en el lenguaje metafórico —y por ende complicado— del inconsciente.

Al preguntarnos por qué elegimos, por qué preferimos, por qué aceptamos o por qué rechazamos determinadas cosas o situaciones veremos que los límites de la elección azarosa se superarán y que, más allá de lo azarosamente superfluo, aparece lo verdaderamente significante al verse uno mismo involucrado, incluyendo al inconsciente, en primera persona, como el ser humano completo que uno es.

El que a un sujeto le guste el ajo y a otro le provoque asco no habla por sí solo de un gusto o un rechazo a un mismo elemento per se, sino de una interpretación inconsciente y diferenciada de éste; esto, en realidad, nos dice mucho más acerca de la personalidad y el carácter diversos y harto divergentes que los seres humanos tenemos.

Esta diferencia de carácter es la norma, lo natural, en el comportamiento de los individuos en sociedad, o por lo menos debería de serlo en la práctica en todos los ámbitos. De hecho, su reconocimiento serviría para fomentar y establecer los márgenes reales de espacio suficientes para una sana convivencia social en miles de aspectos y contextos.

Así, tenemos que, en este sentido, la sociedad es un espectro que abarca a millones de entidades sociales y de interpretaciones que se traducen en diversas formas de ser y diferentes estilos de vida, que, a su vez, encierran gustos, preferencias, malestares, rechazos y todos aquellos detalles que representan lo que somos hacia dentro y hacia fuera, cuyo equilibrio tendría como objetivo último el bienestar consigo mismo o, por lo menos, el intento por ser felices.

En este sentido, la sexualidad —que no puede ser excluida como característica inherente a los individuos que vivimos en sociedad— es un espectro de gran alcance que va desde el comportamiento homosexual exclusivo hasta el heterosexual exclusivo, pasando por todas las combinaciones posibles y diversos porcentajes implicados, en cuanto a prácticas sexuales muy puntuales, que hay entre ellos [Kinsey].

Y es precisamente por lo anterior que la investigación psicoanalítica rechaza terminantemente la tentativa de separar a los bisexuales u homosexuales del resto de los individuos sociales como un grupo diferenciadamente constitutivo de la sociedad en general —del mismo modo como también se tendría que rechazar la tentativa de separar a los vegetarianos a la hora de estudiar a los individuos como comensales o sus gustos culinarios generales.

Freud extendió sus investigaciones a las distintas excitaciones exteriorizadas (las conscientes), comprobando que todo individuo es capaz de una elección homosexual de objeto y no sólo eso, sino que la lleva a cabo, de manera efectiva, en su inconsciente. De ahí que, en el sentido puramente psicoanalítico, el interés sexual exclusivo del hombre por la mujer o viceversa se constituye en realidad en un problema y no en un comportamiento “natural” —como lo sería también el hecho de que todos los individuos de una sociedad consumieran siempre, todo el tiempo, “naturalmente”, un solo tipo y marca de vino sin diferencia alguna; un solo tipo de carne; un condimento específico y no otro; una sola manera de vestir para todos; un……— ateniéndonos, claro está, en última instancia, a la pura atracción sexual y a las reacciones químicas.

Tenemos pues, como consecuencia, que las exclusividades, desde el punto de vista científico, se tornan sospechosas, se vuelven interrogantes, y nunca al revés.

Para Freud el interés exclusivo no debe quedarse en esa etapa, sino que debe ser superada. Cuando observa que no es así descubre el mecanismo que lo impide: la represión social.

Si tomamos en cuenta que los seres humanos tenemos enormes características y dotes bisexuales en potencia desde que nacemos y comenzamos a vivir en sociedad, entonces —siguiendo con Freud— los homosexuales y los heterosexuales han caído víctimas de la represión de diferentes modos, y en diversos grados, a través de la historia, siendo en muy pocos momentos de esta última en donde la represión no ha hecho acto de presencia —en otras palabras, cuando la bisexualidad ha podido expresarse de manera más plena y libre.

Vivimos tiempos de represión y opresión en donde, por increíble que parezca en 2012, se sigue sosteniendo que la heterosexualidad es la norma, “lo natural” y, por ende, en sentido opuesto, aplicando una lógica mínima, todo lo demás es “contranatural” o “contranatura”. Evidentemente susbsisten más argumentos morales que razones científicas. Según Marmor [1967] es completamente falso que incluso la norma biológica sea la heterosexualidad, como muchos pretenden afirmar: “Todos los datos de la zoología comparada indican que, al contrario, la norma biológica es la ambisexualidad o la bisexualidad; siendo la heterosexualidad exclusiva una restricción impuesta por la cultura”.

En nuestros tiempos y ante este panorama es fácil detectar el origen de la represión del componente homosexual en los heterosexuales: la cultura de la sociedad imperante que, a su vez, hace que aparezca la fobia al homosexual cual si fuere la sorprendente revolución institucionalizada en partido político.

Ahora bien, en oposición a esto, la siguiente pregunta se hace válida: ¿qué hace que un individuo homosexual sostenga relaciones sexuales con una mujer o con un hombre, según sea el caso? Vuelve una justificación que ya hemos mencionado. Algunos dicen: “Es una opción como cualquier otra”, “Cada quien sus preferencias”, “Nos gusta y eso es suficiente”, “Yo elijo con quién me voy a la cama”, etcétera. Si los gustos, las preferencias y las elecciones libres están en función del bienestar propio, ¿por qué elegir una de las opciones más perseguidas, odiadas y golpeadas (siendo extremistas) por la sociedad contemporánea y no otra?

