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Nacional

15 de Junio de 2015

No se vende: Vecino de Bellavista resiste en casa isla

Al ingeniero forestal Mauricio Montecinos le ofrecieron cientos de millones por su casa familiar. Él se negó y hoy vive en medio de la construcción de un nuevo centro comercial que lo obliga a circular con audífonos de seguridad y casco dentro de su casa. Dice que está dispuesto a resistir todo lo que sea necesario, con tal de resguardar la memoria de su familia y el patrimonio de su barrio.

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Tal vez debería haber estado preparado, pero cuando Mauricio Montecinos (61) sintió el primer remezón pensó que era un temblor. Uno fuerte, al menos grado seis. Entonces se incorporó; se puso alerta. Pensó que tal vez podía transformarse en un terremoto. Pero no. Pronto se dio cuenta de que lo que movía su casa, producía un estruendo y hacía caer piedras en su patio trasero no era un movimiento telúrico. No uno natural, al menos.

Finalmente habían empezado las obras del “Centro Gastronómico y Cultural Bellavista”, otra mole tipo “Patio Bellavista” con tres pisos de altura y seis niveles de estacionamientos subterráneos, que desde fines de enero se está construyendo en la calle Constitución, entre Antonia López de Bello y Fernando Márquez de la Plata, el pasaje donde está el museo La Chascona y la casa de Mauricio. Cuando miró por la ventana vio unos taladros gigantes, “como los que sacaron a los 33 mineros”, haciendo hoyos justo detrás de su casa. La tapia que separaba su terreno del de la construcción empezó a ceder.

Él sabía que eso eventualmente iba a pasar. Llevaba años rechazando las ofertas de las corredoras de propiedades, vio cómo destruyeron las viviendas de sus vecinos, cómo cortaron dos cipreses centenarios y cómo, finalmente, su casa se quedó sola. Así que sacó una bandera chilena, la puso en su antejardín y al lado pegó un cartel que tenía guardado para ese momento: “No se vende, ni mi casa ni mi barrio”.

Herencia familiar
La familia paterna de Montecinos llegó al barrio Bellavista en 1937. Su abuelo Alfredo, un funcionario público, compró una casa en la población Los Gráficos -específicamente en calle Gutenberg-, el barrio donde hoy están los canales de televisión. La población había sido construida en 1925 por una cooperativa de obreros gráficos y de imprenta, pero el proyecto fracasó después de la crisis del 29 y algunos propietarios tuvieron que vender. Hugo, el papá de Mauricio, tenía 14 años cuando llegó al barrio y siguió viviendo en la casa de sus padres incluso cuando se casó.

Allí creció Mauricio y desde kínder fue a una escuela pública que estaba en la calle Mallinckrodt, donde después estuvo el teatro San Ginés. En la mañana era la Escuela Nº17 de niños y en la tarde la Nº34 de niñas. Su mamá, Iris Rojas, era profesora normalista y hacía clases ahí.

-Donde hoy está el Sheraton había poblaciones callampas. Toda la gente se conocía, íbamos todos a la misma escuela. Los niños peloteábamos en la calle, el cerro San Cristóbal era nuestro patio donde jugábamos a los pistoleros. No se hacían diferencias de clases sociales -cuenta.

En 1970 el papá de Mauricio le quiso devolver la mano a sus padres y se puso a buscar una casa para ellos. Tenía que ser en Bellavista, porque le encantaba el barrio y porque quería tener cerca a sus papás que ya estaban viejos. Con su sueldo de profesor de Ingeniería Eléctrica en la Universidad Técnica del Estado, primero trató de comprar una casa más grande y con estacionamiento en Antonia López de Bello. Pero no le dieron las lucas.

Entonces siguió buscando y encontró una casa ubicada en el número 0129 de Márquez de la Plata, frente a la casa en la que entonces vivía Pablo Neruda. Había sido construida en los años 50 y lo primero que vio fue su pequeñísimo antejardín. El terreno tenía 100 m2 y la casa, con sus dos pisos, 140 m2 construidos. Cuando entró a mirarla se encontró con que abajo tenía living, comedor, cocina, pieza y baño de servicio y un patio posterior. Y arriba, dos piezas, un baño y una terracita.

Decidió comprarla. Para hacerlo pidió un crédito en el Banco del Estado con cuotas fijas no reajustables. Montecinos no recuerda cuánto pagó su papá, pero cree que debe haber puesto un buen pie inicial: “El año 75 yo iba a pagar las últimas cuotas y eran sumamente baratas. Algo así como el triple del pasaje de la micro. En esa época este sector no era tan valorizado como hoy y era solo habitacional. Había algunos boliches de barrio, nada más. Mis abuelos iban a almorzar al Galindo y Neruda era asiduo al Venezia. Ellos se conocían porque mi abuelo fue militante PC y secretario personal de Emilio Recabarren, así que cuando fueron vecinos se juntaron alguna vez a comer”.