En el marco de una sociedad que institucionaliza la heterosexualidad como “norma” para la sexualidad humana, ejerciendo presiones gigantescas para favorecer esa normalidad que, a su vez, y con el mismo poder institucional, incitan a odiar y rechazar toda conducta sexual fuera de ella —principalmente hacia la homosexualidad—, no parece viable que la simple “elección” o “el gusto” por una conducta homosexual pueda mantenerse. Lo que sí es innegable es que, a pesar de todo, esta última conducta siempre aparece. La actividad homosexual se produce, pues, aun en el medio más hostil y punitivo. Los deseos y las ansiedades homosexuales concomitantes de un gran porcentaje de la sociedad —nunca asumido abiertamente, por supuesto— van reconociéndose y al mismo tiempo —reforzando su intensidad y haciendo lo mismo con un sentimiento de pertenencia— bloqueando el posible camino, ya no de una adaptación total, sino de una posible experimentación heterosexual, hablando sobre todo de la mal llamada comunidad homosexual.

Tenemos pues que, para esta “comunidad”, en lo que atañe a nuestra cultura y tiempo contemporáneos, parece ser válida la hipótesis psicoanalítica de que la conducta preferentemente homosexual está asociada a temores inconscientes hacia las relaciones heterosexuales, que, a su vez, están íntimamente relacionados con el rechazo a esta cultura nuestra tan coactiva, punitiva y, sobre todo, tan machista y heterosexualmente impuesta, haciendo que aparezca la fobia al homosexual [Marmor, 1967].

Si tomamos en cuenta que la sexualidad es polimorfa —con muchas y diferentes formas de manifestación— y perversa —no en su sentido peyorativo, sino refiriéndose simple y llanamente a que no está dirigida o restringida a la reproducción como un objetivo único y específico— tenemos que la homofobia y la heterofobia no son más que marginaciones, parcializaciones, de la sexualidad toda.

Así las cosas, el bisexual abierto o asumido, en este sentido, no restringe o marginaliza su ambisexualidad. La vive e intenta disfrutarla al máximo, con la única —enorme, y por ello significativa— limitante social que existe: la cultura imperante que le toca vivir en determinado momento histórico.

El bisexual enclosetado —también conocido como cerrado o disperso [Prieur, 1994]— elije a sus objetos sexuales o a sus amores más o menos del mismo modo que el bisexual abierto. La enorme diferencia entre ellos es que el abierto da la cara a la cultura y la sociedad en que vive (siendo esto innecesario cuando la sociedad en cuestión también es abierta y acepta la sexualidad como es y sin imposición moral alguna —un ideal—, en donde el bisexual enclosetado, entre otros personajes, sencillamente no existiría), enfrentándose a las construcciones de género de ésta a la hora de relacionarse sexoafectivamente con aquellas personas que ama o desea —y lo que sigue es muy importante remarcarlo—, a lo largo y a lo ancho de toda su vida… ¡de toda su vida!

El bisexual disperso, por el contrario, ve la necesidad de alienarse a la cultura de la sociedad imperante (a excepción de la ideal ya mencionada), cayendo necesariamente en el mimetismo —consciente o inconsciente— respecto de las fobias heterosexuales u homosexuales, según sea el caso.3

Cabe mencionar que gracias al bisexual disperso y su comportamiento es como se han edificado mayoritariamente todos los mitos acerca de la coducta bisexual (“infieles” y “promiscuos” —así, entre comillas, pues esos términos yerran por sí mismos al abordar el terreno de la bisexualidad como tal—, por mencionar los más comunes).

Por lo demás, al hallar el disperso en su propia bisexualidad esa capacidad de obtener placer de ambos sexos y de ambos mundos, suceden dos cosas, principalmente:

1. Va y viene de ambos mundos fingiendo ser social y sexualmente “normal”, obteniendo lo que en el fondo desea y sin perder nunca el estatus que la cultura imperante le ha dado (generando una represión parcial que lo obliga a tener un comportamiento furtivo de donde emergen, precisamente, todos los mitos).

2. Aparece una represión total, pues el bisexual se coloca en la postura lógica de los contrarios donde no existe la tercera posibilidad. Su básica y precaria curiosidad lo obliga a preguntarse si es homosexual o heterosexual. Al no tener respuesta satisfactoria aparente, la contradicción psicológica que se le revela puede llegar a ser brutal, imposibilitando al individuo para ejercer mínimamente su sexualidad o amar a sus amores.

Por todo lo anterior, los bisexuales abiertamente asumidos, más que una lucha política específica, cual activistas, tenemos primero la obligación de construir un discurso coherente con nuestro estilo de vida, defender la sexualidad humana a secas, es decir, la sexualidad polimorfa y perversa, defendida y explicada por la ciencia —en gran parte por el psicoanálisis— y corroborada a través de nuestras propias bisexuales vidas (las cuales se traducen en todas las sexualidades consensuadas posibles), e intentar disminuir así las marginaciones y fobias que tanto heterosexuales y homosexuales experimentan respecto de nosotros; ¿resultado a largo plazo? Un respeto más amplio hacia toda actividad sexual consensuada y gozosa.

Creo sinceramente que de este modo estaremos construyendo un terreno propicio en donde las fobias disminuyan gradualmente y la sexualidad pueda manifestarse cada vez más, y cada vez mejor, más libre, haciendo que hombres y mujeres, en las diferentes etapas de su vida, de nuestra vida, ya sexualmente despiertos o con un actuar sexual ya más que activo, podamos besarnos, tocarnos o entregarnos, si así lo queremos y deseamos, libres de toda coacción extrasexual, ya sin miedos, ya sin culpas ni fobias para amar, desear, practicar, sentir y experimentar la sexualidad de nuestra condición, de nuestra precaria, humilde y evidente, pero sin dejar de ser extraordinaria, condición… ¡la humana!

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