Un día de 1976 el abuelo de Mauricio sufrió una seguidilla de infartos en su casa. Él alcanzó a llegar para ver el último: “Fue jevi, nunca se me va a olvidar”. Alfredo murió ahí y lo velaron en el living de la casa. Un tiempo después Mauricio se trasladó a vivir ahí con su abuela Ana Zamora. Más adelante se casó, formó una familia y siguió viviendo en la casa.

-Cuando nació mi segundo hijo yo estuve con mi hija chiquitita aquí esperando. Me acuerdo de haberle preparado almuerzo, almorzado con ella, vivir esa intimidad… La familia nos invitaba pero yo quería estar solo con ella acá.

Después llegó mi esposa, la esperamos con flores, me preocupé de ella en su convalecencia. Recuerdo las fiestas de cumpleaños de los niños. Mis hijos iban a jugar con el hijo de un matrimonio de empleados de la casa de Neruda, que ya había muerto pero vivía Matilde. Se metían por los recovecos de la casa antes de que fuera un museo y la gozaban. Había un chico en esta calle que era muy amigo de mi hija y lamentablemente murió de leucemia. Sufrimos mucho. Sus papás todavía viven acá y a veces nos juntamos. Cultivamos y cuidamos esas relaciones de barrio.

Líder vecinal
Entre 1983 y 1995 Mauricio vivió en el sur, trabajando en la Corporación Nacional Forestal (Conaf). Su abuela ya había muerto y durante esos años su hermano Hugo ocupó la casa. Pero un poco antes de que Mauricio volviera, Hugo se fue a trabajar al norte. Entonces, ambos le propusieron a su papá que la arrendara. Pero él no quiso. “Mi padre nunca nos aceptó ni siquiera a nosotros que le pagáramos arriendo. Él tenía una vida muy sencilla y austera. Antes de morir nos traspasó una casa a mi hermano y una a mí. Hugo se quedó con la de Gutenberg y yo con esta. ‘Así nunca van a tener problemas’, nos dijo sabiamente”.

Cuando volvió del sur, Mauricio se encontró con un barrio muy distinto. Un nuevo plan regulador elaborado en plena dictadura –el año 85- había ampliado calles y unido el barrio con grandes vías como Bellavista y Santa María. Poco quedaba de las callecitas seguras y tranquilas de su infancia y la de sus hijos. “Ante esta nueva fisonomía, la empresa privada volvió a poner sus ojos en Bellavista”, celebra el libro “Providencia, 100 Años de la Comuna”, editado por esa municipalidad cuando su alcalde era Labbé. Y tal cual. El barrio se había llenado de bares y discos, borrachos y ruido: “El antejardín se nos llena hasta hoy de latas de cerveza y botellas. Es un tema muy molesto. Fue una época amarga. Muchos vecinos se fueron”.

Pero eso, que a su retorno le pareció una pesadilla, no fue nada comparado con el notición con el que Mauricio y sus vecinos se encontraron en 1996, durante el gobierno de Lagos: una autopista concesionada pasaría por el barrio. La junta de vecinos Nº13 de Bellavista se puso a buscar información y se enteró de que la Costanera Norte pasaría por ahí en un túnel de cuatro kilómetros, con una salida de emergencia que destruiría el entorno de La Chascona –incluida la casa de Mauricio- y un edificio de control que botaría el frontis del acceso al cerro San Cristóbal.
Nació entonces la “Coordinadora No a la Costanera Norte”, que integraba a 25 organizaciones y, según dicen, a 50 mil personas. Entre ellos Mauricio. Atacaron al proyecto por todos los flancos: recursos de protección, campañas en los medios, revisión de los estudios de impacto ambiental, marchas y movilizaciones, etc… “Por una labor de la sociedad civil, el trazado tuvo que cambiarse dos veces. Finalmente, la empresa Impregilo decidió hacerla bajo el Mapocho para no tener más problemas con las comunidades. Desde ese punto de vista fue lo mejor que se pudo lograr. Eso fue, dentro de todo, un resultado positivo. Pero lo que esperábamos era que no se hiciera, aunque sabíamos que eso era muy difícil”, reflexiona Mauricio.

En el intertanto, Montecinos fue varias veces presidente de la junta de vecinos Nº13 y fundador de la organización comunitaria Ciudad Viva. En 2001 escribió y postuló el texto “La defensa del Barrio Bellavista contra la autopista Costanera Norte” al concurso internacional “Somos Patrimonio”, organizado por la organización intergubernamental Convenio Andrés Bello. Y ganó el primer lugar. “Al fin muchos han comprendido que nuestra pelea no ha sido para defender intereses personales, muy legítimos por lo demás, como por ejemplo la defensa de nuestras casas, de nuestro barrio, de nuestra forma y calidad de vida, sino que por habitar en una ciudad vivible de manera sustentable”, concluye en el texto.

Réquiem
Hasta diez mil UF le ofrecieron a Mauricio por su casa. Le iban a tocar el timbre, lo llamaban por teléfono, pero él ni se tentó. Sabía que lo que iba a ocupar el terreno que siempre estuvo vacío detrás de su casa no sería una plaza, ni un centro comunitario, sino que un nuevo patio de comidas –de la Inmobiliaria Parque Tres, de la empresa Cimenta- que tendrá una superficie construida de 16.376 metros cuadrados con 317 estacionamientos subterráneos y, por lo tanto, convertirá su pequeño pasaje en un pasadizo por el que circularán cientos de personas día y noche.

Para evitar que esto suceda, Mauricio presentó una denuncia en la Superintendencia del Medio Ambiente. Acusa que el proyecto, debido a su tamaño y características, debería haber sido sometido al Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental, cosa que no sucedió, ya que fue simplemente aprobado por la dirección de obras de la Municipalidad de Providencia. “No me respondieron nada, el sistema funciona como las pelotas”, asegura.

Y con respecto al rol de la municipalidad, dice: “Yo voté por la Josefa, me considero su amigo y apoyé la campaña. El gobierno que le ha tocado ejercer se encontró con muchas cosas amarradas, entre ellas el Plan Regulador Comunal, que fue modificado en tiempos de Labbé (2007). El tema de los permisos de construcción lo ve la Dirección de Obras Municipales y esa es una verdadera república independiente dentro de la muni. La gestión de nuestra alcaldesa ha sido complicada teniendo presente, además, la composición del concejo, donde alguno de sus miembros le han dado vuelta la cara a los ciudadanos, votando de acuerdo con sus intereses particulares y más alineados con las fuerzas de la derecha. Los ciudadanos hemos debido pagar parte de ese costo, entre ellos el tema de la modificación de los horarios de cierre de los locales que expenden bebidas alcohólicas. Creo que allí los residentes perdimos.

Claramente hubo algunos errores de manejo que cometió la muni y eso ha tenido un precio para todos”.
Desde que a fines de enero empezaron las obras, Mauricio y Betty, su pareja, viven literalmente metidos dentro de la construcción. Después de circular durante semanas con audífonos de seguridad y cascos dentro de su casa, exigieron que les instalaran paneles antiruido. Eso significó que ésta quedara forrada por tres de sus cuatro costados, lo que los dejó prácticamente a oscuras.

-Cuando me ofrecían comprarme la casa me decían que con esa plata me podría comprar seis departamentos y vivir de los arriendos, pero uno tiene que ser consecuente en la vida. No por unas lucas más me voy a vender. Aquí no importa el tema del dinero. Yo estoy protegiendo un barrio. Prefiero vivir en mi casita porque tiene una historia de vida. El patrimonio no es solo la casa, sino que es algo vivo. Es el barrio, son las relaciones con tus vecinos, el estilo de vida, los vínculos que haces –dice Mauricio sentado en el living, que pintó con vivos colores como amarillo, verde agua y calipso, para alegrar el lugar.

Sus vecinos, sin embargo, vendieron. Mauricio vio y grabó en video como en mayo del año pasado demolieron sus casas en dos días: “Las máquinas las botaron como pasa un cuchillo por la mantequilla, sin ningún esfuerzo. En una semana se habían llevado los escombros y ya no quedaba nada”. Algo que le dolió particularmente a Montecinos, ingeniero forestal amante de los árboles, fue el corte de dos cipreses centenarios que había en el patio de su vecino. Tanto, que les escribió un texto titulado “Réquiem para dos cipreses macrocarpa”:

“Me dolió ver caer por la motosierra al primer ciprés. Mañana dolerá el otro. Me dolió porque formaba parte del paisaje de mi calle. Porque en los días de verano extrañaré su sombra y su aroma a pino que con el calor es especialmente grato (…) Los pájaros que se posan en la mañana para sus trinos tendrán dos árboles menos donde pararse. El canto de los pájaros se sentía en estéreo por las mañanas. En dos días más el sonido será más lejano. En fin, poco puedo hacer. Están en propiedad privada, en una casa cuyos antiguos propietarios vendieron a una empresa dedicada al rubro inmobiliario. Dicen que en los terrenos construirán un patio de comidas. Dicen que mi barrio es ‘bohemio’ (…) Yo no he vendido. Me ofrecieron billetes. Muchos, pero no los suficientes. Dicen que todo hombre tiene su precio. ¿Cuál es el mío? Me acuerdo de los cipreses. Quedaré solo, en una isla. ¿Resistiré?¿Hasta cuando?”.

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